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Fotografía nocturna de la puerta principal del Mercado de Abastos
Nuestro idioma, el español, es muy rico y posee enorme cantidad de refranes, dichos, proverbios y chascarrillos. Pero, ¡ay!, con los cambios de la vida, algunos se van quedando obsoletos, sin utilidad, sin aplicación y sin mucho sentido; por tanto, inútiles a la hora de mentarlos.
Uno de ellos es aquel que decía: «Por San Blas, la cigüeña verás», pues daba a entender, a poco más de la mitad del invierno, el barrunto ya de la primavera con la presencia de estos pájaros. La cigüeña es un ave migratoria y, con la llegada de los fríos invernales, como hacen las golondrinas, prefería regiones más cálidas y se marchaba; luego, a primeros del mes de febrero, cuando «busca la sombra el perro» (por San Blas), comenzaban a aparecer buscando la querencia de sus grandes y viejos nidos. Las cigüeñas «matrimonian» de por vida, como las palomas y otras aves, y ambos individuos son fieles a su pareja: no tienen escarceos ni echan canas al aire, aunque, qué curioso, cuando emigran y se van de la península, tanto el macho como la hembra, lo hacen por su lado, no necesariamente viajan juntos, sino que su fidelidad es más bien reproductiva. De manera que se da muchas veces la circunstancia de que uno de los dos llega al nido y tiene que esperar a que aparezca el otro; y aunque sea testigo, en nidos próximos, del cortejo sexual de otras parejas, y aunque coincida la presencia de otros machos o hembras solteros, no deja de esperar a su «cónyuge». Que lo recibirá crotorándole y con muestras de afecto; porque no sé si saben que las cigüeñas no tienen voz, y lo único que hacen es un «castañeteo» con el pico, que es lo que se denomina «crotorar». Dicho todo lo anterior, hablábamos de que ya significa bien poco el refrán de la cigüeña, pues con la cosa del cambio climático, es que hay muchos ejemplares que no emigran, y ya no es que se vean por San Blas, es que se ven todo el año.
Otro dicho que me viene a la cabeza, y que ya no sirve, es el de «Pasar más hambre que un maestro de escuela», o tampoco tiene mucho sentido el de «Tener más perras que los toreros». Pues sabido es que hoy en día, se amasan grandes fortunas sin ponerse delante de un morlaco; verbi gratia, futbolistas, deportistas de élite, empresarios de éxito, artistas consagrados, escritores de grandes tiradas (una de las mujeres más ricas del mundo es J.K. Rowling, la autora de la saga de Harry Poter), o, sin ir más lejos, los políticos, que ganan perras por un tubo y no tienen que bajar a la arena, aunque a algunos les empitone la justicia y vayan al trullo por rateros. El otro dicho, el de los maestros, resulta evidente que ya ha dejado de tener sentido. En la actualidad, un docente cobra su buen sueldo y goza de un par de mesecicos de vacaciones, el doble que cualquier otro funcionario. Sin embargo, la cosa viene de atrás, de cuando los maestros y maestras percibían un sueldo mísero, o no cobraban nada, que de todo había. No debemos olvidar aquellos abnegados maestros que recorrían las casas de los campos dando lección a los muchachos (a las muchachas raramente, pues lo que los padres querían es que fuesen mujeres de su casa y basta); a ellos les enseñaban a leer, escribir y las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. De entre estos mencionaré al «Maestro Coche», que iba en bicicleta por aquellos andurriales, caminos y carreteras sin asfaltar, y, según Antonio «el Recovero», alumno suyo que lo fue de niño cuando vivía en el paraje de La Torre, y ahora tiene 92 años, aquél llevaba a la bandolera una escopeta, además, por si saltaba la liebre (hombre precavido).
Tampoco tienen validez real los dichos relativos a los molineros de los molinos maquileros, como aquella sentencia que alertaba: «De molino cambiarás, pero de ladrón no variarás», ya que era algo común el que se les fuera la mano en la maquila (el porcentaje de grano o harina que se reservaba el molinero, de cada una de las moliendas, como pago del servicio). En la misma línea estaba aquel otro que decía: «¿Molinero has maquilao? Maquila otra vez por si te s’ha olvidao». (Mi amigo A.M. escuchaba a su abuelo, molinero viejo, decirle al mozo, que no tenía el pobre muchos ardides: «¿Fulano, has maquilao?». «Sí» —contestaba el mozo—. «No te he visto…» —dudaba el molinero—. «Anda, maquila otra vez, que yo no te he visto». Por si acaso).
Y por razones obvias, no tiene ningún sentido ya aquella exclamación cuando algo se hacía muy pesado y molestoso en el tiempo: «Esto va a durar más que los moros en España». Pues todo el mundo tenía claro que los moros duraron en la península más de ochocientos años (la invasión fue por el 711 de nuestra era, y hasta que Isabel la Católica plantó sus reales en Granada en 1492, calculen lo pesada que fue la reconquista). La cosa había empezado en el siglo VIII, cuando el general árabe Táriq ibn Ziyad cruzó Gibraltar y empezó a cargarse a los pobres visigodos, que estaban tan tranquilos, y, por la ley de las cimitarras, empezó a imponer el islam, una religión expansionista y belicosa en sus albores mahometanos: la conquista Omeya. Siendo muy significativa para el avance moruno la derrota del rey Don Rodrigo en la batalla de Guadalete, que a partir de ahí todo fue coser y cantar para los agarenos, hasta llegar a las montañas asturianas, que Don Pelayo salió y dijo «¡Ato ahí!» («moros go home!»). «¡Pos vaya hombre, hasta ahí podíamos llegar!», y empezó lo que culminaría Isabel I, con dos ovarios, cuando Boabdil el Chico, se tuvo que marchar llorando y su madre le dijo en perfecto andaluz aquello de «Anda quillo, llora como mujer…» (o «¡cuanto más llores, menos meas!». En cambio, lo que son las cosas, cuando el infeliz Don Rodrigo perdió su reino en Guadalete, se marchó al monte a penar (dice el romance), y, por hacer penitencia, se hizo enterrar vivo con una serpiente; allí había un pobre ermitaño que visitaba todos los días la tumba y le preguntaba que qué tal iba la cosa, y el rey respondía (en ultratumba) que bien; hasta que un día el eremita preguntó: «¿Cómo te va penitente con tu fuerte compañía?». Y el desdichado respondió entonces: «¡Ya me come, ya me come por do más pecado había!». A saber…