¡De José de Arimatea!

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A lo mejor a ustedes también les gusta ver ese programa de la tele que ponen en la Dos a partir de las tres y media de la tarde, y que se llama “Saber y ganar”. En él va a concursar gente muy buena que sabe de todo. Yo me quedo maravillado al comprobar cómo hay personas, a veces muy jóvenes, que atesoran tanta cultura general; saben de cualquier tema: historia, deportes, ciencia, humanidades…, de lo que les echen.

Pero he observado una cosa extraña en muchos concursantes. Siendo capaces de responder a cuestiones de las más diversas materias, fallan en algo que no paso a creer: ignoran cosas de la Biblia. Pero no curiosidades del Antiguo Testamento, como por ejemplo, qué particularidad tenía la asna de Balaan, qué promesa recibió Agar en el desierto o que hubo entre Salomón y la mujer de Urías. No, precisamente la otra tarde les preguntaban de quién era el sepulcro donde depositaron el cuerpo de Jesucristo (no le dieron sepultura: sólo lo depositaron) y ninguno supo contestar. ¡Hombre, por Dios, de José de Arimatea!, les decía yo inútilmente desde mi sofá (precisamente J.J. Benítez tiene un libro muy interesante sobre la “supuesta” Sábana Santa, además de media docena de entregas de sus “Caballos de Troya”, donde habla profusamente sobre la pasión de Cristo desde un punto de vista meramente periodístico).

Al respecto, pienso que hay libros clásicos que se deben leer y hay libros que es inexcusable no haberlos leído. Estoy seguro de que muchos de ustedes conocen más libros que yo, por lo que comprenden perfectamente lo que les quiero decir; y eso contando que cada cual ha llegado a sus lecturas por diversos caminos y tiene su punto de vista particular sobre distintas obras. También soy consciente de que no todo el conocimiento humano se halla en los libros, ojo, pero digamos, así a boleo, que en más de un noventa o un noventa y cinco por ciento, el saber hay que buscarlo en las páginas escritas de los libros.

Podría hacer aquí una lista de grandes obras literarias, citando admirables autores; mas siempre, y según las preferencias y las lecturas de cada cual, quizá me tachara ustedes la relación por exceso o por defecto.

Pero si les miento el Quijote, el último y el primero de todos los libros de caballería, el alfa y la omega de la ficción literaria, la obra sabia y perfecta del más grande autor de la lengua española, nadie podrá negar que, cual los musulmanes han de peregrinar a la Meca, el Quijote ha de leerse al menos una vez en la vida. La obra cumbre de Cervantes posee tal cantidad de ingenio y de saber, que la hace única en el reino de las letras hispanas.

Bien, pues la Biblia, el libro de libros, no le va a la zaga a ningún otro texto de cualquier época de la literatura universal. Y no me refiero a ella desde un punto de vista religioso, sino como compendio histórico de sabiduría, de cultura y de normas morales de un pueblo, el judío, que se creyó elegido por Dios y del cual proviene nada menos que la figura humana de Cristo, quien fue capaz, no sólo de invertir la forma de entender la vida de todo un Imperio: el Romano, sino de marcar el principio de una era.

¿Ustedes han estado en la Sagrada Familia, de Barcelona? Gaudí era un hombre profundamente religioso. En los últimos años de su vida se trasladó a vivir, como un asceta, a la obra de dicha catedral, cuyo grandioso proyecto le sobrepasó, inacabado, en el tiempo. La Sagrada Familia es un templo expiatorio (su arquitecto creador lo quiso de esa manera), es decir, el enorme coste sólo y exclusivamente se ha de cubrir con dádivas, de ahí su lentitud en construirse.

Bien, les digo esto porque no hace falta ser creyente de ninguna religión para quedar profundamente admirado de la Sagrada Familia. Yo he tenido la suerte de contemplarla varias veces, de recorrer todos sus rincones (siempre con respeto a las personas de fe) y de ascender a sus torres, que parecen sostenerse en el aire. ¡Maravilloso, Gaudí! ¡Perfecta su obra!
De modo que, igual que se pueden admirar catedrales por su valor arquitectónico, también se puede leer la Biblia como obra histórica y fuente de conocimiento.

Pero, como les decía al principio, he observado últimamente a personas de cultura que, quizá por prejuicio, en estos tiempos que la Iglesia Católica está bastante “desautorizada” desde estamentos gubernamentales (pongamos que hablo de España), prefieren descartar de sus lecturas unos textos de fondo religioso (como también lo es la Sagrada Familia), pero que en muchos casos son perfectamente válidos para extraer de ellos modernas enseñanzas. (Me viene a la cabeza una recomendación del San Pablo a los Corintios, quienes al parecer tenían conductas sexuales un poquillo libertinas. Así que les aconseja que contraigan matrimonio y les advierte de la igualdad en el goce carnal mutuo y pleno para ambos cónyuges. De modo que no sólo se preocupa el Apóstol de predicar una moral sana para el espíritu, sino que aconseja el placer sexual sin limitación ni discriminación entre hombre y mujer dentro de la pareja casada).

Miren, yo he leído y releído el texto cervantino, y también la Biblia, claro; y les puedo asegurar que la famosa “arenga de Don Quijote a los cabreros”, por citar un ejemplo, resulta mera furufalla, desde el punto de vista filosófico al menos, ante cualquier exhortación de Jesús al más humilde de sus discípulos.
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