Ruidera, el Guadiana abandona las Lagunas y se precipita por la última catarata |
Nada como tener vocación para los oficios; nada como tirarle a alguien la inclinación para las cosas desde temprana edad; y nada como apuntar maneras en la primera juventud. Me acuerdo perfectamente de un compañero de colegio, que de mayor no quería ser bombero ni piloto de aviación ni médico cirujano, como aquel exitoso “doctor Gannon” de la tele de entonces, y si me apuran mucho, ni político, cosa que hoy en día da de sí un montón, pues no hay que estudiar nada ni aprobar oposiciones ante un tribunal ni demostrar la valía y la experiencia con un buen currículum ni la aptitud o la capacidad para desempeñar el cargo ni nada de nada, y sin embargo cuando en la política se llega al poder, por méritos puramente partidocráticos, se cobran sueldos bastante generosos. Pues miren, no; ni siquiera político quería ser aquel muchacho. En cambio, lo que a él le privaba era llegar a gestionar partidas de dinero en la administración pública, ¡ahí es nada! Recuerdo que más adelante, de mozalbetes ya, todavía imberbes, coincidimos en una academia de Murcia para aprender mecanografía, contabilidad y no sé qué paparruchas más (lo que por aquel tiempo se exigía para colocarse de escribiente en un banco), y entonces me aseguraba con resuelta convicción que él lo tenía clarísimo: “Yo, donde quiero entrar es a un ayuntamiento, pero no de funcionario raso, ¡qué va!, sino donde se reparta el dinero, donde se muevan las perras”, decía. ¡Oño, y lo consiguió! No me pregunten ustedes cómo ni dónde, pero en un puesto de esa índole estuvo años después el tío, justo en el lugar donde se cortaba el bacalao y donde se movían cientos de millones de pesetas en subvenciones. Eso pasó hace décadas y ahora aquel alumno que no anhelaba ser piloto ni cirujano ni político, según tengo oídas, es un hombre tan rico que muy posiblemente corra el riesgo de poseer sólo dinero.
Pero anécdotas aparte, es verdad que hay gente cuyo propósito desde muy joven, desde que empieza a tener uso de razón si cabe, es hacerse jodidamente rica por la vía rápida del dinero público, que según aquella lumbrera de ministra, ¿se acuerdan?, no es de nadie; de modo que su punto de mira no es otro que situarse en los consejos de administración de cajas de ahorro y empresas públicas, agarrar un cargo de confianza en el poder (donde poder trincar con confianza), ser sindicalista de pro entre compañeros y compañeras de puño cerrado, o, ya in extremis, casarse con la hija del rey, que no es moco de pavo.
¡Madre mía!, con razón hay cada vez más miseria en este país y más familias se encuentran bajo el umbral de la pobreza... Con razón la distribución de la renta viene siendo cada vez peor en nuestra sociedad y los ricos son de un tiempo acá más ricos y los pobres, más pobres... Y con razón los bancos han echado el pie y no sueltan un duro, ¡ni de las perras del rescate que les ha dado el Gobierno para que enjuguen sus pérdidas de la burbuja inmobiliaria pinchada o el saco roto de su avaricia capitalista...! Con razón, porque unos cuantos muchos estaban dejando la economía a dos velas a base de llevarse el dinero a calzón quitao.
Desde luego, arduo trabajo el de los jueces... Yo no sé si García Márquez se calentó tanto los sesos para escribir “Cien años de soledad”, con tantos personajes y tantas historias condensadas en una novela. Pero la jueza Alaya esa de Andalucía, por ejemplo, lleva ya metidos en el sumario más de doscientos imputados que estaban mamando de las subvenciones destinadas a los paraos y desviando el dinero público para lucro personal, y eso que aún no ha podido llegar hasta arriba, a los más mamones. ¡Hay que ver qué cabecica tiene esa jueza...! O el otro juez del caso Correa, cuya trama es como una gran metástasis de corrupción... Más ya veremos qué pasa cuando retiren de la circulación a toda esta gente y con el tiempo venga otra a los mismos puestos. Porque esto es el cuento de nunca acabar y en todo momento hay fulanos que desde pequeñicos ya les tiraba la inclinación. Siempre habrá zorras que se presten a cuidar de las gallinas.
Miren, recuerdo a un hombre sabio de Cieza contar lo siguiente: “Había una vez un pobre mendigo sentado en una piedra a la orilla de un camino, el cual tenía las piernas llenas de pústulas, en donde le chupaban cientos de moscas. Pero he aquí que pasó por aquel camino el buen samaritano e inmediatamente se detuvo a espantarle las odiosas moscas de las úlceras al desdichado. Mas éste, con mucha sensatez, advirtió resignado a la fatalidad del destino: ¡No, déjalas y no me las quites, pues estas moscas están hartas y ya apenas chupan, pero si las espantas, vendrán otras hambrientas y deseosas que me chuparán la sangre mucho más.”
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 15/11/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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