Educación vial, educación cívica, educación sexual... El problema es uno: la falta de educación, en general. El hombre, como especie, no es nada sin el amparo y la protección de la sociedad. El hombre es, principalmente y antes que nada, animal social. Todo lo que hoy es el hombre se lo debe históricamente a la sociedad. De ésta extrae los valores, la cultura, las normas de comportamiento y el saber (el mito de Tarzán es antropológicamente falso, pues un ser humano aislado desde su nacimiento carece de la más elemental escala de valores: no distingue el bien del mal). De ahí que una sociedad más o menos libre, pacífica, justa, solidaria o educada genere individuos más o menos capaces de convivir en armonía. Es por eso que la sociedad debe ser protegida ante la barbarie. Y es por eso que, a través de los mecanismos sociales establecidos, se debe ponderar y perseguir como objetivo principal la educación de las personas (recuerdan el proverbio chino: “...y, si quieres hacer planes a largo plazo, educa hombres”).
Pero, a veces, se quiere parcelar, acotar las enseñanzas para llegar por un atajo al problema. Y nada: ocurre que el individuo (entiéndase esta palabra exenta de cargas peyorativas) conoce las normas de tráfico, pero no las respeta. Sabe cómo hay que circular, pero no le importa causar molestias o riesgos al resto de las personas. De esto se deduce que el individuo no tiene bien formada su escala de valores. No reconoce el derecho a la libertad de los otros. No ha mamado el comportamiento cívico en general en la familia, ni se lo han inculcado de manera básica en la escuela. Y, ocurre (de aquellos polvos: estos lodos; siempre) que, tan faltas de educación son saltarse semáforos en rojo, circular en moto por las aceras o hacer carreras ruidosas por calles céntricas, como lo son destrozar mobiliario urbano, estropear jardines o sacar los perros a defecar por las calles (¡qué vergüenza!: un día me dijo alguien de fuera que Cieza era el pueblo de los cabizbajos, por tener que ir siempre uno mirando donde pone los pies. Y esto fue hace años, cuando hasta una ‘primera dama’ –recuerdo– no se privaba de que su perro ensuciara las calles céntricas. Mas desde entonces seguimos en las mismas). Y, tan faltas de educación son, circular de noche sin luz, aparcar los vehículos sobre las vías peatonales o no obedecer las normas de autoprotección, como lo son sacudir ‘mopas’ y alfombras por las ventanas, ensuciar de cualquier forma los espacios públicos o no respetar la propiedad privada.
Si una sociedad se despreocupa de la educación de las personas, a la larga, se vuelve decadente y se destruye a sí misma. Y mira que los poderes públicos poseen mecanismos para influir, convencer u obligar (el sancionador debería ser el método a utilizar en muy raros casos). Pero nada. Sin embargo, ahí están los medios de comunicación y su poder de influencia. La televisión, sobre todo, que entra constantemente en la intimidad del hogar (lo que diga la televisión va a misa). Y no es por falta de medios económicos, no. Hay perras para otras cosas. Está claro que se prioriza lo más tangible, aquello que más se ve, lo que es inaugurable; lo que cuatrienalmente es ventajoso, en definitiva (aunque luego se malcuide, se arrumbe y se deje estropear, víctima de la mala educación).Educar en libertad, en definitiva, es enseñar a todo el mundo lo que son las libertades individuales y sus límites, lo que son los derechos de las personas y lo que son las reglas de convivencia social y el respeto al prójimo. No es efectiva la educación por parcelas. Aquél que no sabe ceder el paso a alguien ante una puerta, si puede, tampoco lo cederá ante una señal de tráfico, y quien es capaz de molestar sin recato a sus semejantes, lo será también de conducir bebido. Mas si se educa integralmente a los individuos, lo demás, está claro, vendrá por añadidura.
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