Con la que está cayendo, a uno le entran ganas de escribir sobre la judiada que están haciendo los militares israelíes en el Líbano. ¡No hay derecho a que sufran y mueran inocentes, ni en Beirut ni en Haifa ni en ninguna otra parte! O también le entran ganas de reflexionar sobre la nueva actitud de desafío de los criminales de la ETA en los juicios. ¿Es que los abogaduchos batasuneros –digo yo– les habrán metido en la cabeza que con todo este lío del mal llamado “proceso de paz”, sus condenas van a quedar en agua de borrajas y los horrendos asesinatos les van a salir por cuatro días en celdas bien acondicionadas, matriculados en la universidad, que les aprueba las asignaturas por el morro, y con todo lo que les apetezca, incluyendo “bis a bises” con fulanas que les proporciona y paga el propio entramado de Batasuna, el cual dinero lo saca éste mediante asociaciones o actividades “culturales” de tapadera que son financiadas a sabiendas con fondos públicos por el gobierno autónomo del Peneuve?
Pero no, no hablaré de eso. Por esta vez les voy a comentar un asunto más cercano, más de aquí, del pueblo: el de los empresarios fruteros y las trabajadoras temporeras de los almacenes de la fruta (digo trabajadoras pues hay “costumbre” en este sector de hacer discriminación por razón de sexo, es decir, sin motivo justificado seleccionan y contratan sólo a mujeres para los puestos de manipulado, triado, empaquetado, etc.).
Afortunadamente ya no son los tiempos de hace treinta o cuarenta años, cuando el cumplimiento de los derechos laborales estaba un tanto manga por hombro (¡qué lástima!, cuántas pobres mujeres han estado toda su vida dejándose la piel en fábricas o almacenes de fruta, y cuando han echado mano para jubilarse no tenían cotizaciones). Afortunadamente hay ya muchos empresarios del siglo XXI, que saben gestionar su empresa como Dios y las leyes mandan: contratan legalmente, dan de alta en la Seguridad Social desde el primer día, cotizan el tiempo real trabajado y pagan de acuerdo con el convenio aplicable.
Pero no todo es un sendero de rosas. Aún quedan algunos que actúan (en la medida que pueden) a la vieja usanza. En esto hay una cosa que es determinante para reconocerlos: cuando la trabajadora intenta manifestar su disconformidad, suelen responder: “oye, nena, aquí lo hacemos así; si no te conviene, ahí tienes la puerta, o si no te conviene, mañana no vengas”. Imponen “su costumbre” particular en la empresa, como si las relaciones jurídicas entre trabajador y empresario no estuviesen perfectamente reguladas en los convenios colectivos y la legislación laboral. ¿Y cuál es la “costumbre” particular de éstos respecto a las trabajadoras? Pues las dan de alta con la fecha que se les antoja; no realizan, o realizan a posteriori, los cursos de manipulación del alimentos e información al trabajador de los riesgos laborales; cotizan el tiempo que ellos quieren, no el real trabajado; no pagan los permisos establecidos por ley como remunerados, como el de la visita médica; no pagan horas extraordinarias (aunque las realizan con carácter no voluntario, incluso con menores de edad); muchas veces no conceden el tiempo legal de descanso entre jornada y jornada (no sé si se acordarán ustedes de aquel caso que saltó a los medios porque las trabajadoras tenían que tomar pastillas para aguantar jornadas de quince horas un día tras otro); descuentan el cuarto de hora del bocadillo, cuando por la duración de la jornada deben permitirlo; incluyen como factor de beneficio empresarial el “rapiñarle” a las trabajadoras las conocidas “chorrás”, o sea, que exigen a las mujeres engancharse a la hora en punto, pero a la salida las mantienen diez minutos o un cuarto de hora de más por la cara; diariamente les hacen limpiar y ordenar el espacio de trabajo fuera del tiempo remunerado, cuando esas tareas les llevan a veces a estar media hora más en el centro de trabajo gratis. Y otra cosa muy graciosa: las trabajadoras, contratadas como manipuladoras de fruta, tienen que ejercer de limpiadoras de los aseos y los váteres por turnos (sólo las mujeres, que, discriminatoriamente por razón de sexo, tienen que limpiar también los retretes de los hombres). Bueno para que les voy a cansar. Estas que les he mencionado y algunas más, según estos jefes, cuyo estilo de dirección suele ser autoritario, son “sus costumbres”, o sea, lentejas: “o las tomas, o las dejas”.
También hay que apuntar que esta actitud empresarial en algunos almacenes de manipulado de fruta, se mantiene muchas veces por el desconocimiento y la desunión de las trabajadoras en la defensa de sus intereses; por el erróneo sentido de “gratitud” que algunas trabajadoras creen obligado hacia el empresario; por una especie de temor ancestral e infundado hacia el jefe; y por la falsa mentalidad (difundida interesadamente por empresarios de estilo de dirección paternalista: “todos vamos en el mismo barco”) de que las trabajadoras deben “mirar” por la empresa, cuando los trabajadores en general, lo único que tienen que hacer es cumplir diligentemente, siempre bajo el principio de la buena fe, con sus obligaciones de realizar las tareas que organiza y dirige el empresario, que es quien asume el riesgo y obtiene el beneficio, y punto. Y en contraprestación ser remunerados y disfrutar de los derechos según lo establecido en los convenios colectivos y demás legislación laboral.
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