INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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24/8/13

La ciudad y los ruidos

 .
En este pueblo había fábricas con muchos puestos de trabajo
Los sonidos pertenecen a las épocas y cada tiempo, cada cultura y cada sociedad tiene sus ruidos propios. Esto lo pensé el otro día oyendo las inquietantes melodías de los móviles, que suenan por todas partes, ¡hasta en misa! Y lo peor es que se te meten en el cerebro y parece que oyes móviles a todas horas y en todos los lugares y te echas mano corriendo a ver si es el tuyo, cuando resulta que es el de la mujer gorda de la cola del súper o el del tipo barrigón que fuma en la puerta del bar. Yo creo que las musiquillas esas son insidiosas para nuestras castigadas neuronas y, como una plaga bíblica profetizada crípticamente en el Apocalipsis de San Juan, deben de estar sonando en el mundo entero noche y día; lo mismo que en España no se ponía el sol en tiempos de Felipe II, cuando era el imperio más grande de la Tierra, pues algo parecido debe ocurrir con esas melodías del demonio. Pero éste es sólo uno más de los ruidos que nos perturban en nuestra época, y los hay peores.

Si echamos la vista atrás, Cieza sonaba antes de otra manera. Había otros ruidos provenientes de las calles, de las casas, de las fábricas o de cualesquiera lugares en los que los ciezanos de entonces desarrollaban su actividad o su ocio. Piensen que donde ahora está el rumor constante del tráfico: los motores de los automóviles, el rodar de los neumáticos sobre el pavimento y los cláxones inmisericordes; y donde ahora está ese maldito ruido de las motos de baja cilindrada que nos martiriza los tímpanos, y ese bullicio de los jóvenes que se aglomeran en tropel dionisiaco hasta altas horas de la noche frente a los pubs, antes había otro panorama sonoro.

En primer lugar, el día estaba jalonado por los pitos o sirenas de las fábricas (porque en este pueblo había fábricas con multitud de puestos de trabajo, no como ahora que sólo quedan bares con las terrazas llenas de gente a todas horas, que es algo inexplicable a no ser que a muchos les caiga el dinero por la chimenea). La gente estaba entonces tan acostumbrada a los pitos que los tomaba como señales horarias para sus actividades; y algunos de ellos, como el de Manufacturas o el de Géneros de Punto, eran tan fiables que servían para poner en hora los relojes.

Y ya, recordando los años de la “fiebre del esparto” (por cierto, no dejen ustedes de visitar el Museo del Esparto, en el Club Atalaya, pues no debemos olvidar jamás lo que supuso la espartería en la historia moderna de Cieza), uno de los ruidos constantes y omnipresentes era el de las fabricas de mazos, “¡pom-pom y pom-pom!”, las veinticuatro horas del día..., en la fábrica del Precioso, en la del Gallego, en la de Zafra, en la del Nene Torres, en la de Zamorano, etc. El sonido áspero de las vigas de madera de carrasca golpeando sobre las picaderas de piedra, era el ruido infernal que soportaban las mujeres picadoras que asistían cada mazo sentadas en el suelo y con las piernas cruzadas durante largas jornadas.

Otro de los sonidos, más pacífico si cabe, que se podía escuchar por las calles adoquinadas del casco antiguo o por el resto de calles sin asfaltar, era el del tránsito de los carros, con su chaveteo característico de los ejes o con el rodar de sus aros de hierro partiendo las chinas del suelo; eran los carros cargados de esparto de las tendidas, de grava de las graveras, de piedra de las canteras, de ladrillo de las tejeras, de paja de Cajitán o de vino del Tomelloso. Nos remontamos, claro está, a cuando el transporte se hacía habitualmente por este medio rodado (los últimos carreteros transportistas serían el Parralo y el Chusco, que se resistieron valientemente a los cambios de la vida y recorrían las calles de Cieza al trote cascabelero) o con bestias de carga herradas y aparejadas con un serón de pleita, cuyo paso tranquilo igualmente se oía por doquier.

En los ambientes domésticos, aun cuando ya empezaban a funcionar aquellas radios a válvulas, de mueble de madera de ébano y botones dorados de purpurina, que vendían el Ortuño y el Chuchubeo, y en las que nuestras abuelas aún llegarían a tiempo de aficionarse a escuchar por las tardes radionovelas como “Ama Rosa”, “Simplemente María” o “Lucecita”, se podía advertir también la presencia de los animales, pues no sólo varios cabreros tenían sus corrales en mitad de la población, que daba encanto el ver regresar a la postura del sol los rebaños de cabras, casi arrastrando éstas su tetas plenas de leche, sino que de muchas de las casas salía el gruñido de los cerdos, el rebuzno de los burros, el balido de las chotas, el cacareo de las gallinas y el canto de los gallos al amanecer. Y aun en el silencio profundo de los hogares se percibía, impertinente, durante la siesta, el vuelo alocado de las moscas, la cuales había que combatir a muerte con azúcar venenoso, con tiras pegajosas de papel o echando Flit con aquellas maquinillas de hojalata.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 24/08/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

18/8/13

Hablar, no por hablar

 .
Pico de la Atalaya y palmera junto al Paseo Ribereño
Hace algún tiempo que le doy vueltas en el magín a un asunto un tanto divertido, y es si podríamos clasificarnos los humanos según la manera de comunicarnos a través del lenguaje hablado; lo cual que, después de reflexionar un poco, he llegado a la conclusión de que sí. En primer lugar, y simplificando mucho, habría dos grandes divisiones: las personas que hablan mucho y las que hablan poco. (¿Ustedes de que lado creen que están? Yo, de los hablan lo justico).

Luego, dentro del grupo de los habladores, podemos reconocer diferentes apartados. Uno de ellos es el de las personas conversadoras. Éstas son las más valoradas por mí, pues con alguien que sabe entablar un diálogo interesante sobre cualquier tema, da encanto hablar; y no tiene que ver mucho el que se tenga estudios o titulación universitaria ni nada de eso (hombre, sí que es fundamental poseer una buena base de cultura general), pues la persona conversadora es aquella que tiene muy bien estructuradas las ideas en su cabeza y sabe exponerlas de forma amena, pacífica e interesante, a la vez que posee la capacidad y la paciencia de escuchar y de valorar lo que diga su interlocutor, que eso es importantísimo en la conversación: hablar y dejar hablar, así de sencillo.

Cosa distinta son las personas de las que se dice que son dialogantes. Ser alguien dialogante es ser un individuo con el que se puede llegar a puntos de encuentro, y por tanto a un entendimiento sobre intereses particulares u otras materias más o menos controvertidas. Normalmente, las personas dialogantes son inteligentes y tienen capacidad de empatía, que es saber ponerse uno en el lado del otro. El hombre o la mujer dialogantes, al igual que los que son conversadores, no suelen caer en el vicio del monólogo, que es un defecto del que pecamos más de una vez: hablamos nosotros de nuestras cosas y no escuchamos con atención los mensajes que nos trasmite la otra persona.

Un tercer grupo digno de elogio sería el de los comunicadores. A las personas que son buenas comunicadoras da gloria escucharlas. Su virtud es saber contar o explicar cualquier asunto de forma sencilla, inteligible y amena. Ni que decirse tiene que un comunicador ha de tener buena formación e información sobre los temas de que habla. Un comunicador es aquel que te embelesa, te deja con la boca abierta escuchándole y despierta en ti el interés por lo que dice. El tipo comunicador no precisa tener una dicción perfecta ni un timbre de voz especial, de hecho hay comunicadores con frenillo y hasta que tartajean, pero sí saber hablar con pasión (¿se acuerdan ustedes de Félix Rodríguez de Lafuente?, pues eso).

Mas no hay que pasar por alto que entre los habladores también están los que son más pesaos que los güevos duros; aquellos que le dan a la “singüeso” sin parar, que hablan más que un sacamuelas, pero que casi nunca dicen nada interesante. Estos fulanos (siempre me estoy refiriendo a individuos de ambos sexos) te pillan por su banda y te sueltan un rollazo impresionante que te ponen la cabeza como un bombo. Desde luego, no son nada conversadores ni nada dialogantes (y a veces, además, poco inteligentes), son sencillamente unos pelmas inaguantables que te dan la paliza y lo más aconsejable es poner tierra de por medio cuando aparecen.

También podríamos considerar un término medio entre el comunicador y el pesado, que sería el “monologuista”. Este individuo resulta que habla medianamente bien y sabe exponer temas de forma aceptable, pero cae constantemente en el defecto de no dejar meter baza en la conversación: sólo habla él, ¡y pim-pam!, y tú, esperando que haga una pausa para poder decir algo y no hay manera; y ya, casi a la desesperada, disparas una frase y el tipo va y ni te escucha, o lo que es peor, la utiliza para sacar otra historia particular suya, otra batallita, que a tí ni te importa ni la madre que lo parió. Sin duda, lo mejor es salir corriendo.

Y ya terminando con los parlanchines, estaría el grupo de los dicharacheros. Su valor es la de tener siempre a punto el chascarrillo, la gracieta o el chiste. Suele ser gente inteligente y con sentido del humor, capaz de sacarle punta a un cacahuete, aunque a veces también se trata de fulanos que se escuchan demasiado a sí mismos y es difícil mantener con ellos una conversación prolongada sobre un mismo tema.

Finalmente, de los que hablan poco, poco podemos hablar (sobre todo porque se me acaba el espacio). De todas formas habría que distinguir entre los que de prudentes, no hablan por no pecar y los que sencillamente no tienen nada que decir. De manera que así es la vida: unos no se callan ni debajo del agua y otros no dicen ni esta boca es mía.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 17/08/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

11/8/13

Fuente versus chimenea

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Fuente de San Juan Bosco (al fondo, el atrio de la iglesia)
Hablo de la fuente esa nueva que han inaugurao estos días atrás en la Plaza de San Juan Bosco. No está mal. A mí me gustan las fuentes ornamentales de agua porque son signo de vida, paz y prosperidad (a los moros, cuando estuvieron en España, les encantaba, y si no, vean ustedes las fuentes tan maravillosas que hay en la Alhambra, y claro, como somos medio morunos...) Desde luego, me gusta más la fuente de San Juan Bosco, aunque sencillica, que el cascajo de la chimenea enrobiná que había antes; y eso que ya nos habíamos acostumbrao a ella y la habíamos aceptao como un elemento más del barrio; y a los forasteros que venían la primera vez a Cieza (mejor que llegaran al pueblo por ahí, que no por el Asensao, porque anda con dios, cómo está aquella entrada...) les explicábamos: “Cuando llegues a una chimenea de hojalata enrobiná, tira p’arriba, o tira p’abajo, o tira p’alante..., etc.” En fin, que aquel adefesio metálico servía para algo; hasta que un día fueron y ¡zas!, la arrancaron de cuajo y se la llevaron a Los Praos (allí parece más pequeñica y más cutre, fíjense lo que son las cosas...), y entonces fue cuando publiqué aquel artículo titulado “El hacer y el deshacer dan de comer”, porque hacía na de tiempo que s’habían gastao una milloná en poner aquella marranería, que también decían que era una fuente de agua, pero que no supieron hacerla y en vez de dar agua, daba pena, y después se gastaron otra milloná en quitarla (claro, como el dinero público no es de nadie, según dijo una ministra lumbrera, ¡pos venga...!)

Yo creo también que lo que nos pasa aquí en este pueblo, es que somos un poco “culo de mal asiento” y no aceptamos que las cosas perduren y se conviertan en referencia histórica del paisaje urbano. Si no, miren ustedes la Plaza de España: ya va por la tercera remodelación, que en poco o en nada se parece cada una a la anterior. ¡Hombre!, si ya nos habíamos acostumbrao a la “Tortada”, tan bonica y tan singular como era, con el Oasis debajo pa que los críos que jugaban a la pelota entraran a pedir vasos de agua...; ¡pos na!, van y se la cargan; ponen la plaza patas arriba y levantan en su lugar el obelisco ese bífido (o “Pirulí”, aunque más bien parece un chuzo de punta p’arriba); al mismo tiempo, las cuatro fuentes de piedra que tenía la plaza con esculturas de Planes, pos ya no las rehabilitan pa que funcionen ni na. (Ah, y que no se les encapuruche dentro de poco y digan de hacer aparcamientos subterráneos, y la vuelvan a levantar...)

La Esquina del Convento, tres cuartos de lo mismo: lleva ya varios cambios desde que había ahí una glorieta típica ajardinada con el busto de José Antonio (o de Franco, no me hagan mucho caso); luego hicieron una fuente redonda muy bonica con luces y peces de colores, y con rosales alrededor (eran los tiempos en que tiraban en ese lugar el “segundo castillo” de la Feria, ¡qué emocionante!, y decíamos “el que mire p’arriba, le cae la caña”, pues las cañas caían encendías sobre el Palacio de Justicia, el Asilo o la Telefónica, o entre la muchedumbre envuelta en el humo de la pólvora). Y ahora ya ven como está esa plaza, con una pérgola más bien poco cuidá, y con las escaleras inservibles de bajada al aparcamiento subterráneo allí en medio: un meadero perfecto pa los borrachos.

El paseo también ha ido cambiando de aspecto y de nombre cada periodo de tiempo (aquí nada perdura ni crea solera muchos años). Cuando se llamaba “de Marín Barnuevo”, tenía una verja de hierro alrededor y estaba flanqueado por majestuosos pinos; cuando le pusieron “de los Mártires”, con la cruz de lo caídos en la punta de abajo y una estatua que la gente le decía “la Rumba”, y dos kioscos de pipas, uno en cada extremo, adoptó una imagen más desolada, no obstante, toda la juventud del pueblo iba allí los domingos cuando salía del Capitol o del Galindo, a dar vueltas y vueltas y “sacar agua”; ahora ya sin nombre, de estilo Pepeluquiano, cada vez están más deterioradas sus pinturas decorativas y no pasarán muchos años en que lo levanten entero y le den un nuevo look. (Es nuestro sino).

Pero volviendo a San Juan Bosco, también la primera plaza, recuerden que era distinta (anterior a ella la Avenida de Italia estaba sin asfaltar y toda aquella zona de frente a la iglesia era un desastre y un barrizal cuando llovía, y únicamente estaba enlosá la acera del Instituto hasta la casetica del Salva, frente al atrio de la parroquia). Entonces hicieron una rotonda con jardines en el centro: dos palmeras, unos arbolicos y muchos rosales, ¡precioso!; pero como cuando el diablo no tiene na que hacer, con el rabo mata moscas, pensaron ‘vamos a poner aquí la chimenea más fea del mundo’ e hicieron una fuente que no manaba agua, aunque servía de hito para los forasteros. En fin, pa qué vamos a seguir...
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 10/08/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

4/8/13

El tren del fin del mundo

 .
Puente del ferrocarril sobre la Rambla de Judío
Con horror hemos ido conociendo estos días pasados la magnitud de esa tragedia ocurrida en Santiago de Compostela la tarde del 24, víspera del día del Apóstol en Galicia.

 Mas recordando ahora un poco la historia de nuestro pueblo, les quería hablar de otro gravísimo accidente de tren ocurrido en Cieza en plena Guerra Civil. Me refiero al choque del Correo, repleto de pasajeros, con un camión de bombas en el paso a nivel de Los Prados.

Este es un asunto poco recordado, salvo por personas mayores de nuestro pueblo que vivieron aquellos tiempos convulsos. Y es también poco conocido aquel desastre (menos aún con el paso de las generaciones) porque la noticia fue tratada en su momento con el rigor de una censura de guerra: había que evitar que trascendiera al enemigo, pues los males que sucedían a media España, eran una victoria para la a la otra media. (No obstante, Luis Lisón Hernández, historiador y cronista oficial de Alguazas y Ojós, tiene elaborado un excelente trabajo, publicado en 2008 en la revista Murgetana, sobre tal hecho. Asimismo, Guillermo del Madroñal, escritor y agricultor ciezano, dedica un relato a aquel suceso en su libro “El Madroñero y la Piedra del Gallo”).

Bien, pues sin entrar en detalles, les hago una semblanza de la situación geográfica de entonces: la carretera nacional Madrid-Cartagena, que atravesaba el pueblo entrando por el Camino de Madrid, subiendo por la calle Mesones, pasando por la Esquina del Convento y saliendo por el Camino de Murcia, cruzaba la Rambla de Judío por el hondo de la misma, es decir, no había puente (sí lo tenía, por supuesto, el ferrocarril: el mismo que existe hoy en día: uno de hierro). De modo que para descender por el margen izquierdo de dicha rambla, la carretera curveaba y atravesaba la vía mediante un paso a nivel, en cuya casilla de la Renfe habitaba como guardabarreras un matrimonio con hijos.

En cuanto a la situación social (sin entrar en el clima de crispación política propio de aquella maldita contienda, del cual no se libraba Cieza aun siendo un pueblo de la retaguardia republicana), las autoridades locales hacían esfuerzos por librar del hambre a la masa obrera y por extender la educación a los ambientes rurales, ejemplo de ello fue la instalación de una escuela en una casa tomada en alquiler por el Ayuntamiento en el paraje de Los Prados, cerca del mentado paso a nivel.

Por otra parte, hay que tener en cuenta la cercanía de Archena, donde había numeroso ejército por ser su balneario de aguas termales lugar de descanso de la oficialidad y jefes que luchaban en los frentes de la zona leal al gobierno, además de poseer un aeródromo militar en la pedanía de Campotejar y un importante polvorín, abastecido de explosivos por las industrias Santa Bárbara. (En Archena también estaba la brigada internacional de carros de combate soviéticos, muchos en reparación por tanquistas rusos tras la defensa de Madrid).

Bajo este panorama, un convoy militar repleto de material bélico para “consumir” en los frentes avanza la media noche del 14 de julio de 1937 hacia la zona centro. Cieza huele a esparto cocido; algunas fábricas de mazos no descansan y están las 24 horas “pom-pom y pom-pom”, donde las picadoras, en un ambiente enfermizo se turnan en largas jornadas.

 En la Esquina del Convento, un camión cargado hasta los topes de mortíferas bombas con destino a Cuatro Vientos, para ser arrojadas por aviones franceses sobre objetivos rebeldes, se detiene para comprar su conductor una bebida en el Bar de Isidoro. Lo cual obliga después a éste a acelerar al máximo para alcanzar la caravana.

Cuando el vehículo (un “Tres Hermanos Comunistas” ruso) corona el alto del Buho, el jefe de la estación de Cieza da salida al tren Correo con destino Madrid. Por lo que en el momento en que el camión llega al paso a nivel de los Prados, el hombre que lo guarda ha echado las cadenas. Al parecer se produce un forcejeo y, pistola en mano, el militar obliga al ferroviario a dejarle pasar. Mas como el demonio nunca descansa, justo en el instante en que el camión va atravesar las vías, aparece el tren a toda máquina (en esa zona, la vía discurre por una trinchera del terreno).

Lo demás es fácil de comprender: la violenta explosión hizo caer los platos de las alacenas en un radio de 5 kilómetros y parte del tren se precipitó a la Rambla del Judío. La escuela fue destruida y de la casilla no quedó piedra sobre piedra. Más de un centenar de heridos y un considerable número de muertos habrían de ser rescatados de ente la chatarra por numeroso personal de auxilio llegado de diferentes pueblos de la provincia.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 03/08/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

1/8/13

Versos para un poeta del pueblo



Río Segura, otoñal, caleidoscópico



A la memoria de Manolo Dato Buitrago,
quien tuvo el don de vivir regalando amistad.

Madrugará tu recuerdo donde la paz habite;
por los caminos gastados de la Atalaya,
por la ruta de las canteras abandonadas
o las sendas casi borradas
del Madroñal.
Habitará tu presencia los cerros nuestros:
el Almorchón,
la Sierra del Oro,
               la Cabeza del Asno, el Ripión...,
el Castillo del moro
y el murallón
rocoso con faz lunar
de los viejos Paredones,
arquitectura fósil que otea
por sus ventanas de par en par
acá Cieza y allá Abarán.

Anidará tu voz de poeta en la brisa,
bajo los sauces llorones
de la esquina del Argaz.
Reinará tu palabra en el viento,
alado de ruiseñores,
caricioso, nocturnal,
que enseñorea al oscurecer
el alma tierna del cañaveral.

Regresarás temprano al Menjú;
por el palmeral perdido,
por la casa del barquero
o el mirador destruido...;
y subirás el pedregoso sendero
flanqueado de hinojos,
cipreses tísicos y árboles caídos
de una cultura agónica.
Allí frente a la musa Aretusa,
(descuartizada su desnudez alegórica)
soñarás un nuevo cielo azul,
límpido, cenital,
antes que el sol matutino
allane siglos con su luz
en la romana Bolvax.

Andarás alegre los caminos
con tu música diminuta,
imperceptible, auricular,
y en el alma de los amigos,
que marcharemos sobre tus huellas
lo que Dios nos permita más,
quedará indeleble y sentida
cual una verdad absoluta
la impronta fiel de tu amistad.

Pienso en aquel recodo del Segura,
donde las huertas de mil flores
trabajadas con esfuerzo y con sudores
se llenan de paz y hermosura;
donde las olmedas al fin
añoran la voz del muecín
llamando a orar en Siyâsa;
y pienso en la cara oculta de la Chinica,
varada, críptica y prehistórica
(un pecio en mitad de la agricultura),
ocultando eternamente
su verdad de leyenda mágica.

Te leyeron con unción
poemas en tu despedida,
te desearon paz eterna, con amor,
en la sentida homilía,
y te sacaron a hombros, muy despacio,
con tu canción preferida.
Los poetas lloraban por dentro
con sabor a tierra mojada,
a sal marina, a hierro,
y en los labios contenían, serenos,
el alma estrujada.

Yo me acordé de la Virgen María
(¡qué tristeza la de aquel día!),
cuando en mitad de la hora mala,
y mientras te llevaba el enterrador,
Mercedes agradecía
con palabras bellas de gran valor
nuestra presencia helada,
y consolaba nuestros corazones
huérfanos ya de tu alegría,
ofreciéndonos con cariño
ramitos de rosas blancas.

Mas te recordaré bajo los cuatro sauces
de visión caleidoscópica,
cimbreándose sobre el haz del río.
Imaginaré tu nombre amarrado
a sus troncos salicílicos
y a sus ramas vigorosas,
cuyos tallos llorones bajan,
lujuriosos y pacíficos,
hasta besar con sus hojas,
la húmeda piel del agua.

Luego te esperaré en la Andelma,
al borde de su quijero alto,
donde una higuera sin amo,
pródiga y providencial para los pájaros,
se agarra con sus raíces
al borde de la acequia mansa.
Allí te detendrás un momento,
sonriente y feliz ante el campo,
mientras tu corazón se calma;
y buscarás en el interior del árbol
(verde y vital de sangre blanca)
aquél higo maduro que me ofreciste,
¿te acuerdas, Manolo?, una mañana.

Después seguiremos el camino,
ya sin prisa, compañero,
hasta llegar al Molino
por la Cuesta de las Cabras.
Y a través de los eucaliptos
cien veces será el pueblo
estampa viva de nuestro sino:
de pardos tejados, plebeyo,
de pétreos muros, altivo.
Mas sobre un fondo de cigarras,
vibrando ciegas sus élitros
en la corteza añosa de los pinos,
hablaremos de muchas cosas, amigo,
y de la vida que pasa.

Cieza, mes de julio y 2013.
                                    ©Joaquín Gómez Carrillo
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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"