Pues sí, bien mirado, lo mejor que podían haber hecho es escolarizar cuanto antes a la niña esa marroquí. Para qué dar tanta caña a los medios de comunicación, siempre ávidos en este tipo de sucesos. ¿No somos tolerantes y pacientes con tantas otras cosas, más ofensivas si cabe, de nuestros propios compatriotas, y nos aguantamos? ¿No tenemos que dar, precisamente, ejemplo de ser más demócratas, y más comprensivos con las diferencias culturales, étnicas y religiosas de quienes llegan, con el pelo aún de la dehesa, que lo son en sus propios países de origen? ¿No presumimos de poseer una sociedad más avanzada, más libre y más igualitaria que la que ellos abandonan a la pura fuerza para venir aquí? ¿No deploramos los integrismos y las prácticas religiosas a través de las cuales se llega a situaciones depravantes para el ser humano, como la de cubrir el rostro a las mujeres, relegarlas a la condición de esclavas o mutilarlas en sus genitales? ¿Y no intentamos huir siempre de los corsés oscurantistas, de las tradiciones absurdas y de la imposición por la fuerza de aquellas cosas que hoy pensamos que han de ser de una manera, pero que con el tiempo, quizá, puede ser que las veamos de otra?
Desde luego no estamos ya en los años en que, por desgracia, se solía imponer la cruz con la espada. Ni, al revés, tampoco es deseable la abolición de los signos de pertenencia a una religión, aunque sea con la ley en la mano, para aquellas personas que quieran ostentarlos (al fin y al cabo ¿no es el hombre, por definición, un animal religioso?). Y la pobre chica esa –Fátima ¿no? (tiene nombre de aparición mariana y de misterio papal, mira por dónde)–, ¿qué culpa tiene ella de haber nacido en el seno de una cultura religiosa tan retrógrada con la mujer como el Islam? ¿Qué diríamos nosotros si a una monja española, en la India por ejemplo, para impartir clase a los niños, la obligaran a despojarse de sus hábitos y a vestir el shari?
Hombre, si hay que ser respetuosos con el prójimo en lo tocante a los asuntos del cuerpo, mucho más se debe de ser en lo referente las creencias del alma. No olvidemos que somos una sociedad cristiana –hablo en términos sociológicos, con todo lo que ello conlleva (en España se puede ser religiosamente ateo pero sociológicamente cristiano, pues no en vano muchos de nuestros valores morales –igualdad, solidaridad, justicia, tolerancia, perdón, respeto al semejante, etc.– que imperan en nuestras normas y en nuestro sentir ya fueron dichos por Jesucristo, aquél hombre que hablaba como Dios, hace dos mil años).
Qué más da que la pobre chica, ya cumpliendo los preceptos del Profeta, ya obedeciendo el mandato cerril de su padre, lleve la cabeza cubierta dentro de las aulas. Lo importante es que aprenda todo lo bueno que nuestro sistema educativo puede ofrecerle, que tal como van las cosas puede que no sea mucho. Qué más da que parezca que la directora del centro ha tenido que capitular ante órdenes superiores. Que más da que el padre de la niña, ufano, sienta la impresión de que ha vencido, y, después de tener a su hija tres meses sin llevarla al colegio por una cabezonería ilógica, sea objeto de entrevistas televisivas como si fuera un héroe. Y qué más da que muchos de estos hombres vengan aquí a ha hacer valer sus derechos, a hablar en contra de nuestra propia Administración, siendo capaces hasta de asaltar la sede del Defensor del Pueblo, y se salgan luego con la suya en cosas tan vergonzosamente pírricas. Desde luego, en su país no harían tanto. Allí su reyezuelo, considerado como un semidiós, y dueño de las mayores riquezas que pueda albergar la nación, es capaz de mandar (de tal padre, tal astilla) a cualesquiera de sus súbditos a una prisión del Atlas por quítame allá estas pajas. Aquí en Cieza hay también chicas árabes en las aulas; son compañeras y amigas de mis hijas; las he llevado en mi coche a la piscina, las he visto vestidas de carnaval. Quieren vivir aquí, les gusta nuestro pueblo, les gustamos nosotros y han decidido integrarse. Por eso (al país que fueres / haz como vieres), aunque sus madres siguen llevando sus atuendos, pues son incapaces de viajar en el tiempo 622 años, ellas, las niñas, serán el día de mañana unas ciezanas libres y conscientes de que poseen, a cabeza descubierta, los mismos derechos que los hombres.
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