INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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11/1/03

La última campanada

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Todas las mañanas, como hizo la última de su vida, se levantaba con la campana de Las Clarisas llamando a maitines. Yo, en cuanto oigo la campanica de Las Claras echo los pies al suelo y ya no puedo seguir acostá, decía ella. La pobre estaba hecha a madrugar y se mantenía fiel a la costumbre. Durante toda su vida no había realizado otra cosa que trabajar con humildad. Entró a servir a los doce años. Ya no se dice servir, pues era ésta una relación contractual, afortunadamente extinta, por la que el “mozo” o la “moza” se ponían a disposición del “amo” o el “ama” a tiempo completo de las veinticuatro horas del día a cambio de una contraprestación, parte fiduciaria y parte en especie: la mantenida, y sujeto a un poder disciplinario del empleador, basado en la costumbre (quizá con reminiscencias feudales), que podía considerarse rayano en la humillación.
Su madre enviudó con seis hijos en los tiempos del hambre. La familia había sido desahuciada de la hacienda del señorito por haber hecho caso el padre, durante el turbión de la guerra, a los activistas de la F.N.T.T. (¡la tierra es de quien la trabaja!, conminaban a los aparceros, pistola al cinto) Su madre, de negro ya hasta el alma, salía entonces a los caminos, cogía hierbas de los campos y, en la mísera vivienda que habitaban, las cocía y se las daba a comer. Por eso la puso a servir sin apenas haber ido a la escuela, y por eso ella, a mitad de la segunda inocencia, tuvo que afrontar responsabilidades, aguantar vejaciones y quedarse anclada en el semianalfabetismo a que había sido relegada por una sociedad clasista que duró demasiado.
Ella, a pesar de los golpes duros de la vida, no abandonó nunca el estado de alegría ni el gusto de hacer siempre las cosas como si fuera por primera vez. Creció y se hizo mujer sin que nadie lo supiera, se casó y tuvo hijos con la inercia que da la sangre, y trabajó en todas las tareas de los campos hasta que un día regresó de nuevo al empleo primitivo de su adolescencia: se hizo empleada de hogar por horas, que se decía ya (menos mal), aunque todavía mencionaba a “su señorita”, una anciana rica de cuna que tenía todos los hijos por ahí fuera, con la reverencia antigua, como si el tiempo no hubiera pasado.
Ella, delgada cual un soplo, era para la mesa tan frugal como un pájaro, vestía con sencillez espartana y se aplicaba en cuidar a los suyos, no sólo como la mejor esposa y la mejor madre, sino con la abnegación de una esclava dócil. Por eso ellos no supieron qué hacer a partir de aquel día. Ellos que habían gozado, sin darse cuenta, del regalo del cariño, tuvieron entonces que inventar una explicación nueva sobre la vida cotidiana. Tuvieron que reconocer que cocinar con leña, como lo hacía ella a diario, no era nada práctico, que lavar a mano en la pila del patio, de la manera que ella lavaba siempre, era demasiado penoso, y que fregar el suelo de rodillas, como ella hacía con la misma entrega de cuando, aún niña, le daban la comida por la servida, era ya casi indigno hacerlo en el último lustro del siglo XX. De manera que la lloraron doblemente a cada paso que tenían que dar para continuar la existencia.
Ella, que siempre se lamió sus penas en silencio, jamás dio motivo de preocupación a nadie. Ella, que cuidó enfermos, que lavó pies, que limpió culos, que consoló tristezas y que fregó bacines ajenos, sólo demandó en silencio que la metieran en la caja. Ella, que rayaba en la ubicuidad de tan ligera que iba a todas partes, que de cuándo en cuándo oía misa con unción, que daba de comer a los pobres sin que nadie lo supiera y que, niños nosotros, nos estampaba unos besos plenos y sonoros, cerró los ojos y los labios un día sin molestar a nadie. A ella siempre le gustaba lavarse por la mañana temprano en la pila del corral. Aunque fuera en mitad del invierno. Yo, si no me echo toas las mañanas dos manotás de agua fría a la cara, no me quedo a gusto, comentaba. Y eso mismo acababa de hacer cuando sintió que el suelo de la cocina se inclinó de pronto, que la casa entera se escoraba como un barco a pique y ya nada le sirvió de asidero para mantenerse en pie. Luego en el último destello de consciencia supo que el vaso de leche que tenía preparado para él había caído al suelo y se había roto, supo que la mesa no soportó el embate de su cuerpo derrumbado por el hacha de la muerte, y tuvo, en el límite de la luz y las tinieblas, un relámpago de conocimiento para juzgarse torpe a sí misma y para acordarse de él, que aún permanecía arriba en la alcoba. Después, la vía de dolor que le atravesó el cerebro de una parte a otra, le hizo pasar a otro estado, en el cual, para ella, el mundo había dejado de existir.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"