Ellos saben que no está bien. Ellos, precisamente por esa faceta de acto repudiable, aun dentro de la permisibilidad social de hoy en día, lo practican con el doble aliciente de la trasgresión de normas (normas morales, no escritas, sobre todo). Y saben también, (nunca unas generaciones tuvieron tanta información y tanto acceso a la cultura), aunque sea de manera inconsciente, que el hecho de no respetarse a sí mismos, a sus propios cuerpos y a sus propios espíritus (hablo de espíritu en sentido general: la psique, el yo íntimo, aunque cabe la libre interpretación según formación y creencias) es la base para menospreciar los derechos individuales de los demás. Lo saben. Por eso, para ingerir alcohol sin tiento, para beber por beber, para emborracharse (qué vergüenza ajena da el verlos, todavía adolescentes y ya sin dignidad), buscan los parques retirados, los lugares más bien oscuros y las afueras del pueblo. Así que, por el rastro asqueroso que dejan (botellas vacías de bebidas alcohólicas fuertes, vasos de plástico, vidrios rotos, manchas de meados, de vomiteras, y demás inmundicia), advertimos su pasada presencia durante las noches de fin de semana: en el Jardín del Puente de Hierro, en El Parque, en La Ermita, aledaños del Colegio José Marín (el Fatego), del Colegio San Bartolomé (la Era), con lo peligroso que resulta para los niños pasar luego sobre estos rastrojos, en el Muro, etc. Eso aquí, en Cieza, de momento, porque en otras ciudades toman ya las plazas y los jardines céntricos, impidiendo el descanso de otras personas.
Cada época tiene sus lacras, sus vicios y sus formas decadentes, y entre las cosas negativas que nos ha tocado vivir está la moda ‘botellón’. En nuestra sociedad (hablo del país, en general), desde hace muchos años, se viene permitiendo el abuso del alcohol como cosa normal. Aquí celebrar una fiesta es beber; pasarlo bien es empinar el codo; salir por ahí es tomar copas; cualquier estado de gozo (incluyendo a veces, por qué no, el espiritual) se ha asociado siempre, y se sigue asociando al consumo de bebidas alcohólicas. Pero el ‘botellón’, ustedes estarán conmigo, es otra cosa. No es degustar unos vinos, no es beber unas cañas ni es tomar unas copas. El ‘botellón’ tampoco es disfrutar de la compañía de los amigos paladeando unos tragos. Ni es, desde luego, pasar el rato charlando o escuchando música frente a unos vasos de licor. Ni vivir la alegría de los pequeños placeres que dan sentido a nuestra existencia, que es legítimo hacerlo. El ‘botellón’ (me parece a mí) es beber alcohol a traición y sin fuste. Pero además, con el agravante de que esta práctica mina la salud (la corporal y la mental), la ética y la moral de nuestra juventud. ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? Es verdad es que subyace cierta anomia moral entre los jóvenes. En nuestro tiempo (mis tiempos son los actuales), hablar de moral en cualquier foro, desgraciadamente se elude; y los problemas derivados de esta carencia de valores, se suelen atacar por el lado del parcheo, de la lucha contra los hechos consumados, en lugar de prevenir las causas que generan los comportamientos (es curioso: los que bien nos machacaban hace años con su moralidad impuesta y atosigante, ahora no toman posición firme y se baten siempre entre dos aguas). Estoy hablando de que es erróneo, en este caso concreto, trasladar el debate a las posturas de si los jóvenes hacen ‘botelleo’ porque las copas son caras en los locales y su capacidad adquisitiva no llega, o de que con lo que cuestan dos cubatas en un pub pueden comprar una botella de vodka en una tienda, o de que tienen derecho a la diversión etílica. Pues no. El debate se debe centrar en si permitimos el alcoholismo colectivo en nuestra juventud o decimos claro y públicamente que emborracharse no está bien (ni en jóvenes ni en adultos, ni mucho menos en menores), que además de los perjuicios para la salud personal, hay unas normas de conducta y unos valores que respetar. Pero hay que decirlo en la familia, en la escuela, en la universidad y en los espacios con influencia sobre la juventud. Antes debe ser la formación, luego la prohibición, y muy al final, en último término, la sanción.
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