¿Cómo era la fábula aquella del lobo y el cordero? Ah, sí, era de Esopo (fabulista griego del siglo IV antes de Cristo) y en ella se contaba que, encontrándose a la orilla de un río un lobo y un cordero, le dice el primero al segundo: “te comeré porque me estás ensuciando el agua que he de beber” (disculpen que cite de memoria un texto que no he leído desde mi niñez). A lo que le responde el cordero: “eso es imposible, ya que tú estás más arriba que yo según la corriente del río”. Y dice otra vez el taimado del lobo: “pues si no me la ensucias ahora, te comeré porque me la ensuciaste el año pasado”. Ante lo cual, y con candidez de novicia, se defiende el cordero: “¿cómo lo podría hacer el año pasado, si yo no había nacido todavía?” Y ya, ciego el lobo por atacarle de una vez, arguye: “pues si no fuiste tú, sería tu padre, de modo que te comeré”. Y se lo comió. Porque no se ha hecho para otra cosa el lobo feroz, sino para que se coma al inocente del cordero.
No es mi intención aquí y ahora mancillar la raza ovina comparando a Saddam Husayn con un tierno corderillo; ni tampoco, Dios me libre de hacerlo, quiero tratar con el mismo rasero al canis lupus que a gran jefe Georges Wolf, perdón: Bush. Pero es que ya nadie se traga tanta excusa y tanto pretexto para hacer la guerra al moro. Los inspectores no se creen que vayan a encontrar allí algo ni chispados. Si las armas químicas o bacteriológicas o como demonios les quieran llamar que tenía el moro, y que las gastó en echárselas a los iraníes, fueron las que le vendió USA durante los años en que le estuvo apoyando para que mantuviera a raya el expansionismo integrista del Jomeini. De modo que lo de las resoluciones y los inspectores no son más que ganas de marear la perdiz. Si Irak, después de diez o doce años de bloqueo inmisericorde, no es más que un país empobrecido y arruinado, sólo que con la fachada caudillista y faraónica de un régimen de cartón piedra, que sólo hay que empujarle con el dedo para que se caiga (ríanse ustedes de los referendos con el noventa y nueve por ciento de los votos a favor; aquí también arramblaba Franco –el SÍ para que siga y el NO para que no se vaya, decían algunos sotto voce– y miren en lo que quedó la dictadura: en nada).
De manera que para qué tanto inspeccionar instalaciones precarias y devastadas aún por la Guerra del Golfo y tanto visitar palacios de las mil y una noches y tanto mirar debajo de las camas y hasta en los tupperwares de los frigoríficos por si tiene escondidas ojivas nucleares. Para qué tanto paripé internacional, si gran jefe, lo que pretende, sea por hache o por be, es hacer la guerra (el amor no: la guerra). Y por qué elige hacer la guerra, dirán ustedes, habiendo tanta becaria. Porque gran jefe tiene en sus manos un juguete fascinante (antes sólo disponía de vulgares medios de ejecución civil): el ejército más poderoso del mundo. Y, claro, si no le da juego a esas tropas y no utiliza esa inmensa maquinaria bélica, es como el que tiene un ferrari y no lo pasa de segunda. Además el sector de la industria de guerra tendrá un márketing, digo yo; no van a dejar que se acumulen los stocks de producción sin vender. Porque, qué es lo que desean las empresas funerarias: que haya cuanto más muertos mejor; pues lo mismo pretende la industria armamentística: que la cosa del pegar tiros no se detenga. Ah, y otro asunto: aquí almacenamos la basura nuclear en galerías subterráneas, otros la tienen que cargar en barcos y mandársela a los japoneses para que la reciclen y otros (los muy hijos de la Gran Bretaña) la depositaron en fosas marinas, ahí mismo, enfrente de Galicia (crucemos los dedos). Pero ellos son más listos, ellos meten la mierda de sus centrales nucleares en bombas y las tiran, lejos del suyo, sobre los países pobres, y matan dos pájaros de un tiro.
Ya, ustedes están pensando: no va por ahí la cosa, lo que el yanqui pretende es hacerse con la hegemonía sobre el riquísimo subsuelo del país del Tigris y el Eúfrates, y echar del poder a Saddam como el Ángel de Jehová echó a Adán y Eva del Paraíso, que, según el Génesis, estaba precisamente allí, donde ahora das una patada en el suelo y brota petróleo. Pero yo voy más allá, yo creo que todo líder o todo “héroe” que se precie ha de tener un antihéroe, un malo, vamos, y Saddam, a la luz de nuestro concepto occidental de sociedad, mejor que Fidel, que Gadaffi o que Ben Laden, reúne todas las características para serlo.
De modo que armas, armas, lo que se dice armas de destrucción masiva, donde sí que las hay y en abundancia, entre otros países muy capaces de usarlas (no olvidamos Hiroshima y Nagasaki), es en USA. ¿Para qué tanto buscar la paja en ojo ajeno entonces?
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