INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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16/5/21

Pavos, pavas, pavicos y la zorra en el centeno

 .

Mi nieto Antonio no quería ponerse en la foto con su hermanica y su madre, entonces le colgué al cuello la Canon y le dije «¡toma, echa tú la foto; encuadra y este es el disparador!» Por si no lo saben, Antonio tiene dos añicos.

No vayan a pensar ustedes —por el título me refiero— que esto va sobre el mal llamado «lenguaje inclusivo» y otras ñoñeces; ni crean que voy a adjudicarle a alguien un apelativo zorruno. Nada de eso (dejemos a los políticos y su discurso huero). Muy por el contrario, este es un artículo divulgativo de ciertos modos de vida que casi hemos perdido (en algunos casos, superado) de unas cuantas décadas hacia acá.

Miren, una palabra entendible por todos entonces era «averío»; distinta a otra, también manejada y conocida por la gente: «avío». El avío, el arreglo, el recado, era el conjunto de víveres que una persona, desplazada a un campo a echar la peonada, solía portar para su manutención diaria; eso era el «avío», que formaba parte del «hato», pues este incluía, además, otras pertenencias personales necesarias al estar fuera de casa; y, en importantes tareas rurales en las que participaba buen número de trabajadores, existía la figura del «hatero» (persona que se encargaba del traslado y custodia del hato). Bien, pero volvamos a la primera palabra: «averío»; este término definía el conjunto de aves de corral de una casa de campo, cortijo o «casa de labor».

Entre el averío, las especies predominantes eran las gallinas y los pavos. Mi madre, algunos años criaba pavos, que luego vendía o cambiaba por género a los recoveros ambulantes. Estos aparecían con un motocarro; aunque mucho antes los había con un carrito y un burro, como el caso de los fallecidos Miguel y Tomás, que antes de establecerse en la Calle Santo Cristo, esquina con la Calle Empedrá, y poner en moda los «semanales», ¿se acuerdan ustedes?, y antes de medrar tanto en el negocio textil como para situarse en la Calle Mesones, fundando un impresionante comercio de nueva construcción donde antaño estuviera el Pino Gómez, antes de todo eso —digo—, estos honrados recoveros habían empezado desde muy jóvenes andando los caminos del campo con su carro y su bestia.

Bien, pues los recoveros llevaban en su motocarro unos jaulones para las aves, al mismo tiempo que diverso género textil que pudiera interesar. Mi madre compraba algunos metros de lienzo para sábanas o algo de pana para remendar; y el recovero pesaba los pavos con su romanica de mano (que entraba por lo menor y por lo mayor) y hacía la cuenta entre el tira y afloja del regateo.

Mi madre a veces se quedaba con una pavica, pero con ningún pavo, porque hacían falta las perras. Cuando intuía, o sabía, que la pava daba signos de ovular (si no se daba cuenta ella, lo advertía mi abuela), buscaba un pavo en la vecindad para que la fertilizara (a eso se le llamaba «pisar», «pisar la pava»). «Toma nene —me mandaba—, lleva la pava a ca la Pascualica del Tuerto pa que la “pise” el pavo». Una vez «pisada», todos los huevos que pusiera la pava serían fértiles.

Solía ocurrir que, al contrario de las gallinas, que ponían en sus ponederos cacareando el acto, la pava, silenciosa y escurridiza, se perdía; desaparecía de los corrales (los pavos, cuando no son muy pesados, vuelan: levantan vuelo como lo hacen otras aves, y mucho más las hembras). Entonces mi madre, cuando echaba de menos la pava entre el averío, se maliciaba que tenía su nido oculto en alguna parte. Ahí entrábamos nosotros, los detectives niños: «…A ver si encontráis dónde tiene la pava los güevos» —nos encomendaba.

A veces hallábamos la nidada a cien o doscientos metros de la casa, entre la maraña de una zarza, bajo las ramas de un lentisco o en el corazón de una chaparra. Cuando la pava ponía el último huevo, se quedaba muy «apavada» y no se movía. Entonces mi madre la agarraba y la ponía a incubar en un nido hecho con paja, dentro de un capazo de pleita. Como los pavicos nacen a los 28 días y los pollos de gallina, a los 21, y para optimizar la «calentura» de la pava, pasada la primera semana de incubación, le metía una docena de huevos de gallina (la pava podía con todo), y de esa forma hacía coincidir el final de ambos periodos de incubación. Más había un problema: ¿saben ustedes qué es más pavo que una pava? Una «pava en huevos». Una pava cuando está incubando no hace nada. Entonces había que sacarla todos los días del nido del capazo, engargantarle comida y agua y ponerla a cagar; si no, ella no se movía aunque la pillara el tren.

Cuando empezaban a eclosionar los huevos, a los pollicos les echábamos arroz y aprendían a picar en seguida (¡más listos que el hambre eran!); pero a los pavicos, mi madre les tenía que meter granos de trigo remojado en vino, y así se espabilaban antes (decía ella); hasta que a los dos días, la pava se le pasaba la «tontuna» y empezaba a picotear con todos los hijos (pollos y pavos).

Alguna vez, si el año era bueno, mi madre se quedaba con un pavo para Navidad. El animal crecía, se hacía el rey del corral, y, siempre inflado «como lo que era», no paraba de hacer la rueda y gluglutear. Le tomábamos cariño, jugábamos con él y hasta lo «toreábamos» con un trapo rojo. Más en llegando la víspera de Nochebuena, se organizaba la tragedia. Mi madre (¡menudo marrón para ella!), mientras afilaba la navaja en la amoladera, rezaba entre dientes varias avemarías, un Señor mío Jesucristo, una Salve y hasta un Credo Atanasiano, aparte del Padre nuestro antiguo; seguidamente se persignaba tres veces y empezaba a llorar mientras le cortaba la cabeza al pavo e iba recogiendo la sangre para hacer pelotas. Obviamente, nadie queríamos comer pavo luego.

Pero siendo yo un niño sin uso de razón, creo, me mandó mi madre un día a llevar los pavicos a un barbecho para que picaran babaoles y collejas. «¡Que no te quite ninguno la zorra!» —me advirtió bien. Mas junto al barbecho había un bancal de centeno espigado. Entonces ocurrió algo extraño, ¡visto y no visto! Un animal salió del centeno como un rayo, cogió con su boca uno de los pavos de la bandada y se perdió con él entre el centeno. Alarmado, regresé a la casa con los pavuchos, y mi torpe explicación fue que me había parecido un perro. «¡No era un perro, era la zorra…!» —dijo la pobre de mi madre, irritada, añadiendo algún improperio hacia mi diminuta persona.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"