Antiguas balsas de cocer esparto de Migaseca |
Pero miren por dónde, alguna utilidad
debían tener ahora esas viejas balsas en ruinas donde otrora se cocía esparto
para la industria de la espartería. Está claro para qué sirve tan feo lugar en
los aledaños del Colegio Cristo Crucificado y en la cercanía del templo más
simbólico y querido de Cieza: la
Ermita del Cristo del Consuelo. Sirve, ¡qué pena!, para que
acudan allí masivamente los chitos y las chitas a pimplar bebidas alcohólicas
en días señalados, como en Domingo de Ramos, en Viernes Santo o en Domingo de
Resurrección, sin ir más lejos. Para eso sirve...
Antes en Viernes Santo por la tarde –muchos
de ustedes se acordarán–, decían los curas y las beatas que estaba el Señor muerto.
Por tanto se cerraban los bares y los cines; en la radio ponían música sacra o
gregoriano, y en la tele, que nada más que funcionaba una cadena (luego
pondrían la UHF ,
pero muchos de aquellos televisores de lámparas que instalaban Ortuño y
Marconi, ni siquiera podrían sintonizarla), echaban alguna película piadosa,
como “Marcelino Pan y Vino” o “La Túnica Sagrada ”. Pero emborracharse en la calle
en día tan señalado hubiera sido un escándalo público, ¡un sacrilegio merecedor
de la excomunión!
De modo que como la gente no
tenía donde ir, tomó la sana costumbre de marchar a la Fuente del Ojo. Entonces, personas
de todas las edades, cual en una romería civil, iban paseando espaciosas por el
camino; llegaban hasta aquel lugar del lavadero público (hoy está en proyecto
su reconstrucción, ¡menos mal!), y, en una relación de convivencia pacífica y
exenta de vicios, subían por los losados hasta la cercanía de los Casones. Mas
ahora, tergiversando el sentido de la Semana
Santa , en un día de tan honda religiosidad, como es Viernes
Santo, en el que lo propio sería el recogimiento (y el no creyente nada tiene que
celebrar ni observar), se tiende a adoptar por el contrario conductas
desinhibidas y báquicas por parte de muchos jóvenes, lo cual choca también con
el derecho al descanso y al uso normal de la vía pública del resto de la
ciudadanía.
Sin embargo algunas gentes, ante las
quejas del escándalo que monta y de la marranería que deja a su paso esta
muchedumbre botellonera y gritona, argumenta “que es que la juventud no tiene
donde ir”. ¿No tiene dónde ir a qué…?, pregunto yo. Pues todo el mundo puede ir
a todas partes siempre que vaya bien
ido. Otras gentes se refieren a que no hay una zona apartada y preparada al
efecto, donde estos muchachos y muchachas puedan organizar sus fiestorros sin
que los veamos tirados por los poyos de las casas, meando o vomitando entre los
coches o en mitad de aquel erial de los terraplenes de la Ermita. Es verdad, no
lo hay. Pero yo creo que esa no es la cuestión y que de esa manera estamos
desviando el fondo del asunto. A esos jóvenes de ambos sexos que buscan los
efectos etílicos como forma de pasar el rato, no hay que apartarlos como
apestados y dejarlos que se emborrachen en aquel sucio lugar (la administración
tiene, pero que mucha, responsabilidad en esto). Ni tampoco hay la necesidad de
proporcionarles un área ex profeso para desarrollar su alcoholismo sin molestar
la visión y la conciencia a los vecinos. No, no. No es por ahí.
La cosa es que ha habido una gran pérdida de valores
en general y esto es muy serio y preocupante. De modo que lo que hace falta es
“rebobinar” un poco y saber hacia dónde va esta sociedad; qué cultura hemos
trasmitido a las generaciones que llegan detrás y qué valores podrán transmitir
los niños y adolescentes de hoy en día a los que vengan después. Algunas gentes
afirman también que es que los jóvenes tienen que divertirse. De acuerdo. No
solo los jóvenes. Todos tenemos derecho a divertirnos y pasárnoslo bien. Claro
que sí. Pero algunas gentes están confundiendo la velocidad con el tocino y
admiten como verdad universal que divertirse es beber alcohol tirado en el
suelo y que pasárselo bien es emborracharse en un sucio terraplén de la Ermita.
Miren, lo que hace falta es recuperar valores cívicos
y humanísticos y que tengamos claro qué es lo que nos hace personas y qué es lo
que nos degrada y nos anula la educación y el civismo. El alcohol está ahí para
disfrutarlo, en la dosis justa; pero no para emborracharse y perder la dignidad
en mitad de la calle o en las Balsas de Migaseca. ¡Qué pena!
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 11/04/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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