Nadie debería morir, pero el Señor es bueno y a veces hace un milagro y se lleva al Cielo a alguno de sus hijos de manera oportuna (a lo mejor hay un cielo para los etarras, para los arrepentidos, claro. Por qué no vamos a pensar que en el último instante de su desgraciada vida, alguno de ellos sienta un relámpago de arrepentimiento y se produzca entonces más alegría en las regiones celestiales que por cien justos). Sabemos, por otra parte, que no está bien regocijarse de la muerte de nadie, y que tenemos que perdonar a los que nos ofenden y amar a los que nos odian y hacer el bien a los que nos hieren y rogar por quienes nos matan (somos cristianos, ¿no?, o sociológicamente cristianos, al menos), pero si a dos de estos hijos del mal, de estos lobos sin alma, de estos bordes sin corazón, les ha explotado en las manos la bomba con la que iban a asesinar a personas inocentes, alabado sea Dios.
Ahora se removerá el avispero, como siempre. Se echarán a la calle las hordas salvajes: los violentos, los agitadores y los indeseables, con la consigna bárbara de romper mobiliario urbano, de destrozar bienes públicos o privados, de amedrentar a la ciudadanía, de crispar la convivencia cívica entre las personas de bien, de alimentar la discordia y de meter el miedo en el cuerpo a quienes sólo desean poder vivir en paz. Y asomarán la jeta, con su arenga chulesca y desvergonzada, los cínicos, los que están por la intolerancia, los que defienden el totalitarismo, los que desprecian la vida de los demás, los que desearían implantar en esa comunidad autónoma española el estalinismo feroz de las purgas y eliminar del sistema social a todo el que no piense igual que ellos. Y estos cínicos, con el pretexto de jalear a sus muertos, a sus malditos héroes de la cobardía, a sus asesinos del pueblo, con la intención quizá de homenajearlos y de presentar a sus cachorros el ejemplo indigno de sus acciones criminales, o con la excusa de avivar en sus filas el sentimiento equívoco de un patriotismo pervertido; estos aprendices de fascistas, que siempre han menospreciado las instituciones legales y la voluntad democrática de sus propios conciudadanos, intentarán provocar a las autoridades y manifestarse ilegalmente en la calle con sus lemas nacionalistas radicales, con su absurda reivindicación sobre los presos terroristas y con sus banderas españolas (ojo, la bandera del País Vasco, como la canaria, la gallega o la murciana, por no citar las diecinueve, no es más que una enseña legalmente española, pues hay que diferenciar entre “banderas españolas” y “la bandera de España”).
Mientras tanto, los “arzalluces”, primos hermanos políticos de los anteriores, los cuales se mantienen siempre en un peligroso tira y afloja de ambigüedades y que, a la más mínima, se muestran partidarios de romper la baraja, puede que sigan con la táctica del “quiero y no quiero” o “del tócame Roque” con el fin de “mantener” el voto nacionalista democrático de orden, digamos, y “conquistar” además el voto radical procedente del sector violento e intolerante, cuya representación política actual queda fuera de la ley.
No obstante, por desgracia, la víbora continua generando dolor y muerte allá donde puede lanzar sus ataques insidiosos y llegar con su ponzoña, pues ante la víbora, al decir de un hombre sabio: o se le aplasta la cabeza o se le mantiene lejos, sin embargo hay todavía demasiados encantadores de serpientes que ven en la víbora el medio de conservar sus arcanos intereses o de lograr sus turbios objetivos. Mas, de las que explotan en la entrepierna de los propios asesinos cuando preparan una acción criminal (el Señor me perdone), ¡que vengan bombas!
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