Habemus euros (por cierto, ¿se han dado cuenta de la incorrección gramatical en los billetes y monedas españoles?). La nueva, y primera, moneda de la Unión Europea ya es realidad. Y para este cambio tan trascendente se ha vendido millones de calculadoras con conversión directa. Se ha tenido que cambiar y ajustar incontables máquinas que funcionan con monedas. Se ha revisado y renovado miles y miles de cajas registradoras. Se ha puesto al día complejos sistemas informáticos y se ha introducido nuevos programas en ordenadores profesionales. Y, además, se ha impartido cursos, se ha dado charlas y se ha hablado hasta el éxtasis en foros, conferencias, mesas redondas y buses itinerantes (todo un negociazo). Pero al fin el euro ya es moneda palpable de curso legal.
¿Y qué ganamos con el euro? Hombre, macroeconómicamente es ventajoso, qué duda cabe (sobre todo para un país como España, que tenía una moneda débil: la peseta –todo el mundo sabe que cuando nuestros petroleros han ido a cargar crudo al Golfo Pérsico, en los Emiratos Árabes Unidos, en Qatar, en Kubait o en Bahrein, por poner, hasta ahora han tenido que apoquinar con dólares USA, que ha sido la única guita interesante para los jeques–). Por otra parte, la moneda única, como elemento cohesionante entre las naciones de la Unión, pues sí, porque si no, qué nos va a unir a nosotros con un alemán, o con un noruego, o con un belga; y si queremos caminar hacia una superestructura política cada vez mayor, lo principal es el ‘dineuro’ (iba a decir: la ‘pela’).
Pero aún así (continúo con mi petera), los de aquí, los que como mucho veraneamos en Mazarrón, los que no vamos a hacer transacciones comerciales con el exterior y los que no tenemos pensado ir ni a Andorra, que es lo menos, ¿qué sacamos de provecho con la nueva moneda? Hombre, no sé, pues en algo nos repercutirá, hay que ser siempre positivos. Ya, pero los que perdemos, nunca ganamos. Vamos, los consumidores, que seguimos cobrando igual salario y pagando más por todo.
El río revuelto del cambio de moneda era de esperar. Por más que los gobernantes digan que no hay por qué subir los precios, la verdad es que muchos hemos perdido poder adquisitivo. Y no me refiero, claro, a los productos o servicios que han subido porque tenían que subir el uno de enero, como los peajes, el tabaco, el butano, o yo qué sé, sino a todos aquellos artículos o servicios que al convertir su precio sale una cifra poco redonda, manejable, atractiva o, en algunos casos, psicológica. Entonces hay que ‘acomodar’ el precio (se llama así, y no: redondear, que es eliminar decimales); y, claro, el comerciante no va a ‘acomodar’ a la baja, eso sería de tontos (me contaba un amigo hace unos días: “anda, que llevo un mes de diciembre acomodando los precios...”). Porque muchos han madrugado en esta tarea, y la vienen haciendo con tiempo (ejemplo: si una entrada de cine valía 575 pesetas, al cambio hubiera sido 3’46 euros, cifra poco redonda, al parecer; así que acomodamos el precio a 4 euros, aunque la subida sea de un 15’75%, muy por encima del IPC, ¿verdad?; pues lo mismo con muchos otros productos. Paradigma, sin ir más lejos, de acomodamiento de precios, el de este periódico, con una subida del 10’9%, buscando la monedita. Como verán: aquí el que no corre, vuela).
Pero qué se le va a hacer: ahora, lo que toca es comparar precios, llevarse ojo con los cambios, y adquirir el mismo producto allá donde nos cueste menos céntimos (si podemos). Ah, e iremos pensando también a qué moneda le vamos a llamar ahora ‘duro’, pues aunque hayamos perdido la peseta, hemos de conservar el duro (digo yo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario