INTRODUCCIÓN

______________________________________________________________________________________________________
JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

Buscador por frases o palabras

Buscador por fechas de publicación

Traductor de esta página a más de 50 idiomas

21/1/24

Cuando éramos pobres

 .

Bajando al mar. Calblanque (Cartagena)

La nieta del alcalde «Pancharra», el que mandó emitir dinero de papel en 1937 para salvar la economía ciezana, me dijo una frase que solía repetir su madre: «hay gente que ya no quiere acordarse de cuando era pobre». Porque entonces, la de aquel tiempo, era una pobreza vergonzante; así que luego había quienes borraban aquello de su cabeza, preferían dejar en el olvido el que un día tuvieron que recoger del suelo las cortezas de las naranjas y las mondas de las patatas para echárselas a la boca.

Mi libro «La patria que nos queda» es un ejercicio de la memoria, un testimonio de los recuerdos; no de los que fueron tan tristes que ahora dé vergüenza recordar, sino de aquellos otros de nuestra niñez en los años sesenta, cuando se veía venir un horizonte de cambios en la sociedad sin habernos quitado de encima la corteza de la resignación a las tradiciones, de las carencias con que se vivía, de la precariedad y, por qué no, muchas veces, de la humillación por el sistema, aún vigente, de pobres y ricos.

Antonio García Ros, alias «Pancharra», firmaba el dinero municipal como si fuera el mismísimo director del Banco de España, cuando el Banco de España servía para regular la economía nacional. En las tiendas de Cieza, la tendera o el tendero preguntaban: «¿Con qué me vas a pagar?». Y la clienta o el cliente decía entonces: «Con dinero Pancharra», billeticos de 10 céntimos, de 50 céntimos, de 1 peseta y de 2 pesetas. El ayuntamiento hizo varias emisiones, hasta un total de 250.000 pesetas, que eso era una pasta en aquel segundo año de la maldita Guerra Civil.

Una idea rondaba en mi cabeza hasta que me puse a escribir «La patria que nos queda». De esto hace algunos años, aunque los escritores que no somos nadie, desde el punto de vista comercial, vamos dejando que se acumule en el cajón del disco duro del ordenador mucha obra, mucha. Hasta que hace unos meses me busque una buena editorial de Madrid y me imprimió los libros por el sistema de autoedición, o sea, yo los pago, me los mandan a mi casa y los libros son míos, y cuando los venda (si los vendo), lo que saque, para mí (el otro sistema, en el que la editorial se hace cargo de la impresión y distribución, está muy bien: el escritor no arriesga nada, pero por las ventas (cuando las hay) recibe un «cacahuete», y eso no es justo, pues en un libro se invierten   muchas, muchas, horas de trabajo, para que luego, entre editorial y distribuidora, se lleven la parte del león). De «La patria que nos queda», en Cieza llevo vendidos más de 500; parece que no es nada, pero mi objetivo se va cumpliendo, que no es el de vender por el prurito económico (la ganancia es exigua en comparación con los cientos, miles, de horas que cuestan escribir un libro de más de 600 páginas, hasta llegar a ponerlo en manos del público con la garantía de ser un producto literario bien acabado), no, el interés verdadero es el de distribuir ese compendio de recuerdos de cuando éramos más pobres, más sencillos y teníamos menos de todo en las casas y en efectos personales, salvo honradez, respeto y ganas de trabajar para hacer un mundo mejor.

En febrero de 1937, por un decreto de Gobernación, se cargaron de un plumazo los concejales legalmente elegidos en abril de 1931 (¿recuerdan las famosas elecciones municipales que fueron tomadas como plebiscito para el cambio en la forma de gobierno en España?); entonces formaron el nuevo ayuntamiento de Cieza con concejales propuestos directamente por los partidos y sindicatos (de izquierdas, claro), y Pancharra, que había entrado por la CNT, intentó quitar piojos de pobreza severa a muchas familias aplicando la «Ley de Términos Municipales», es decir, el poco trabajo que hubiera en Cieza, para los ciezanos; y poniendo en circulación dinero municipal. (En aquella corporación, y por el Partido Socialista, fue primer teniente de alcalde Pascual Egea, abuelo paterno de mi difunta esposa, lo que luego, en 1939, le valdría una condena a prisión, la muerte y la fosa común, de la que ni su viuda ni sus hijos pudieron rescatar jamás un solo huesecico para rezarle.)

Mi libro, «La patria que nos queda», describe un marco socio-cultural de mitad de los sesenta, donde ya no había chinches, o casi; donde no se pasaba hambre literal, o casi; donde medio se podía ir tirando, o había que tomar un tren que pasaba por Portbou y marcharse a buscar la vida al extranjero.  Pero en el entorno rural persistían las tradiciones antiguas de señoritos y medieros, y los niños del campo compaginaban los quehaceres, que sus padres les encargaban, con la asistencia a clase en aquellas entrañables escuelas rurales. Mi novela desarrolla la ficción de la trama en una escuela rural de las que había en los parajes; la cual, integrada socialmente en su entorno, se hallaba junto a las eras de trillar y a los bancales que araban los agricultores o donde el pastor apacentaba su ganado. Mi maestro, ficticio, que ejerce su docencia con más amor que medios, es un hombre de pensamiento humanista que pretende desasnar a los niños campestres con parejo respeto que si fueran hijos de ministros.

Por el mes de julio del segundo año de la Contienda, explotó el camión de bombas en el paso a nivel de Los Prados. El demonio, o el sabotaje quintacolumnista, quiso que un transporte se rezagase de la caravana de camiones cargados de munición (el monstruo de la Guerra consumía toneladas y toneladas de explosivos; y las bombas serían cargadas en Cuatro Vientos por aviones rusos o franceses para descargarlas después sobre los objetivos, donde seres humanos corrían como hormigas despavoridas a vista de pájaro). El demonio hizo los cálculos para que el tren Correo de media noche, lleno de pasajeros, fuera destrozado por la metralla y parte de sus vagones cayeran a la Rambla del Judío. Entonces todo el pueblo, amedrentado por la explosión, se echó a la calle en el sopor de la noche, y el alcalde Pancharra se subió a las escaleras de la puerta del Convento (utilizado como almacén por «El Común», del que habían arrancado parte del suelo para que entraran las bestias de carga con los serones) y pidió calma a la gente. «Yo, personalmente, voy a ver qué ha ocurrido», prometió el hombre.

En «La patria que nos queda», mi última novela, reflejo de la vida de los sesenta, imperaba todavía en el campo el sistema posfeudal de señoritos y medieros; patrullaba, visitando las casas apartadas, la Guardia Civil de a caballo; y las maestras y los maestros acudían por sus medios a las escuelas rurales, donde en su aulas multigrado estaban juntos ambos sexos y, desde párvulos hasta cuarto de primaria, recibían la atención personalizada del docente. En el libro he descrito un espacio geográfico, que el lector compondrá en su cabeza, y he señalado la llegada de inventos, como la radio; y servicios, cual el autobús del campo. Si lo leen, disfrutarán de las cosas que ocurren en él y harán suyos muchos recuerdos, quien sabe si olvidados, o casi.

©Joaquín Gómez Carrillo 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

EL ARTÍCULO RECOMENDADO

LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
.
* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
_____________________________________________________

Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"