Puente medieval sobre el Sella en Cangas de Onís (Asturias) |
Como en los pueblos nos conocemos todos, da gusto saber con tiempo quiénes serán los candidatos a las próximas elecciones para formar los ayuntamientos. Si los cabezas de lista serán de sexo femenino o masculino..., si serán jóvenes o maduros..., si serán caras nuevas en el panorama político o tendrán alguna experiencia municipal a sus espaldas...; en qué trabajan, qué formación tienen, de qué familia son, si son buenas personas, o si proceden del ámbito financiero o deportivo.
Miren, lo bueno sería poder elegir democráticamente a los alcaldes y a los concejales mediante listas abiertas, pero no es posible; esa potestad se la reservan ellos, los de la plana mayor de los partidos. Ellos elaboran sus platos y a nosotros nos dan lentejas (“las tomas o las dejas”). Porque la única opción que nos permiten, al votante común y corriente, es meter una lista de nombres completa a la urna o votar en blanco, o quedarse uno en su casa (lo que no es recomendable).
¡Listas abiertas ya!, al menos en las municipales. Eso sería lo auténticamente democrático. Pero no quieren los grandes partidos, porque perderían esa facultad de confeccionar sus candidaturas, a veces producto de politiqueo interno, amiguismo, nepotismo, etc. Por eso allá arriba, en las cúpulas nacionales y desde el Poder Legislativo, no quieren cambiar la ley en ese aspecto, porque así les va bien. De esta forma un futuro concejal no necesita más que un solo voto para salir: el del mandamás del partido que lo coloca en los primeros puestos de la lista; con eso le basta. Luego, lo del “pueblo soberano” no es más que una manera grandilocuente de conformar a la ciudadanía.
¿Cuál sería la mejor fórmula democrática entonces? Listas abiertas, por supuesto. Ya que, conociendo al personal, podríamos marcar con un boli: este o esta, sí; este o esta, no. Ejemplo: que este es un buen muchacho, honrado, trabajador y competente, pues le hago una crucecica; que esta es una mujer de reconocida valía personal, la marco con una crucecica.... Que este otro es un vividor, sin oficio ni beneficio, paso de él; que esta otra no sabe hacer un cero con un canuto, pues no la marco. Y así. Luego se cuentan las cruces que tiene cada uno y se conforma el orden definitivo de cada lista. El más votado por el pueblo, el alcalde. Y el que no saque las crucecicas suficientes, se queda fuera y en paz.
Sin embargo, no caerá esa breva. Y seguiremos teniendo que votar listas completas como si todos los que figuran en ellas fueran santos de nuestra devoción. Que a lo mejor, digo yo, estamos de acuerdo con la persona que va en cabeza, porque es competente, trabajadora, honrada, de buena familia..., porque pensamos que será capaz de llevar a cabo una buena gestión de lo público, fomentar la creación de puestos de trabajo..., y porque creemos que tiene capacidad y empuje para sacar a un pueblo de la mediocridad y convertir su entorno urbano en un lugar donde dé gusto vivir, etc. Vale, eso quizá pensamos de quien está en cabeza de cartel, incluso de bastantes otros de los que van detrás. Pero el votante en los pueblos conoce al personal y tiene su opinión formada. El votante se fija en algunos nombres de los que van por ahí en medio de la lista y piensa: ‘¡Ahí va!, pero si este no ha dao en su vida palo al agua...’; ‘pero si esta tiene una actitud demagógica que se la pisa...’; ‘pero si este es un menda lerenda...’, ‘pero si esta es una cierrabares...’ Eso pasa en todas las listas de todos lo partidos de todos los pueblos de toda España. (Hablo en general; y si alguien piensa que desciendo a lo particular porque cree identificar o identificarse, sepa que solo es mera coincidencia).
Ahora bien, ¿cómo me pueden rebatir la opinión expresada aquí y defender el actual sistema “partidocrático”? Con los programas. A los votantes se les inculca: ‘confiad en los partidos y votad sus siglas, porque éstas van asociadas a programas’ (no importan ya los nombres que integran las listas, pues no existe opción a elegir entre ellos). Es más, implícitamente se recomienda por parte de cada partido: ‘si lleváis ya el sobre que os hemos entregao preparaico, lo metéis a la urna y punto...’
Bueno. A falta de mejor democracia, no me parece mal esa opción: fijarse uno bien en los programas que presenta cada partido y votar en consecuencia. Al fin y al cabo el programa debería ser como un contrato, como una publicidad comercial que se puede hacer valer en juicio. Lo malo, ¡ay!, es que los programas electorales, como las promesas de los candidatos, contienen mucha furufalla y nunca son de obligado cumplimiento. Es lo que hay.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 28/03/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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