Vasijas de barro junto a otros cachirulos de cristal |
Se habrán dado ustedes cuenta de que ahora, en estos meses de invierno, cuanto más calienta el sol en el centro del día, más frío parece sentirse dentro de las casas. Esto es algo parecido a lo que podríamos llamar el “efecto botijo”, pues ya saben que los botijos, cántaras o botijones de barro, mantienen el agua fresquita en su interior durante las calores del verano; por eso cuando no había frigos, o a lo sumo solo existían aquellas primitivas neveras que había que cargarlas con barras de hielo que repartía por la calle el hombre del motocarro, en todas las casas se tenía el agua para beber metida en jarras de barro, con tapetes de ganchillo, bien colgadas éstas en la pared, de unas estacas de madera, bien posadas en un plato sobre los tinajeros. ¡El efecto botijo! El barro poroso dejaba “resudarse” el agua a través de las paredes y ésta, al evaporarse, “robaba” calor al cuerpo de la vasija. Justo lo que ocurre ahora en nuestras viviendas, poco acondicionadas para el frío en estas latitudes: las paredes parecen chuparnos el calor de nuestros cuerpos.
Bien, pues si queremos tener la casa medianamente calentita, no hay más remedio que producir calorías en su interior, ya saben: gastar muchos kilowatios, poner calefacción o encender fuego. Si utilizamos radiadores, braseros u otros aparatos elécticos, ahí nos espera a fin de mes la compañía de la electricidad con sus facturas; ¡carísima es la luz! Calentar una casa con energía eléctrica es una ruina. Si ponemos un sistema de calefación mediante gas o gasoil, tampoco es nada barato, pues el frío de nuestro pueblo es húmedo y más molesto que el de otros lugares (yo he visto las calles de Guadalajara llenas de gente paseando, con los termómetros marcando -2º grados de temperatura, pues el frío seco de Castilla, si se abriga uno bien, no es tan dañino como el que se mete en nuestras casas aquí).
¿Qué nos queda, pues? Echar lumbre. Alimentar una estufa, que es lo más limpio y eficaz para caldear una estancia. O encender fuego con leña como se hacía antes, aunque con la lumbre, te quemas por delante y te hielas por detrás. Sin embargo, fíjense que de aquel tiempo viene el refrán: “más vale humo que escarcha”, significando que era preferible tragar el humo que normalmente desprendían las chimeneas, que sentir los colmillos del frío cuando las prendas de vestir eran precarias y había que trabajar a la intemperie. Aunque todo era malo, ya que en muchas casas no tenían leña de calidad para consumir y utilizaban otras materias, como ramas verdes de pino, zuros, sarmientos o perfollas de panochas, los cuales producían humaredas a puerta cerrada, o “zorreras”, que decía mi abuela.
Pero en otro tiempo existían pocas opciones y normalmente, además de los braseros de picón que encendían las viejas en la calle, había que calentarse con leña. Ésta era el combustible más corriente y muchas personas tenían que ir a buscarla directamente al monte. La Sierra del Oro era uno de los lugares preferidos para los leñadores. Los había domingueros, que cargaban con su hacecico para el consumo propio de su casa, para que se calentaran los suyos y cocinar en el hogar familiar, mientras que otros tomaban el hacer leña en la sierra como una profesión y se ganaban la vida subiendo al monte a diario. Algunos carecían de medios de transporte y tenían que traer la leña a la espalda hasta el pueblo. Otros más afortunados poseían una bestia de carga: un burro, una burra, una mula o un machico. Y también los había que llevaban una bicicleta o una motucha, las cuales dejaban en alguna casa cercana a la sierra y hasta allí cargaban con su haz de rajas, de leña recia o de ramas empinochadas. Teniendo en todos los casos que burlar la omnipresente vigilancia del guarda forestal, el cual podía denunciarlos en plena faena, quitarles las herramientas (el azadón, el hacha o el serrucho) o lo que era peor: apropiarse del haz a la entrada al pueblo, en el Puente de Hierro.
Ahora ya no hay leñadores como entonces ni necesidad de ir al monte a por leña para quitarnos el frío en los hogares, pues quien más y quien menos tiene aparatos para calentarse. Pero aunque pagamos enormes facturas de la luz, cuando sopla el “pelacañas” en enero, seguimos pasando frío, sobre todo con este tiempo anticiclónico, cuando en la calle calienta el sol a medio día y se produce dentro de las casas el consabido efecto botijo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 10/01/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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