El artista en plena creación en los bancales de melocotoneros |
Sobre el portón de la cancela metálica del Museo de Siyâsa todavía hay unas iniciales en hierro de forja: “A.M.” Al parecer corresponden a “Antonio Marín”, quien fuera alcalde de Cieza y mandara construir el casino del pueblo, donde los señoritos fumaban puros habanos arrellanados en sillones de orejas o se arruinaban algunos jugando a las cartas de matute en una sala discreta del piso de arriba, cuyo pulsador de señal de alarma, por si de pronto “había moros en la costa”, estaba camuflado bajo el arranque del pasamanos de madera de la escalinata de mármol. Fue aquel un mundo que el viento del cambio se llevó; un ambiente rancio de tedio y humo que contrastaba con el trajín laborioso de la almazara situada en la planta sótano del edificio, la cual tenía su acceso por los “Ejíos de Hontana” (en el pueblo eran conocidos entonces por la gente dos “ejidos”: los mencionados de la calle Hontana, sobre los terraplenes que bajaban hasta la acequia del Fatego, y los “Ejíos de Marín”, en la calle Juego de Bolos, donde estaban los aperadores con sus fraguas de carbón piedra, forjando rejas de arados y aros de hierro para las ruedas de los carros).
El otro día fuimos al Museo de Siyâsa porque se inauguraba la exposición “Pérsica”, y Josevi estaba en la puerta recibiendo a los amigos que llegábamos. A José Víctor lo conozco ya unos cuantos años, desde que mi hija Victoria Elena estudiaba arquitectura en Valencia y él hacía bellas artes (aún luego coincidieron también cuando ambos, cada cual en su carrera, estuvieron cursando estudios en Florencia). José Víctor Villalba es un gran artista y mejor persona; se le nota por su humildad y sencillez en el trato, señas de identidad de todo hombre inteligente.
Josevi ha colgado su obra en las dos salas principales del majestuoso edificio del Museo: en la “Pecera”, espacio diáfano del nivel 1, donde otrora los socios del casino tomaban café y, entre borias nicotinosas, veían pasar la vida por la calle San Sebastián, y en la “Planta cero”, lugar que ocupara en tiempos la almazara de los Mateos, con su molino de rulos cónicos de piedra, su tolva con tornillo de Arquímedes para elevar la oliva, su prensa de cofines de esparto y mecanismo hidráulico basado en el principio de Pascal, su olor denso a piñuelo y sus reposadores del aceite, de donde éste, cual oro líquido procedente del corazón de los olivos y el trabajo noble de los olivareros, era trasvasado después a las zafras con medidas de hojalata.
Cuando entró en decadencia el sistema “posfeudal” de señoritos y medieros (los primeros poseían la tierra y los segundos la trabajaban en régimen de aparcería) y la antigua sociedad clasista de pobres y ricos comenzara poco a poco a disolverse por el advenimiento de la llamada “igualdad de oportunidades” en los años todavía del “tardofranquismo”, el casino empezó a dejar de tener sentido. Luego llegaría el desuso, el abandono, la obsolescencia y la infrautilización del vetusto edificio. Entonces se haría cargo el ayuntamiento de efectuar una restauración completa de éste y crear un espacio museístico dedicado principalmente al famoso yacimiento arqueológico de la gran medina de Siyâsa, un orgullo para los ciezanos.
Josevi nos recibe con cariño y nos enseña su última creación: un espectáculo cromático asido a hilos invisibles que cuelgan del techo. Él en su carrera artística ha profundizado con éxito en diferentes etapas, y en esta que hoy nos enseña con la humildad del alumno que ha realizado bien sus deberes o con la satisfacción del trabajador cuando ha culminado con éxito su tarea, José Víctor, que seguramente fue siempre un creador, pero que antes de obtener el doctorado en Bellas Artes supo de sobra qué era coger melocotones en la tierra de sus padres, ha tomado prestada a la naturaleza la variedad cromática de los melocotonares en otoño.
Con “Pérsica” el hombre nos quiere mostrar para qué sirven las hojas caducas de nuestros melocotoneros cuando han dado ya sus frutos y los campos de Cieza se tornan caleidoscópicos a la luz del atardecer: los rojos, los rosa y los amarillos, con toda su gama de tonos intermedios, ha plasmado Josevi en esta singular muestra de un arte realmente autóctono de nuestros campos. Pero el artista ha querido enseñar también cuan altos llegan los trabajadores agrícolas de esta tierra en la recolección y los sudores del medio día, por eso ha metido al Museo los perigallos, en las dos salas mencionadas. Ya no hay aquella diferencia abismal del viejo casino, entre los sillones de orejas y los cofines de esparto; ahora, tanto arriba como abajo, es ya lo mismo: creatividad y trabajo, obras artísticas y grandes perigallos.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 04/03/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
No hay comentarios:
Publicar un comentario