Monasterio de religiosas Clarisas de Cieza, en cuyo interior el tiempo fluye en búsqueda de la dimensión espiritual |
Pasa el tiempo. Imparable. Y lo que es peor, sentimos que este se acelera conforme disminuye por delante nuestro recorrido vital. Pues el tiempo, no sólo es relativo como ya dijera el sabio, sino que es también singular y único para cada ser y cada cosa. No hay en ningún rincón ni esquina del universo dos tiempos iguales. Miren, todas las mañanas de todos los días, desde hace años, observo al pasar las piedras de la iglesia, gastadas cada vez más por el tiempo, carcomidas, castigadas por los hombres y la meteorología. Pero ahí están; de hecho, esas piedras nos sobrepasarán a todos. Y cuando ya nadie de los que hoy somos camine por las calles de este pueblo, seguirán estando en su lugar, aunque más erosionados, esos sillares pétreos que conforman el sólido basamento de la torre del campanario, los cuales un día fueron desbastados y trabajados con maestría por un cantero. ¡Ay, pienso, qué distintos, el tiempo fugaz de una mariposa y el tiempo sideral de nuestra galaxia...!
Don José Cano, goce de Dios, desde su condición de cura, decía con mucha gracia que a los fetos humanos, el Creador les pone un chorrito de inteligencia a través del agujerico de la fontanela antes de venir al mundo. Si quieren que les diga la verdad, no recuerdo nada más ilustrativo y poético, ni en el mejor capitulillo del Juan Ramón Jiménez de Platero y yo. El intelecto es, sin lugar a dudas, el patrimonio más importante que se nos da al nacer, el cual nos definirá personas y nos hará humanos con el don del lenguaje. Pero hay otro tesoro a la par de grande que todos portamos bajo el brazo, aunque nadie pueda cuantificar ni tener seguro: el tiempo, limitado, para llegar a ser lo que somos: Nada. ¡No somos nada...!, admitimos reconocer cuando vemos que a un ser cercano se le ha gastado su tiempo.
¿Qué hacer con nuestro tiempo? Esa es la pregunta. ¿Cómo vivir nuestro tiempo particular, inherente a nuestra propia vida? (¿Existirá vida fuera del tiempo...?, ¿habrá tiempo en la inexistencia de todo, en la nada absoluta, en la infinitud de la muerte, antes y después de la vida...?) La gran duda: ¿Cómo encarrucharemos cada uno de nosotros nuestra vida, única, corta y azarosa, para obtener en ella algo de provecho...? Sabemos cual es la mejor opción: Hacer el bien. Mas el ser humano se diferencia de todos los animales en que, pudiendo hacer el bien, muchas veces, la mayoría de las veces, hace el mal. ¿Pero, sabemos cómo hacer el bien...?
En este mundo, gran parte de las personas vive su vida como puede, otras gentes lo hacen como saben y solo unos pocos individuos pueden y saben vivir como ellos quieren. ¿Por qué casi todo el mundo viaja y agota el ciclo de su vida como puede? Porque hay circunstancias y azares que aguardan y acechan al ser humano desde siglos antes de nacer, que lo atrapan y lo engullen, que lo empujan en el viento del rodar constante del mundo. Entonces, el hombre como especie se defiende, lucha, trabaja, subsiste, sobrevive, a ratos respira y a ratos se ahoga en el caldo social que el destino le reservó al nacer. A veces se siente medrar y otras, hundirse en la hipocresía humana; se aferra a su patrimonio, a sus creencias o a su ideología; escapa a duras penas de los vicios; atesora el amor, la amistad, y cree tener conciencia clara sobre el sentido de la familia y la descendencia. Al final, sin haber sabido vivir de otra manera, deja apagarse, en la mayoría de los casos en buena paz, el último lapso de su tiempo.
Otras personas sí saben cómo gastar su vida, aunque no lo consigan nunca del todo. Pero en su tiempo, limitado, se orientan a ello con tenacidad, constancia o vocación: Están los que se proponen ser ricos desde la adolescencia, o la niñez o desde el útero materno. No todos llegan a ello, pero se afanan en esa idea: Reunir riquezas y patrimonio, aunque luego, en un solo instante, pierdan su vida y de nada les ha servido todo. También viven como saben los sabios, y los santos. Unos según el poderoso dictado de la razón, luz de toda ciencia y conocimiento; otros en la meditación interior del alma. Saben vivir sin que les afecten demasiado los avatares del mundo, y, al llegar al final, al minuto cero de su tiempo, la vida para ellos ha tenido algo de sentido. Hubieran podido vivir de otra manera, pero han sabido ejercer su libertad, a veces bien, a veces mal, para gastar su tiempo.
Sin embargo, unos pocos viven su tiempo como quieren, consagrados libre y enteramente a una opción personal, caso de quienes se entregan en cuerpo y alma a remediar el sufrimiento ajeno en sociedades pobres, caso del hombre feliz (aquel que no tenía camisa) del cuento de Khalil Gibran, o caso de quien une su vida espiritual a Dios a través del cordón umbilical de la oración y la paz monástica de la clausura, como Sor Pilar, superiora que lo fue del convento de Las Claras. Vaya este artículo en su recuerdo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 09/04/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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