Qué les iba a decir..., ah, pues que el último que he leído es de Dulce Chacón. Y permítanme que les confiese una cosa: quitada la de Margarita Yourcenar y la de alguna otra que no me acuerdo en este momento, la literatura de autora, es decir, los libros escritos por mujeres, dentro de su mejor o peor calidad (que eso es indistinto entre escritores de ambos sexos), me han parecido siempre suaves; y no me refiero sólo al contenido, aunque también, sino a la forma, a la metáfora fuerte, a la descripción dura, a la narración impactante. Es decir, no he hallado hasta ahora en literatura hecha por mujer un parangón con lo garciamarquiano, lo de Cortázar, lo de Vargas Llosa, lo borgiano, lo de Cela, lo de Muñoz Molina, lo de Delibes o lo de Saramago, por citar algunos escritores conocidos.
De modo que, sin referencias de la obra, abro por la primera página “La voz dormida”, que así se llama el libro de Dulce Chacón al que me refiero, y comienzo a leer. Y me digo: bueno, otra novela más de autora, quizá más o menos sensible, más o menos sorprendente, de mejor o peor calidad, pero literatura suave, emanada de una mente femenina (ojo, no por ello en escala inferior a la que produjera Cervantes o Unamuno). Y me equivoqué. La primera frase del libro (“La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia.”) ya me trajo a la cabeza el arranque de otro gran libro de uno de mis autores predilectos: “Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez (“El día que lo iban a matar, Santiago Nasar...”). Y entonces me atrapó. Los libros tienen que atrapar al lector en la primera página. No puedo con las novelas, y que me disculpe Humberto Eco, en las que hay que leer veinte o cuarenta páginas para que empiece lo interesante. “La voz dormida”, el cual les recomiendo leer, es un libro que gusta desde la primera línea, engancha desde el primer párrafo.
Esta apasionante novela de la autora pacense, rotunda en la forma y estremecedora en el contenido, nos revela un submundo silencioso, y silenciado a toda costa, en una subépoca correspondiente a la subhistoria de la historia reciente de España (perdonen que me invente las palabras). “La voz dormida”, novela para la que Dulce Chacón se documenta minuciosamente durante cuatro años, reconstruye unas vidas desgraciadas en el periodo más oscuro para nuestro país de todo el siglo XX: las de las presas políticas en las cárceles de los años cuarenta y cincuenta. Mujeres que fueron víctimas de la venganza sistemática de aquel régimen invicto tras la Guerra Civil. Mujeres, las supervivientes de aquellas pulgas (y no me refiero a las de aceite de ricino, aunque también), que les metieron tan dentro el silencio de la represión, que aún hoy, para hablar de aquel oprobio, miran a un lado y a otro y lo hacen sotto voce.
Dulce Chacón consigue una narración tan fluida como rica en matices. Utiliza de tal forma los tiempos verbales, que logra pasar ágilmente del presente al pasado y del pasado al futuro como si fuera la cosa más natural del mundo. Y alcanza, por otra lado, una connivencia de los personajes con el narrador que hace a éstos doblemente vivos, en un ambiente que es casi como estar muertos.
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