El otro día, una zagala de esas de Las Ketchups, va y dice que el secreto del éxito (del suyo, si por éxito se entiende que media humanidad, en algún momento, se mueva al ritmo tontizo de “aserejé”), tras haber vendido no sé cuántos millones de copias de su canción, estaba en “no complicarse mucho”, o en “no esforzarse mucho”, o algo así. Claro, pensé, ya lo dejó escrito Lao Tse en el Tao Te King, hace ni se sabe la tira de años o de siglos: “El gran gobernante practica el no-hacer...” (Ahí lo tienes: el secreto está en no complicarse la vida, en no trabajar mucho, en no hacer las cosas demasiado bien.)
Si es que es verdad, si el mundo es como es y pretender otra cosa sería nadar contra corriente. Te mareas mucho los sesos y haces una gran canción, escribes un buen libro o compones una música maravillosa, y el éxito (aun con mucho esfuerzo publicitario) puede ser relativo. Pero haces un bodriete, una pachanguilla, una memez, y ya está: das en el clavo. Y además, estos ejemplos son extrapolables a otros ámbitos de la vida. ¿Cuántas veces hemos oído promesas al final de un cuatrienio, y luego nada? (el “no-hacer”) Y pasan los cuatro años siguientes y pinpan, vuelta a prometer lo mismo, y la gente, tan contenta, venga a creérselo y a conformarse (“yo, con estos: pan y cebolla”), que no es otra cosa que “éxito” para el gobernante. ¿O no es gobernar con el amor del pueblo tarea de chinos?
De modo que uno ya no sabe a qué atenerse (en lo que a las letras se refiere. Permítanme arrimar el ascua a mi sardina). Si hasta en los esplendorosos y sacrosantos sillones de la Real Academia de la Lengua sientan a escritores, cuya obra “literaria” digamos que es “entretenida”, de cuidado argumento, eso sí, pero de exposición flojeta y con mucha paja; para pasar el rato, vamos (que no es poco, ojo, ya quisiera este humilde servidor atar el zapato de quién reparte sopas con onda con semejante poderío). ¿Por qué entonces? ¿Es que hay escasez de afamados lingüistas o esmerados literatos? Hombre, yo entiendo que el Planeta se lo concedan, no a la mejor obra presentada, sino a la que reúne unas características comerciales (¿por qué no del jaez de “aserejé”?) que puedan convertirla en best seller: el sueño de todo editor. Pero lo otro no es ni más ni menos que, hasta las “carcas” instituciones comienzan a aceptar la escala de valores de una sociedad que mide y pondera más a los individuos, o a los colectivos, por el rasero del éxito público que por la calidad de su obra, como producto brillante y concienzudo de personas con valía. Por cierto, algún docto e insigne catedrático de la U.M. estará que trina, si no se ha dado cuenta a estas alturas que vale más “vender” que “ser” (yo sé por donde voy).
O sea, que se impone la mediocridad, que triunfa lo “aserejé”, lo macarena, lo “sin carisma”, lo chabacano, lo que no hace falta mucho esfuerzo ni mucha virtud para realizar; que en la oferta televisiva, por cambiar de asunto, toda la baraja se ha vuelto ases en aras de conseguir audiencia, porque la cosa no es más que un círculo vicioso, una pescadilla que se muerde la cola: cuanto más tontizos son los programas (v.g.: El Show de ese muchacho gordo que se le supone la gracia cuando imita a otros con mediocridad superior a la suya), más entontecida se torna la audiencia, y cuanto menos capacidad tiene ésta para discernir entre lo malo y lo peor, más se le pueden zampar arrobas de bazofia sin que rechinen los engranajes del marketing de los intereses comerciales, pues de una forma o de otra, y una vez manipulada a gusto la demanda, el tiempo hasta podría dar la razón a Adam Smith con su “laissez faire”.
En fin, después de todo, no estoy muy seguro si el presente artículo alcanzaría la calificación de mediocre. Yo, desde luego, lo he escrito sin esfuerzo, que ya es un indicio; aunque, claro, para rizar el rizo –como hace el cartagenero– le faltaría media docena de tacos y palabrotas bien colocados y unas cuantas frases poniendo verde al personal, y, desde luego prodigar más las expresiones con atrevimiento y con descaro. No obstante, me daré con un canto en los dientes si ustedes lo han leído hasta aquí.
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