INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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21/7/24

El durico de plata

 .

Brocal de sillares de piedra, con su pileta, del aljibe (pk 3 de la Carretera de Mula) de la desaparecida casilla de peones camineros en el paraje Las Ermiticas

Lo prometido es deuda —dicen—, y yo, al tiempo que les hablaba en mi anterior artículo del corto reinado de Amadeo I de Saboya y lo efímero que fue el primer ensayo de república en España, les anuncié también que les hablaría luego sobre la pequeña historia de mi duro de plata, el cual me sirvió de introducción, ¿recuerdan? Durico emitido en 1871, el año en que fue entronizado en nuestro país dicho monarca italiano tras haber sido elegido por las Cortes españolas. ¡Un rey electo, qué barbaridad!

Bueno, pues a lo que vamos; dicha moneda, que yo guardo como oro en paño por su valor sentimental, me la regaló mi padre cuando cumplió los 90 años. Él, a la edad nonagenaria (sepan que estuvo agarrado a la vida hasta bien entrado en los 99), comenzó a desprenderse poco a poco de «esas pequeñas cosas, que él guardaba en un rincón, en un papel o en un cajón…», como diría cantando el bueno de Serrat, «esas pequeñas cosas que hacen que lloremos cuando nadie nos ve», añadiría en su  precioso poema Juanito (así le llamaba su madre, que era aragonesa, de Belchite).

Entre esas pequeñas cosas que él, mi padre, mantuvo alzadas durante muchos años y décadas, había un chisquero (¿saben lo que es un «chisquero»?, un chisquero consta de «eslabón», «pedernal» y «mecha», y era el antecedente del mechero, del encendedor); había una piedra muy especial que él la tuvo guardada 80 años, es un canto rodado muy bonito, con unas marcas naturales que, por su coloración y formas, parecen pintadas por artistas rupestres (yo le llamo la «piedra pintada» y le dediqué un capítulo en mi penúltima novela «La patria que nos queda»); también había —entre dichas cosas— un mechero Zippo de gasolina y piedra, que él atesoraba como un capricho de adolescencia (era de los que encendían al pescozón, pues luego inventaron los de martillo, que se amartillaban con el pulgar). Y, por supuesto, también estaba el mentado duro de Amadeo. Pues todas estas cosas, y algunas más, ahora me toca guardarlas a mí.

Cuando acabó la Guerra Civil en 1939 y comenzó la dura posguerra, que fue hambrienta, piojosa, sarnosa, amedrentada y larga cual sombra de ciprés, mi padre tenía 14 años y mi abuelo planteó como vía de escape para subsistir el hacer leña en el monte. Muchas personas hacían lo mismo y los montes de Cieza estaban esquilmados como por una plaga de langosta: cientos de personas, de ambos sexos y toda edad, subían a diario a la Sierra del Oro, que era y es la más poblada de vegetación, como hormigas en buscar de su pitanza. Cuando ya no quedaban romeros, lentiscos o espinos que rozar por puntales y laderas, mi abuelo trepaba a los riscos escarpados del Barranco del Apio, territorio de cabras montesas y de anidación de las águilas reales, y cortaba sabinas viejas y enebros gigantes y, con una soga de esparto gruesa y larga que había confeccionado a dos manos por las noches, lanzaba los haces cual si fuera a través de una tirolina.

Luego, a la luz del carburo, preparaban en la casa por la noche las gavillas, manejables, iguales, «bonicas», para vender en el pueblo al día siguiente (la leña era el combustible necesario para cocinar en la lumbre o para espantar el frío en los hogares en invierno). Mas el responsable de llevar al pueblo con la burra la «preciosa» carga y ofrecerla, bien por la calle, bien en un ladico junto a la Lonja, era su hijo mayorcico. En invierno salía este del Madroñal tan oscuro como la boca de un lobo, para llegar al pueblo con los primeros claros del día y lograr la venta; si la cosa se le daba bien, se podía incluso permitir el lujo de comprarse un «mincho» para almorzar.

En aquellos primeros tiempos en que se acababa de imponer la paz, el dinero no tenía valor, ni el de Negrín ni el de Franco —decía la gente—. Algunos de los que poseían monedas antiguas bajo el colchón, las sacaban para comprar algo que echarse a la boca; quienes no, buscaban el trueque, el cambio; lo importante era conseguir cualquier cosa que sirviera para comer. Mi abuela hacía jabón con las heces de la almazara; luego se subía al tren Chicharra y se llegaba hasta el Altiplano, donde, arrebujada de frío en un rincón de un apeadero, esperaba a otras mujeres que venían en dirección contraria con arroz, lentejas o guijas y poder trocar sus productos.

Una mañana ventosa y fría de enero, a la hora en que el orto solar apenas comienza a espantar la telaraña de la noche, un adolescente caminaba por la carretera tras su burra, cargada de gavillas de monte, en dirección al pueblo; el lugar era cercano al Puente de Meco y próximo a la casilla de peones camineros de Las Ermiticas (hoy en día está borrada y sólo queda a la orilla de la carretera, entre matorrales, olvidado, el aljibe de piedra con su pilón donde lavaba la ropa la mujer del caminero. El chico pensó que, con el viento, se torcía la carga de la bestia y, sin mirar atrás, salió a un lado del animal para inspeccionar. En ese preciso instante, bien calculado por el demonio, venía empujado por el cierzo un ciclista que pedaleaba a prisa para llegar al pueblo.

Cuando el adolescente recobró su conocimiento, se encontraba sobre una manta en el suelo, dentro de la mentada casilla. El hombre de la bicicleta, muy preocupado, decidió que la leña se quedase depositada bajo palabra del casillero, mientras él, acompañando al chico y llevando bici y burra con ellos, subió hasta el Madroñal a contar lo sucedido a mis abuelos, a pedir disculpas y ofrecerse para lo que hiciera falta.

 El hombre era un empleado del Pantano de Alfonso XIII, que debía entregar aquella mañana un parte urgente en Cieza y, sin embargo, no dudó en demorarse a causa del accidente. Al despedirse, se sacó el moquero del bolsillo, en el cual y con un nudo prieto, llevaba un duro de plata del rey Amadeo I, quién sabe si para intentar adquirir algo importante, vital, en el pueblo; entonces se lo ofreció al muchacho como simple desagravio.

El chico era Guillermo del Madroñal, mi padre.

©Joaquín Gómez Carrillo 

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"