La Avenida de Italia patas arriba |
En cuanto a gustos, cada cual tendrá sus preferencias, y, quizá por su sentido religioso o por su ambiente colorista, a alguien le gustará más la Semana Santa; o, por lo que tiene de entrañable y de encuentro familiar, otros prefieran la Navidad; yo, quizá porque me trae recuerdos y emociones de la niñez y la adolescencia, me inclino más bien por la Feria. Aunque todo cambia y en nada se parece la de antes a la de ahora. Si me apuran, hasta les podría decir que de feria solo le queda el nombre, pues realmente, y con excepción de los puestos de los africanos y americanos, o del tío de las sartenes y los turroneros, lo demás son tascas o similares para comer y beber. ¡Fiestas para comer y beber!, que es la diversión más visceral y la que más agradece el cuerpo; aunque los curas y los cofrades de San Bartolomé no se privan de celebrar su misa y sacar el Santo a la calle en procesión para recordar que éstas son fiestas en honor a dicho patrono (o sea, fiestas del santoral del almanaque). Cosa que muy pocos se preguntan por qué comen, beben y se divierten de manera extraordinaria en estos días: lo hacen en honor al santo apóstol, que es el trasfondo y el motivo de estas fiestas: el religioso.
Por otro lado, en la programación de los actos festivos que componen la Feria, se juegan siempre el tipo los políticos gobernantes; en las otras fiestas no, en las otras se quedan un poco a verlas venir: en Navidad con plantar un belén y poco más, ya han cumplido tan ricamente; y en Semana Santa, por razones obvias, el peso recae más bien en las cofradías, de modo que con apoquinarles una buena subvención de dinero público, asunto arreglado (cosa que luego a luego no sé que irán pensando los cientos de musulmanes que pagan sus impuestos como todo quisque; habrá que subvencionarle también algún borrego, ¿no?). Pero, ¡ay en la Feria! En la Feria, hagan lo que hagan, siempre van estar en el punto de mira de la crítica. Siempre hallará la oposición motivos para dar leña al mono. Esto es como la del burro: si van montados, porque son desconsiderados con el animal, y si van andando, porque son unos tontos. Siempre ha sido así. Al final, los que gobiernen harán balance autocomplaciente, como es políticamente natural, y los que sufren el frío de la oposición (porque en la oposición hace frío, ya lo dijo, creo que Rubalcaba, cuando él estaba calentito) dirán que la Feria ha sido un fiasco. Entonces cuál puede ser el balance objetivo una vez que haya pasado la traca, qué se podrá decir (sin politiquear) de la cantidad y calidad de los eventos festivos. Pues la respuesta es clara y contundente: cada cual hablará de la Feria según le haya ido en ella.
Pero yo, lo que me había propuesto era reflexionar un poco sobre cómo será la Feria de Cieza dentro de unos cuantos años. Qué cambios habrá sufrido, para bien o para mal, este periodo festivo. No sé; a lo mejor ya han construido un recinto ferial como dios manda para el tema de las tascas; o a lo mejor las distribuirán por barrios para evitar el agobio en la Plaza de España. A lo mejor también han construido un parque bien acondicionado para la colocación de las atracciones, en lugar de ese congestionado solar de más allá de la plaza de toros, donde se limitan a instalar poco más que cuatro pitos y un tambor por falta de espacio. Y quizá también hayan puesto coto al consumo masivo de alcohol por parte de los jóvenes en días determinados (“hueso de oliva” o “arroz y conejo”), que menuda vergüenza de botellón urbano masivo.
Y a lo mejor también, en un futuro, ya habremos evolucionado lo suficiente como para no torturar y matar los toros en las corridas. Torearlos con todo lucimiento, eso sí, y devolverlos después al corral.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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