¿Qué fue antes, la oferta o la demanda?, ¿la gallina o el huevo? ¿Surgió primero la necesidad de comprar o la ventaja de ofrecer? (A propósito, ¿saben por qué todos los pisos que se construyen se venden, al margen de que la especulación del capital campa a sus anchas en la adquisición de viviendas de construcción libre? Muy sencillo, eso se estudia en la primera lección de introducción a la economía: este tipo de bienes, como el pan o la gasolina, presentan una curva de demanda casi vertical. ¿A que si ponen la gasolina a quinientas pesetas el litro, seguimos utilizando igual el coche?, ¿a que sí? Pues eso, que aunque la vivienda suba muy por encima del IPC para enriquecimiento rápido de los constructores, aunque un piso cueste un ojo de la cara, y aunque uno se tenga que hipotecar para el resto de su vida, la gente, como quiera que en este país tampoco hay una tendencia social a alquilar pisos y como quiera que es peor irse a vivir debajo de un puente, prefiere liarse la manta a la cabeza y meterse en los puones de los préstamos hipotecarios.)
Pero bueno, yo iba por otro lado, yo intentaba hacer otra reflexión distinta: ¿Un producto se consume más cuanto más se ofrece, o un sector del comercio florece más si hay más consumidores dispuestos a comprar de ese sector? Lo digo por lo triste que es el hecho de que nuestros jóvenes se alcoholicen cada vez más, y lo vergonzoso que resulta que un tipo de tiendas proliferen y se lucren vendiéndoles bebidas alcohólicas. Yo no sé ustedes qué piensan al respecto, pero a mí me repatean lo mismo los que venden porciones de Satanás a la puerta de una discoteca que los que hacen su agosto cincuenta y dos fines de semana al año despachando botellas de ron, de güisqui, de vodka, de ginebra, de ponche caballero o de coñá soberano a chavales casi imberbes, aunque tenga cumplidos los dieciocho el que se arrima al mostrador, el que pide, el que agarra la bolsa y el que paga. Y, ojo, no estoy comparando: aquellos (los de la puerta de la discoteca) son ilegales o delincuentes, y éstos (los de las tiendas que sacian la demanda de los botelloneros) están dados de alta y pagan sus impuestos en toda regla (se presume), vale; pero qué quieren que les diga: a mí me repatean de igual forma.
Les planteaba la duda inicial porque sé que el consumismo es voraz y el capitalismo no tiene rostro. Aquí no hay conciencia que valga y la honradez se ha mudado a vivir a otra parte. Estoy convencido que el comprar y el ofrecer es el mismo juego y una cosa lleva a la otra. Porque, ¿qué van a hacer ciertos jóvenes (demasiados por desgracia para todos) un sábado a las diez de la noche si la tienda que vende lo que le pidas (se presume que dentro de la ley) está ahí, con sus puertas abiertas, diciendo venid y comprad, destrozaos las neuronas y el corazón para lucro mío, bebed hasta convertiros en jóvenes alcohólicos, emborrachaos y no penséis ahora que la maldita droga (el alcohol lo es) os llevará a ser mañana carne de fracaso? Sí, dirán ustedes, pero también ha influido la caída de los valores morales, una malentendida libertad y una permisividad rayana en la mala educación; y ha influido, cómo no, la tradición nacional de darle al piripi en familia y en cualquier acto social. Ya, pero quien quita la ocasión quita el peligro, ¿no creen? Regularizar de manera más estricta la venta de bebidas alcohólicas fuertes no es nada nuevo: miren a otros países europeos, a los cuales, desde hace años nos gustaría parecernos (en los salarios desde luego). ¿Qué pintan estas tiendas abiertas al reclamo de los jóvenes en horario inhabitual del comercio del ramo? ¿Con qué dinero (ojalá no se lo gasten en botica) llenan su caja un sábado en la noche estos comerciantes? ¡Vayan ustedes y caven, hombre, y no se forren sin escrúpulos (aunque sea de forma legal) a costa de propagar el vicio en quienes han de sustentar la sociedad del mañana: nuestros jóvenes, nuestro hijos!
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