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Flor del ciruelo (al fondo el Pico de las Corralizas, Sierra del Oro) |
Este que les escribo hoy hace el artículo número 100 de la serie “El Pico de la Atalaya” (antes recordarán ustedes que publicaba bajo el título de “La república de Cieza”, pero lo dejé porque algunas personas lo echaban a lo político, y nada más lejos de mi intención). De manera que, celebrando un poco la centena, dedicaré éste a un fin noble, como es la exaltación de una de las mejores cualidades de nuestro pueblo en lo que a su belleza paisajística se refiere, y más concretamente a esa explosión de colores con que todos los años por estas fechas se visten nuestros campos.
Y no es que la crítica moderada sobre temas de cualquier índole que afectan a nuestra vida social tenga una naturaleza innoble, literariamente hablando, qué va, pero como nunca llueve a gusto de todos, siempre habrá quienes en mayor o menor medida se den por aludidos, y peor aún, por ofendidos. Aunque también les tengo que decir que otros (en los pueblos nos conocemos casi todos, y más los que vamos atesorando edad) todavía me piden más rigor en los temas: “¿Por qué no te metes con los sueldos insolidarios de los políticos?”, me decía uno el otro día por la calle. “¡Aún hay mucho más que decir...!” [sobre el tema de los medicamentos], me comentaba antesdeayer un médico y fiel lector del Pico de la Atalaya. Ya lo sé que hay más, ya lo sé, pero yo escribo como hablo: con prudencia; prefiero que mi opinión (pública y publicada) llegue a ustedes simplemente como una voz libre, amena y directa (por cierto, en internet, cada vez se están leyendo más estos artículos en otras partes de España y de América).
Pero, según les anunciaba, hablemos hoy de flores, “que mañana Dios amanecerá y medraremos...”, como decía el pobre Sancho Panza a su señor.
Siendo yo del barrio de San Juan Bosco, el primero que me anuncia la floración, cual un maravilloso barrunto de primavera, es el almendrico del atrio de la parroquia. Ustedes lo habrán visto también, entrando a la izquierda, bajo un pino alto, frente a donde estaba la “Casetica del Salva”.
Sobre lugares especiales para contemplar los campos floridos, podría señalarles unos cuantos, y de hecho lo haré, pero lo mejor es que ustedes mismos cojan su cochecico (aunque si pueden hacerse un itinerario andando, mucho mejor) y recorran, disfrutando, los caminos de nuestro término municipal. La Herrada es mágica: por allí verán sobre todo almendros de flor nívea, cuyos bancales armonizan con los pinos de las ramblas y con la raya del monte en las faldas de la Sierra del Oro.
Justo cuando lleguen al empalme de la carretera del Pantano de Alfonso XIII, pueden detenerse y admirar el mar de melocotoneros florecidos de la gran finca de Las Lomas. Todo un manto rosa que se extiende sin límite definido a partir del terraplén alto de la enorme balsa de agua. Luego pueden continuar hacia la Casa de la Campana, el Ginte, la Torre..., incluso merecen la pena ver algunos rincones de gran encanto, como Las Maridías, bajo el cerro enhiesto de Las Beatas.
Pero tampoco hay que alejarse mucho para gozar de ese ensueño que son las hileras de frutales en flor. Métanse si quieren por el camino llamado “Cuesta de Hellín”, que arranca de Los Tapones, en la Carretera de las Ramblas, y que asciende hasta el Tamarit: ¡Qué vistas tan bonitas, al mirar desde arriba hacia el pueblo a través del melocotonar encendido...!
Y ya si prefieren alejarse un poco más, dense una vuelta por La Carrichosa, La Macetúa o Fomento Agrícola: verán algunos cultivos de ciruelos, cuya flor blanca en ramilletes densos deslumbra como la nieve. O súbanse a un altozano por la parte esa del Quinto o del Elipe o la Carretera de Calasparra; entonces contemplarán un gran mosaico multicolor, pues cada variedad frutal tiene su tonalidad propia dentro del caleidoscopio viviente de la floración: las nectarinas, los albaricoqueros, los chatos, los tempranos, el melocotón amarillo, etc.
Pero hay un lugar donde se contempla el más hermoso de los paisajes (no sólo ahora con el estallido cromático de los cultivos, sino en toda estación del año). Se trata del “Alto de la Parra”. Si lo desean, pueden acercarse y disfrutar gratis de uno de esos “lienzos” insuperables que sólo el pincel de la naturaleza sabe componer. Desde ése promontorio que les digo, desde el que mi amigo Fernando Galindo ha sabido tomar espléndidas fotografías, podemos contemplar, trazando una gran curva de ballesta, el Segura, con los antiguos azudes encontrados de las acequias Andelma y Los Charcos, a la derecha y a la izquierda, respectivamente según el curso del río. A éstos se les conoce por allí como “las Presas de Chápuli”, señorito venido a menos que antaño poseía la finca de La Torre, con su gran casona.
Al otro lado del río y su bosque de ribera, y del mencionado arranque de las acequias (¡rumor alegre de agua clara!, que se oye desde arriba), veremos desparramarse las arboledas bien cuidadas, cuyo término de los bancales van cerrando los montes en direción a la Rambla del Cárcabo, La Veredilla, Los Losares y el Almorchón. ¡Majestuoso! Todas las miradas al paisaje de que les hablo llevan a la cresta firme del Almorchón y al cielo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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Felicidades Joaquín. Llegar al cien no es nada fácil. Soy de los que leen tus artículos dos veces, una vez en el Mirador y otra en este excelente blog. Y además creo que es muy oportuno celebrar el cien con un artículo sobre nuestra floración; una auténtica explosión multicolor que me fascina. Para dentro de unos días tengo previsto hacer también una entrada sobre la floración en la citare y tomare como referencia esta entrada.
ResponderEliminarSaludos y felicidades
Muchas gracias amigo Conrado. "¡Hola! ¿Qué tal!", el tuyo, es un blog necesario para un pueblo, pues estás ahí en la noticia o el evento cultural, social, deportivo, etc., pero siempre desde el punto de vista positivo. Porque Cieza merece la pena.
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