INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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1/6/02

Los Casones de Cieza


¿Vive gente todavía en Los Casones? Ahora los llaman “Casas del Toledillo” y, sí, aún hay personas que tienen por allí el domicilio, aunque tengo mis dudas de que utilicen las cuevas para vivir. De todas formas, con el agua potable, la luz eléctrica y la horrible presencia de la autovía, que ha devorado parte del paisaje pétreo, cortando de un tajo bestial los losados de más arriba de la Fuente del Ojo, los Casones se han quedado un tanto desprovistos de esa aura miserable y esa honda connotación de pobreza infame que venía a la mente con el sólo hecho de mencionar la palabra “casones”.

Hay un librillo, que les recomiendo (a quienes todavía no lo hayan leído): Réquiem por un Campesino Español, de Ramón J. Sender. ¿Cómo se puede escribir una historia con tanta sencillez, tanta profundidad y tanta sensibilidad? ¿Y cómo se puede construir, en menos cien páginas, un relato tan conmovedor y elocuente sobre la injusticia social de la España de primeros de siglo XX y del revanchismo criminal de los victoriosos del treinta y nueve? Bien, pues en un pasaje de esta novelilla (es éste uno de los libros que releo a veces por puro placer, como los de Rulfo) se menciona la penuria de habitar en cuevas. Es cuando Mosén Millán, el cura, va con Paco, el monaguillo, a las afueras del pueblo, “donde ya no había casas y la gente vivía en unas cuevas abiertas en la roca”, a darle la extremaunción a un viejo que se muere en la indigencia social y, según el cura, en la afrenta familiar por tener un hijo encarcelado. Eran tiempos, los que se narran en esta obra, de vergonzante pobreza para el país y de tremendas desigualdades de las clases sociales, que, luego de entrar en odiosas fricciones políticas, abocaron irremediablemente en la tragedia de la guerra civil. Pero aún así, salvando las diferencias temporales, este detalle (el de presentar el hecho de que las personas vivan y mueran en paupérrimas cuevas) en el desarrollo de la trama de Sender, me recuerda siempre a Los Casones de Cieza. Y me vienen a la memoria, no ya las imágenes menos lejanas, de cuando, zagalotino, me gustaba explorarlo todo y subía alguna vez que otra por aquellos andurriales y veía, anegados de miseria, a niños o a mujeres o a hombres que, marcados por el estigma de la marginación (ser “casonero” entonces, en Viernes Santo por ejemplo, se percibía por las calles del pueblo a la legua), se cubrían con andrajos sucios por entre los palerales; ni tampoco las otras más próximas, cuando años después, en el ejercicio de mi profesión, entré en alguna de las cuevas-vivienda (había una mujer gitana –recuerdo–, que vivía sola en un casón, ya mayor la pobre, más honrada que el pan, que luego se bajó a vivir a las “Casas Blancas”, y hace años que no veo); no, el recuerdo indeleble que me visita en dicha lectura, como a Paco, el protagonista de la novela, que fue víctima de la represión implacable por buscar la justicia y por confiar en Mosén Millán, quién optó por nadar y guardar la ropa, es el de la primera vez que subí a Los Casones.

Recuerdo que era tan niño entonces que mi abuelo (en su memoria vayan estas humildes líneas) me tenía que llevar de la mano, y, sin embargo, puedo evocar todavía, como si hubiera sido ayer mismo, aquella sensación sórdida y maloliente, aquella visión de un techo mal excavado en la arenisca, a medio pintar con cal, y de unas paredes a trechos revocadas de yesón y revestidas a trechos con estampas de almanaque o suciedad simplemente y cagadas de moscas.

Los Casones, paradigma, como en otros muchos pueblos, de una vergüenza nacional, han estado ahí tantos años, que eran (¿o son?), más que Cieza en sí, una excrecencia urbanística, un anexo poblacional soportable y un ejemplo vivo de subdesarrollo a la espalda del pueblo. (Unos años después, el benefactor Don Mariano Camacho donaría unos solares cerca de "los Salesianos" para que hicieran pisos para pobres y les proporcionaran viviendas a los casoneros que quisieran abandonar aquel lugar de la Sierra de Ascoy).

Llevo grabado en la memoria que mi abuelo, luego, aquella misma tarde, después de haber visitado, no sé por qué, a una familia que vivía en los Casones, me llevó, por un sendero entre oliveras que orilleaba unas balsas de cocer esparto, a la Estación a conocer el tren. Y fue la primera y la última vez que yo he visto una locomotora a vapor funcionando y lanzando hoscos resoplidos por entre la bielas, que se movían aparatosamente como las articulaciones de un enorme insecto prehistórico.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"