Sobrecogedor. Sesenta y dos ataúdes alineados de nueve en fondo. Sesenta y dos familias deshechas por la pena. Sesenta y dos madres tragando la sal de sus lágrimas. Sesenta y dos besos emocionados de la Reina. Frente a la explanada, habitada hoy por el dolor, viudas que en el vacío de la ausencia acariciarán sólo una bandera plegada. Padres que guardarán de por vida en la herida de su corazón la medalla póstuma impuesta por el Rey. Hijos que sólo tendrán para siempre la imagen de una foto en el comedor de su casa.
Mueren soldados españoles, pero no caen en batallas. Dan su vida, y no perecen en guerras, donde la violencia tiene quizá una legitimación extraña e indigna. Mueren soldados españoles, como pueden morir los mineros en el fondo de un pozo, como los trabajadores de la construcción bajo una planta que se derrumba, como los obreros de una fábrica que súbitamente estalla, o como los jornaleros que van o que vienen del campo de recoger el trigo o la aceituna. Mueren los soldados españoles (estaría de Dios que pasara, si hemos de conformarnos con la fatalidad del destino) cuando regresan precisamente de ofrecer ayuda humanitaria en países tocados por el mal de la guerra. Hoy en día, miles de personas que visten el uniforme del Ejército español, arriesgan desde hace años sus vidas lejos de su tierra y de sus casas por mantener la paz en lugares peligrosos del mundo. Son, las víctimas de ese desgraciado accidente aéreo en un desolado monte de Turquía, soldados españoles caídos por la paz.
Sorprendente. El pueblo de Cieza ha hablado. Sin levantar la voz, con dignidad y con soberanía, los ciudadanos han metido en las urnas el deseo y el mandato para designar a los nuevos gobernantes locales. Y por “hache” o por “be” (los analistas tendrán que sacar conclusiones sobre cuántas “haches” o cuantas “bes” han influido en los resultados), los votantes han dado casi el doble de confianza a los unos que a los otros.
Las elecciones municipales, en el orden democrático, son las primeras y más próximas al ciudadano, las que más van a influir en la cotidianidad doméstica que nos rodea. En las elecciones municipales conocemos a los candidatos. No se votan sólo nombres, sino personas, cuyos hechos, talante, capacidad y forma de ser, muchas veces conocemos bien. Pero no por “cercanas” son menos trascendentes (recordemos cómo cambiaron el curso de la historia de España aquellas elecciones municipales del 12 de abril de 1931, cuando Aznar, a la sazón Presidente de Gobierno, el último del reinado de Alfonso XIII, dijo para los libros de historia aquello de que “España se había acostado monárquica y se había levantado republicana”).
En las elecciones municipales, el pueblo ha elegido a los concejales que formarán el nuevo Ayuntamiento de Cieza, no al Alcalde (mucha gente decía de don Francisco López, cuando la dimisión de don José Antonio Vergara, y de don Francisco Martínez, cuando la moción de censura, que no eran alcaldes elegidos por el pueblo. ¡Claro que no! Es que el pueblo, salvo en municipios muy pequeños que lo tengan así establecido, no elige a los alcaldes, sino sólo a los concejales). Al nuevo Alcalde de Cieza, presumiblemente don Antonio Tamayo, lo elegirán los concejales en el Pleno de Constitución del día 14 de junio. Hasta entonces tenemos al actual Alcalde en funciones, tenemos concejales en funciones y tenemos concejales electos (algunos, a su vez, son “en funciones” y “electos”).
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