Mural y Pico de la Atalaya |
¿Sabe ustedes lo que es un sofisma? Pues es una cosa que ya conocían los filósofos de la Grecia antigua, y el María Moliner, que es un diccionario que va al grano, lo define así: «Razonamiento con que se hace ver como verdadero algo que es falso». Mas lo peligroso y lo dañino de un sofisma, o de un razonamiento que se apoya en una falsedad, viene determinado por la capacidad de oratoria y legitimación de quien lo expresa; no es lo mismo que un sofisma lo diga alguien corriente, que si lo pronuncia una persona que crea opinión, que imparte ideología o que lidera masas.
Por ejemplo, me viene ahora a la cabeza aquella frase para la historia del Presidente Azaña, cuando dijo: «¡…Todas la iglesias y conventos de Madrid no valen la vida de un republicano!». ¡Hombre!, resulta evidente que la vida de una persona (republicana, monárquica o como le dé la gana ser) está por encima de cualquier cosa material o inmaterial. Pero lo grave fue el plantear el asunto como si no hubiera habido más remedio que elegir: pegarle fuego a todos los templos de Madrid o la vida de un correligionario suyo). ¿Se dan cuenta de lo falso del argumento? Y claro, viniendo de quien vino la frasecica, así le corrió el pelo a aquella desgraciada España del treinta y seis.
Otra cosa bien distinta es creer, enseñar y difundir algo erróneamente. Pues volviendo a los sabios griegos de la antigüedad, padres de la filosofía y el pensamiento, ¡anda que no perjudicaron al progreso de la humanidad durante siglos las enseñanzas de Artistóteles!, pues en la mayoría de los casos el hombre estaba equivocado de cabo a rabo; sin embargo se le mantuvo como máxima autoridad del conocimiento humano hasta hace cuatro días, cuando se ha visto a la luz posterior de la ciencia de Kepler, Newton o Descartes, que su concepción del mundo y del universo no se podía tener en pie de ninguna manera.
En la actualidad, y centrándonos ya en el tema de presentar como verdad absoluta algo que se apoya en falsedades, es llamativo el que hayan llegado a decir nuestros gobernantes que el aborto es un derecho de la mujer, y que así lo van a establecer legalmente. ¡Hombre! —digo yo—, independientemente de si sacan leyes más o menos injustas o más o menos inmorales (que luego las personas que tengan claro dónde está la raya entre el bien y el mal ya obrarán según su conciencia), que no nos plateen como un «derecho» para toda futura madre el decidir sobre la vida o la muerte del feto de su propio hijo. Ese razonamiento jamás puede ser válido. Ni siquiera el matar un perro es un derecho para nadie, ¡vamos, se le cae el pelo al que mate a su perro porque sí, porque es suyo! De manera que cómo va a ser un derecho el quitar la vida a un ser humano. Aunque otro sofisma asociado al anterior trata de argumentar que un feto es un ser vivo «pero no humano», o sea, un bulto de carne que se mueve («…sólo se reputará nacido el feto que tuviere figura humana…», dice el Código Civil, redactado en el siglo XIX, cuando no se tenía ni idea de lo que era el ADN y el código genético, y, como Aristóteles hace 2300 años, aún no se veía claro el por qué un embrión de gato se convertía en gatico y uno de perro se convertía en perrico).
Pero hay una cosa que está clarísima: un derecho siempre es el reconocimiento de un bien (derecho a la vida, a la educación, al trabajo, a la intimidad, a la propiedad privada, a la libertad, etc.), pero nunca un derecho puede ser la legitimación para causar un mal. Y en el aborto el mal se causa, ¡vaya si se causa!, pues el futuro niño ya no puede venir al mundo; al futuro hijo, con su carga genética única e irrepetible de individuo del género humano, se le priva del derecho natural de nacer y de vivir un vida.
De manera que si estos gobernantes nuestros nos dicen que la ley está pensada para proteger a los profesionales de las clínicas abortistas, vale; y si nos cuentan que con dicha ley tendrán más impunidad las futuras madres que decidan matar el feto de su hijo y a otra cosa mariposa, vale. Pero que se dejen de sofismas y de hacernos comulgar con ruedas de molino, ya que la ley del aborto que vendrá (salvo para los casos extremos que la actual norma reconoce con la despenalización del delito) será más bien una legitimación de la violencia contra miles y miles de seres humanos en gestación cuyas madres decidan su matarile. Y eso, como acción inmoral que es, aunque legalmente se permita, no será nunca un derecho.
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