Al abajo firmante, lo que más le fascina de Asimov es cómo explica la vastedad cósmica en sus libros sobre el Universo. De acuerdo que Hawking es el sabio entre los sabios, es el hombre-máquina, es la mente prodigiosa atrapada en la ruina de un cuerpo, es, posiblemente quien más cerca esté de comprender la relación de Dios con las estrellas. Pero Asimov es otra cosa. Isaac Asimov, con una sencillez científica digestiva para el estómago profano, es capaz, en sus escritos, de hilar los conocimientos –pobres hasta hoy, desde luego– que el hombre ha adquirido sobre los astros, desde que un día se irguió para mirar el cielo.
El comenzar aquí mentándoles a estos dos autores sobre el Cosmos, no es porque tenga la intención de hablarles en este momento de su obra (interesantísima y que les recomiendo), ni de ellos mismos, aunque con cuatro apuntes biográficos me saldría un artículo bordado; ni mucho menos me atrevería (pobre de mí) a meterme en harina astronómica. A lo que vengo, sin embargo, es a que cada vez más el hombre le vuelve la espalda al cielo (así con minúscula). Porque, ¿quién de ustedes se ha recostado en mitad del campo una noche de agosto a contar estrellas fugaces? Les aseguro que no sólo es un gozo perdurable en la memoria, sino que además, encararse a la noche estrellada, observar los incontables puntos luminosos que se pierden en el vértigo de las distancias, y saber que todo, todo, se está moviendo con precisión de maquinaria suiza obedeciendo leyes universales y eternas, produce un estado mental de paz y de creencia de que, a pesar de nuestra pequeñez, somos alguien y de que allí, donde sea, fuera del espacio y del tiempo, hay también Alguien, pues del caos, por azar, no nace el orden.
¿No llevan los maestros a sus alumnos a ver museos de ciencias, a ver museos de arte, y exposiciones, planetarios o catedrales? ¿No les dicen, implícitamente: esto lo ha hecho el hombre, esto proviene de la genialidad humana, esto demuestra lo que el hombre es capaz de realizar...? ¿Por qué no se van también a un monte (detrás de la Atalaya mismo) en mitad de la noche a ver la más grande de todas las obras, a la cual pertenecemos y estamos engarzados como átomos de inteligencia?
De modo que, con la entrada de la calor, quien les habla propone que hagan una salida nocturna, en buena compañía, que se alejen de la contaminación lumínica de la ciudad, y contemplen la Vía Láctea: nuestra galaxia, con sus más de cien mil millones de soles.
¿No creen que, con lo chungas que van las cosas, ahora sería buen momento para reencontrarse uno mismo y descubrir su estrella Polar? Ahora que el clero vasco se pringa en política (como si su “Reino” fuera de este mundo, ¡válgame Dios!), ahora que estamos tan sensibilizados con las “judiadas” que hace el ejército de Sharon a los pobres palestinos, y tan impermeabilizados ante las masacres que los terroristas palestinos, con la aquiescencia, el aplauso o la colaboración de los suyos, cometen en la población israelí; ahora que el honor de España se lo juegan once tíos en calzones, no estaría de más mirar al cielo de vez en cuándo. Ahora que al anciano Papa le rehuye el abrazo el mandamás de la Iglesia Ortodoxa búlgara (donde las dan las toman Sr. Wojtyla, ¿se acuerda de aquel viaje al Cono Sur americano, cuando el avión papal hizo escala en Nicaragua y le recibió el Gobierno comunista de Daniel Ortega y uno de sus ministros, que era cura además, fue a besarle la mano y usted se la retiró, y al otro día no tuvo reparo en darle la Hostia a Pinochet?, pues eso), ahora que los Bush y los Puttin han decidido que en lugar de poseer armamento nuclear para arrasar la Humanidad veinte veces, sólo van a guardar bombas para destruirla diez, ahora que un ciezano está a punto de cabrearse con sus euromillonarios peloteros para ver si pasan de octavos, no estaría mal levantar la vista a las estrellas. Y ahora que los catalanes no quieren ni oír hablar de mezquitas (que Alá los proteja), a pesar de que África puede empezar no sólo en el Ejido, sino en cualquier otro lugar de España: en Cieza, por ejemplo, y ahora que Gibraltar comienza a ser un poco menos objeto del deseo de los ingleses y Marruecos se sigue dando por humillado y ofendido, y ahora que ya no puede asustar a nadie el coco de la huelga general si nuestros tuercebotas, en Corea, salvan la honra (aunque sea sin barcos, de pesca), a buen seguro que nos vendría bien, con los pies en la tierra, contemplar de noche el firmamento. Y si no, sepan que ahí fuera, hay algo tan grande y con tanta energía que es preciso la existencia de Dios para que funcione. Y funciona.
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