Con la que está cayendo por ahí (que si Xabier Arafat, que si Yasser Arzalluz, que si los tanques judíos –¡pues no son nadie los judíos...!–), el contenido de mi artículo pudiera parecer peccata minuta, pero el objetivo localista de éste hace que me enfrasque una vez más en las cosas de aquí. De modo que pasada ya la semana de los pitos y los rataplanes, y vueltos a la cotidianeidad de nuestros quehaceres, no les quiero cansar más que con unas breves reflexiones sobre los acontecimientos vividos (soy consciente de la importancia, desde el punto de vista sociológico al menos, de la Semana Santa en Cieza).
La primera es sobre la presencia de los ausentes, esos ciezanos (¿sólo son ya ciezanos o poseen una ciudadanía híbrida que casi les hace ser de ninguna parte?) que vienen una o dos veces al año, y que en algunos casos, a través de ellos reconocemos lo dramático del paso del tiempo. Les juro que dudaba –y eso que he estrenado gafas hace bien poco– de si aquel tipo añoso, sobrado de kilos y medio calvo, del otro lado de la calle era el compañero de instituto, ligón y juerguista y guaperas, con el que tan buenos ratos quitábamos a las horas nocturnas de estudio. En él he visto que no hay nada como vivir uno en su pueblo. Nada como ir saludando a cada paso a nuestras amistades. Nada como ver día a día hacerse hombres y mujeres nuestros niños y jóvenes de Cieza. Sin embargo allí estaba él (otrora guitarrero y chistoso), güevón y apavado, en compañía de su oronda esposa y de sus hijos adolescentes, los cuales se aburrían de lo lindo por no ser de aquí y no importarles ya lo nuestro.
La segunda reflexión es acerca del despliegue televisivo. ¿No desnaturalizaron un poco el desfile procesional a gusto de los técnicos? ¿No estaban fuera de lugar las feísimas vallas negras con que atajaron la Esquina del Convento? ¿No se pasaron un poco al imponer “su” horario, que obligó a acortar el recorrido y dejar sin procesión las calles Mesones y Cadenas? Oiga usted, televise nuestra procesión tal como es, con todo el calor de su público. Adáptese usted al ritmo y la forma y no imponga lo contrario. Muy bien, sin embargo, los comentaristas.
Lo de las chicas cargando los tronos, no lo veo como algo extraordinario (¿por qué les aplaudía la gente entonces?). Lo veo normal. Lo que no sería normal es que sólo se permitiera salir de andero a los hombres o de andera a las mujeres. Vamos a la igualdad desde la diferencia y la normalidad. No es normal vedar para uno de los dos sexos la participación en cualquier ámbito de la vida. La mujer, biología aparte, puede competir con el hombre en cualquier actividad. Que lo haga. Que no esté esperando el favor del hombre o utilizando la discriminación positiva y condescendiente (no me presentaría nunca a un concurso literario, por poner, que fuera sólo para hombres). Sólo hay que echarse para adelante, en igualdad, y sobresalir, si se vale.
La cuarta reflexión me viene a la cabeza evocando la imagen y el aspecto que presentaba la calle San Sebastián, por centrarme en un tramo del itinerario, ratos antes de llegar la procesión. ¿Han dicho ustedes que quieren que se catalogue la Semana Santa de Cieza de “interés nacional”? ¿Han visto la alfombra de cáscaras de pipas, de bolsas de golosinas y otras inmundicias que dejaban en la calle un sin número de chitos y chitas sentados en el suelo? Hasta litronas he visto yo, ¿se lo pueden creer? Aunque sigo pensando que la culpa es de los curas, ¿o es que no tienen nada que decir en asuntos sacros? Ya me entienden: sancta sancte tractanda sunt, y en ciertas condiciones que no salga ni la Virgen.
En fin, terminando ya, y para que vean que no todo va a ser negativo, les propongo para su análisis una imagen piadosa: la de los “dos Pacos”, hombro con hombro como un solo hombre, soportando bajo la misma vara (la unión hace la fuerza) el peso expiatorio de la Cruz de Cristo. No les digo más.
La primera es sobre la presencia de los ausentes, esos ciezanos (¿sólo son ya ciezanos o poseen una ciudadanía híbrida que casi les hace ser de ninguna parte?) que vienen una o dos veces al año, y que en algunos casos, a través de ellos reconocemos lo dramático del paso del tiempo. Les juro que dudaba –y eso que he estrenado gafas hace bien poco– de si aquel tipo añoso, sobrado de kilos y medio calvo, del otro lado de la calle era el compañero de instituto, ligón y juerguista y guaperas, con el que tan buenos ratos quitábamos a las horas nocturnas de estudio. En él he visto que no hay nada como vivir uno en su pueblo. Nada como ir saludando a cada paso a nuestras amistades. Nada como ver día a día hacerse hombres y mujeres nuestros niños y jóvenes de Cieza. Sin embargo allí estaba él (otrora guitarrero y chistoso), güevón y apavado, en compañía de su oronda esposa y de sus hijos adolescentes, los cuales se aburrían de lo lindo por no ser de aquí y no importarles ya lo nuestro.
La segunda reflexión es acerca del despliegue televisivo. ¿No desnaturalizaron un poco el desfile procesional a gusto de los técnicos? ¿No estaban fuera de lugar las feísimas vallas negras con que atajaron la Esquina del Convento? ¿No se pasaron un poco al imponer “su” horario, que obligó a acortar el recorrido y dejar sin procesión las calles Mesones y Cadenas? Oiga usted, televise nuestra procesión tal como es, con todo el calor de su público. Adáptese usted al ritmo y la forma y no imponga lo contrario. Muy bien, sin embargo, los comentaristas.
Lo de las chicas cargando los tronos, no lo veo como algo extraordinario (¿por qué les aplaudía la gente entonces?). Lo veo normal. Lo que no sería normal es que sólo se permitiera salir de andero a los hombres o de andera a las mujeres. Vamos a la igualdad desde la diferencia y la normalidad. No es normal vedar para uno de los dos sexos la participación en cualquier ámbito de la vida. La mujer, biología aparte, puede competir con el hombre en cualquier actividad. Que lo haga. Que no esté esperando el favor del hombre o utilizando la discriminación positiva y condescendiente (no me presentaría nunca a un concurso literario, por poner, que fuera sólo para hombres). Sólo hay que echarse para adelante, en igualdad, y sobresalir, si se vale.
La cuarta reflexión me viene a la cabeza evocando la imagen y el aspecto que presentaba la calle San Sebastián, por centrarme en un tramo del itinerario, ratos antes de llegar la procesión. ¿Han dicho ustedes que quieren que se catalogue la Semana Santa de Cieza de “interés nacional”? ¿Han visto la alfombra de cáscaras de pipas, de bolsas de golosinas y otras inmundicias que dejaban en la calle un sin número de chitos y chitas sentados en el suelo? Hasta litronas he visto yo, ¿se lo pueden creer? Aunque sigo pensando que la culpa es de los curas, ¿o es que no tienen nada que decir en asuntos sacros? Ya me entienden: sancta sancte tractanda sunt, y en ciertas condiciones que no salga ni la Virgen.
En fin, terminando ya, y para que vean que no todo va a ser negativo, les propongo para su análisis una imagen piadosa: la de los “dos Pacos”, hombro con hombro como un solo hombre, soportando bajo la misma vara (la unión hace la fuerza) el peso expiatorio de la Cruz de Cristo. No les digo más.
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