Se habían cometido crímenes más nefandos desde que Caín asesinó a su hermano Abel en los días del Génesis, como por ejemplo el de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, llevado a cabo por la milicia libanesa Falange Cristiana, de Elie Hobeika, durante los días del 16 al 18 de septiembre de 1982, con el apoyo, presencial y armamentístico, del Ejército de Israel, cuyo Ministro de Defensa era Ariel Saron, actual Jefe de Gobierno de ese país, donde fueron torturadas, mutiladas y degolladas, familias enteras (en su mayoría mujeres, ancianos y niños) hasta un total que superó los tres mil muertos. Pero nunca antes el terrorismo internacional (grave enfermedad social de nuestro tiempo) logró asestar un golpe tan arriesgado, cruel y homicida, como el realizado en Nueva York en septiembre del año pasado por los fanáticos asesinos de Al-Qaeda.
Se habían perpetrado otras matanzas de inocentes desde que ocurrió aquella bíblica de los tiempos de Herodes el Grande, como por ejemplo la ordenada por el Presidente Truman de los Estados Unidos de América (USA), el 6 de agosto de 1945, sobre la ciudad de Hiroshima, y tres días después sobre Nagasaki, donde murieron más de doscientas mil personas (parte de ellas abrasadas vivas, fulminadas, desintegradas, por el efecto devastador de las dos bombas atómicas, que, con esa ironía que gastan los dioses, los prepotentes o los cínicos, llevaban escritos los nombres de “Little Boy” y “Fat Man”, respectivamente). Pero jamás el Mundo había visto en directo, por televisión, el semblante horrible de infierno, como se pudo ver el día 11 de septiembre de 2001, cuando perdieron la vida cerca de tres mil ciudadanos en el espantoso y sobrecogedor atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Manhattan.
Había habido otras devastaciones urbanas con aniquilación masiva de sus habitantes desde el bíblico exterminio de Sodoma y Gomorra bajo la ira de Yahvé, como por ejemplo la destrucción de Dresde a manos de la R.A.F (Fuerza Aérea del Reino Unido de la Gran Bretaña) y de la aviación americana de U.S.A., durante los bombardeos masivos del 13 y 14 de febrero de 1945, sobre el casco histórico de la ciudad y sobre su población civil, donde perecieron en torno a doscientas cincuenta mil personas (en su gran mayoría refugiadas: hijos, madres, ancianos, sin escapatoria alguna bajo las bombas incendiarias que lanzaba las “fortalezas volantes”). Pero nunca antes un genocidio, aunque ochenta veces menor en número de víctimas que el perpetrado en dicha ciudad alemana, tuvo un eco internacional y produjo un dolor tan solidario en todo Occidente, como el ocasionado por los camicaces integristas de Ben Laden en el corazón del orgullo norteamericano.
Se conocían y se conocen otros crímenes contra la Humanidad desde que Sansón murió matando a cerca de tres mil filisteos, según el Antiguo Testamento, como por ejemplo el absurdo e inútil bloqueo que los Gobiernos de U.S.A. y de los de países afines vienen manteniendo contra Irak desde 1990, tras una espantosa guerra, la del Golfo, devastadora y mal acabada, donde la victoria fue del vencido por decisión inexplicable del vencedor, bloqueo por cuya causa se estima que ha perecido más de un millón de seres inocentes (en su mayoría niños), víctimas de malnutrición y de carencia tanto de medicamentos como de bienes de primera necesidad; bloqueo, que, lejos de hacer capitular al régimen irakí y provocar la caída de su Presidente, éste lo rentabiliza en adhesión patriótica, cosa bastante común entre dictadores que practican el caudillaje. Pero nada tan sobrecogedor como ver, hasta el hartazgo y, simultáneamente, a través de todas las cadenas de televisión, saltar las personas al vacío por las ventanas, y contemplar el derrumbamiento dantesco de todo un símbolo del poder económico mundial, como era el World Trade Center.
Y se sabe muy bien que hoy están muriendo miles de personas en el mundo a causa de la injusticia con que algunos países, regímenes, gobernantes o empresas multinacionales acaparan, explotan y esquilman los recursos del Planeta, pero no es lo mismo matar que dejar morir (¿o sí es lo mismo?). Se sabe muy bien que, desgraciadamente, todos los muertos no son iguales (aunque deberían serlo, ¿no?). Y sabemos perfectamente que un atentado proveniente del fundamentalismo islámico, tan execrable y cruel como el de estrellar dos aviones cargados de pasajeros contra las torres más altas de la ciudad más importante del país más poderoso, no sólo ha servido de justificación para arrasar completamente Afganistán, lanzando bombas caras sobre muertos pobres, sino que será en adelante la referencia y el hecho a tener “siemprepresente” en las próximas campañas bélicas contra el Moro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario