Una de las bonitas cascadas en "Las Fuentes del Algar", Callosa de en Sarriá (Alicante) |
De los recuerdos queridos de la niñez, que se llevan atados para siempre a la memoria sensorial, el del aroma dulce de los nispereros en flor allá en el edén perdido de la hacienda del Madroñal, es uno de los más hermosos y agradables. Eran aquellos unos árboles grandes y majestuosos, cuyas copas colonizaban piando los gorriones en el mes de mayo, y a los cuales podíamos trepar para comer los frutos maduros a placer.
Muchos años después, cuando me enfrasqué en pergeñar un librillo de relatos, al cual denominé “Relatos Vulgares” por la variedad de personajes de toda laya –más bien de antihéroes vapuleados por la vida–, a una de las pequeñas historias puse por nombre: “La flor del níspero”. Y lo hice porque el protagonista del cuentecillo, no es sino a su edad anciana y por amor, cuando descubre quizá el sentido cierto de su existencia y la efímera cara de la felicidad. La semejanza que me vino a la cabeza entonces fue porque esta floración, la de los nispereros, es por estas latitudes nuestras la última del año, en el mes de diciembre; luego el fruto se acurruca incipiente en el propio cáliz de la flor y pasa los rigores invernales hasta llegar la primavera.
Ahora en mi huerta diminuta, que cultivo apenas por distracción los sábados, tengo plantados varios de estos árboles, de hoja perenne, que hermosean con su verdor todo el año, que al solecillo solsticial de invierno se pueblan del zumbido de las abejas libando sus flores y que atraen luego a los pájaros mediante el reclamo de sus frutos amarillos cuando llega el buen tiempo (yo creo que iremos al cincuenta por ciento, los pájaros y yo; por lo cual, dicho sea de paso, me considero un humilde “instrumento de la Providencia”, siempre a tenor de las palabras de Jesús cuando decía aquello de “...mirad los pájaros del cielo, que no siembran ni recogen, pero vuestro Padre Celestial los alimenta”).
Pero a lo que iba es que el otro día estuve en un sitio de esos paradisíacos, sin no fuera porque el turismo lo invade todo y rompe por fuerza ese halo de paz y maravilla que reina en algunos lugares. Y también porque la propia explotación de los recursos turísticos torna a estos en espacios mercantilistas y masificados por las multitudes. Me estoy refiriendo al valle del río Algar, en Callosa de en Sarriá. Aunque lo que está sobre explotado es lo que allí llaman “Las Fuentes del Algar”, que en realidad no son unas fuentes, sino una pequeña parte del cañón agreste de este riachuelo. Está muy bien acondicionado para el recreo y el baño hasta llegar a una angostura de dicho cañón, a partir de la cual solo se podría seguir curso arriba haciendo barranquismo. El sitio es de gran belleza natural, retocado por la mano del hombre, no solo con el diseño actual para sacar las perricas a los visitantes, sino desde antaño con el fin de aprovechar las aguas para usos tradicionales.
No quiero pensar cómo se pondrá aquello en verano; los visitantes, a los que se les cobra cuatro euretes a su paso por taquilla, estarán como piojos en costura. No obstante, les aconsejo a ustedes que se den una vuelta si pueden. No tiene pérdida: cuando lleguen por carretera o autovía frente al “skyline” de Benidorm, inconfundible con el imponente rascacielos del hotel Bali y esas “torres gemelas” que dicen que están a medio acabar porque a los arquitectos se les olvidó incluir los ascensores, verán en seguida los carteles que indican “Callosa de en Sarriá”. Sigan la carretera, con numerosas rotondas en las que hay grandes fuentes de agua (en una región donde el agua es un bien precioso y escaso, pero aquí, ¡venga!, como en Las Vegas...) Al llegar al pueblecico, cuyo casco antiguo tiene un enjambre de cuestas y calles morunas como Abarán, sigan las indicaciones de las mentadas “Fuentes”.
Entonces, camino del meollo turístico, donde hay establecimientos para estimular los deseos de compra y para abastecer las necesidades alimentarias de los visitantes, la carreterilla estrecha y curvosa desciende hasta lo hondo del valle por el que discurre el mentado río Algar. Y, ¡oh, maravilla!, todo el potencial agrícola de aquella zona, cuyo clima benigno hace bueno el lema alicantino de “la millor terreta del mond”, se centra principalmente en la producción de nísperos. No me lo podía creer: ¡Ya están maduros! Encaramados en las laderas de gran inclinación, cuyo aprovechamiento se hace a base de hormas de piedra y estrechos bancalitos aterrazados, crecen los nispereros cuajados de frutos áureos, los cuales se pueden adquirir en las tiendas que hay in situ; y no solo estos al natural, sino una variedad de otros productos derivados del níspero.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 16/04/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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