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Ya estamos en el 2003. ¿Quién se acordaba de que llegaría este año? El 1999 sí, por aquello de finales del milenio, pues siempre hay alguna sexta milenarista que augura o profetiza grandes catástrofes, cuando no el fin del mundo, teniendo en cuenta las cifras del almanaque. Y del 2000 también, ¿cómo no?, siendo el último año del siglo XX y el último del segundo milenio de la era cristiana, aunque algunos listos (bueno, qué les voy a contar que ustedes no sepan) o despabilados o interesados, o cenutrios (constituimos una sociedad medianamente inculta, de media), se empeñaban en afirmar y proclamar a los cuatro vientos (recuerdo que hasta el Rey, en público –si no cómo me iba a enterar yo–, tuvo que “corregir” a un ilustre personaje, cuya formación académica estaba fuera de toda duda, tan obcecada creencia) que era en enero del 2000 cuando empezaba el nuevo siglo y el nuevo milenio, de forma que muchos pazguatos empezaron, incluso, a poner en duda que mil fueran “diez veces ciento”. Sin embargo era muy fácil: mi abuelo, que me enseñó el abecedario ya en las borias de la infancia, me dijo una vez; “nene, un centuria son cien años y mil un millar”; estaba clarísimo que el cacareado 2000 era el último y no el primero de los dos periodos. El 2000, por otra parte, ya nos lo hubo anunciado Miguel Ríos, de manera “rocanrolescamente” apocalíptica, en una de sus canciones, veinte años antes, de modo que nos sonaba, y muy bien, en boca del cantante granadino.
De otro año que también nos acordábamos que llegaría cuando aún faltaba mucho era del 2001, ¡hombre, qué duda cabe! En principio por las anteriores razones, que no voy a repetir (este año sí que inauguró millar, siglo, por supuesto mes, y, qué curioso, también semana). Pero el 2001 por lo que ya era famoso y estaba grabado en nuestras mentes como una fecha del gran futuro era por la buenísima película de Stanley Kubrick, 2001, una odisea del espacio, realizada en 1968 con el apoyo interesado del gobierno de USA, el cual se encontraba inmerso en el magno Proyecto Apolo y en plena carrera espacial contra la Unión Soviética, a ver cual de los dos países “colonizaba” antes la Luna; de modo que esta maravillosa película del no menos genial Kubrick no sirvió sino para calentar motores en la sociedad norteamericana, que con la conquista del cosmos recomponía su orgullo de poderío mundial, algo decaído por el mal cariz que tomaba la guerra del Vietnam, de donde luego salieron con el rabo entre las piernas (aludo al símil canino, no a otra cosa).
Y otro año que fue pensado como venidero en un futuro (es que me he acordado ahora mismo, disculpen que vaya un tanto a salto de mata) fue el 1984. Pues éste, o sea “1984”, a secas, fue el título de la magistral novela de ciencia ficción de George Orwell (él, que murió en el cincuenta, creo, se ve que le parecía el año 1984 inalcanzable en el tiempo). A propósito, ¿quiénes de ustedes saben qué oscura, represiva y odiosa idea de la trama de esta novela es en nuestros días tristemente famosa? Pues el indiscreto y aborrecible ojo que “ve” las nada interesantes intimidades de unas personas exentas de escrúpulos, morales entre otros, “Gran Hermano”, ese programa basura, producto de los actuales métodos de marketing de la televisión basura (¡y yo que en un tiempo admiraba a la Milá…!), que llega a los hogares con la anticultura, con la desvergüenza ajena (¿no se sonrojarían ustedes de mirar al vecino por un agujerico?, pues eso es “gran hermano”), con la alienación de una “televidencia” enganchada, entontecida y sin tiempo para la reflexión y para “reconocer” lo bueno y lo malo de esta sociedad embrutecida por el consumismo. Lo de Orwell era otra cosa (por qué no lo leen y se enteran), mas no sé, a lo mejor en este libro nos dejó una visión profética..., tendré que reflexionar sobre ello.
Y ya para terminar, he de reconocer que el 2002, antes de llegar, también fue mentado por los cabalistas y por los que hacen mucho juego con las cifras: era capicúa, y los años capicúa no se prodigan mucho (hemos pasado dos en nada de tiempo: el 1991 y el 2002, y ya para el 2112 estaremos todos calvos).
En fin, que este recién nacido año 2003 nos traiga a todos prosperidad, y no sólo en el plano económico que a veces es lo de menos, pues lo importante es ser feliz, y eso nace del interior de la persona. Y si no, ¡oye!, que nos quedemos como estamos.
Ya estamos en el 2003. ¿Quién se acordaba de que llegaría este año? El 1999 sí, por aquello de finales del milenio, pues siempre hay alguna sexta milenarista que augura o profetiza grandes catástrofes, cuando no el fin del mundo, teniendo en cuenta las cifras del almanaque. Y del 2000 también, ¿cómo no?, siendo el último año del siglo XX y el último del segundo milenio de la era cristiana, aunque algunos listos (bueno, qué les voy a contar que ustedes no sepan) o despabilados o interesados, o cenutrios (constituimos una sociedad medianamente inculta, de media), se empeñaban en afirmar y proclamar a los cuatro vientos (recuerdo que hasta el Rey, en público –si no cómo me iba a enterar yo–, tuvo que “corregir” a un ilustre personaje, cuya formación académica estaba fuera de toda duda, tan obcecada creencia) que era en enero del 2000 cuando empezaba el nuevo siglo y el nuevo milenio, de forma que muchos pazguatos empezaron, incluso, a poner en duda que mil fueran “diez veces ciento”. Sin embargo era muy fácil: mi abuelo, que me enseñó el abecedario ya en las borias de la infancia, me dijo una vez; “nene, un centuria son cien años y mil un millar”; estaba clarísimo que el cacareado 2000 era el último y no el primero de los dos periodos. El 2000, por otra parte, ya nos lo hubo anunciado Miguel Ríos, de manera “rocanrolescamente” apocalíptica, en una de sus canciones, veinte años antes, de modo que nos sonaba, y muy bien, en boca del cantante granadino.
De otro año que también nos acordábamos que llegaría cuando aún faltaba mucho era del 2001, ¡hombre, qué duda cabe! En principio por las anteriores razones, que no voy a repetir (este año sí que inauguró millar, siglo, por supuesto mes, y, qué curioso, también semana). Pero el 2001 por lo que ya era famoso y estaba grabado en nuestras mentes como una fecha del gran futuro era por la buenísima película de Stanley Kubrick, 2001, una odisea del espacio, realizada en 1968 con el apoyo interesado del gobierno de USA, el cual se encontraba inmerso en el magno Proyecto Apolo y en plena carrera espacial contra la Unión Soviética, a ver cual de los dos países “colonizaba” antes la Luna; de modo que esta maravillosa película del no menos genial Kubrick no sirvió sino para calentar motores en la sociedad norteamericana, que con la conquista del cosmos recomponía su orgullo de poderío mundial, algo decaído por el mal cariz que tomaba la guerra del Vietnam, de donde luego salieron con el rabo entre las piernas (aludo al símil canino, no a otra cosa).
Y otro año que fue pensado como venidero en un futuro (es que me he acordado ahora mismo, disculpen que vaya un tanto a salto de mata) fue el 1984. Pues éste, o sea “1984”, a secas, fue el título de la magistral novela de ciencia ficción de George Orwell (él, que murió en el cincuenta, creo, se ve que le parecía el año 1984 inalcanzable en el tiempo). A propósito, ¿quiénes de ustedes saben qué oscura, represiva y odiosa idea de la trama de esta novela es en nuestros días tristemente famosa? Pues el indiscreto y aborrecible ojo que “ve” las nada interesantes intimidades de unas personas exentas de escrúpulos, morales entre otros, “Gran Hermano”, ese programa basura, producto de los actuales métodos de marketing de la televisión basura (¡y yo que en un tiempo admiraba a la Milá…!), que llega a los hogares con la anticultura, con la desvergüenza ajena (¿no se sonrojarían ustedes de mirar al vecino por un agujerico?, pues eso es “gran hermano”), con la alienación de una “televidencia” enganchada, entontecida y sin tiempo para la reflexión y para “reconocer” lo bueno y lo malo de esta sociedad embrutecida por el consumismo. Lo de Orwell era otra cosa (por qué no lo leen y se enteran), mas no sé, a lo mejor en este libro nos dejó una visión profética..., tendré que reflexionar sobre ello.
Y ya para terminar, he de reconocer que el 2002, antes de llegar, también fue mentado por los cabalistas y por los que hacen mucho juego con las cifras: era capicúa, y los años capicúa no se prodigan mucho (hemos pasado dos en nada de tiempo: el 1991 y el 2002, y ya para el 2112 estaremos todos calvos).
En fin, que este recién nacido año 2003 nos traiga a todos prosperidad, y no sólo en el plano económico que a veces es lo de menos, pues lo importante es ser feliz, y eso nace del interior de la persona. Y si no, ¡oye!, que nos quedemos como estamos.
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