Entrada a la mina Agrupa Vicenta, en La Unión |
Al otro lado de las montañas sabemos que está el mar: la bahía de Pormán, y que desde tiempos de los romanos, acudían hasta allí los barcos a cargar el mineral que extraían del subsuelo. Hoy en día, tras siglos de explotación y con el paisaje plagado de pozos mineros, que han convertido sus montes en un enorme queso de gruyere, al pueblo de La Unión solo le queda ofrecer a los visitantes una pequeña muestra de lo que supuso, hasta hace unas cuantas décadas, la actividad de la minería. Así que “Agrupa Vicenta” no es otra que una de aquellas minas, donde hasta mitad del siglo XX, hombres afanosos que vivían como topos, picando casi en las tinieblas del infierno, tenían que ganarse la vida perdiendo a cachos su salud.
La moderna autovía de La Manga te deja muy cerca; de modo que aquella mañana llegamos en un periquete hasta el pueblo: en la actualidad un espacio urbano algo monótono, carente de un “casco histórico” como los que estamos acostumbrados a patear en otros municipios de la Región; solo el populoso edificio del mercado, sede actual del “Festival internacional del cante de las minas”, llama la atención al visitante y da una ligera idea de lo que en otro tiempo fue esta localidad: una gran urbe que, con gentes procedentes de otros lugares, atraídas por los beneficios que daban las entrañas de la tierra, llegó a contar noventa mil habitantes a finales del siglo XIX, cuando fue declarada “ciudad”: la ciudad de La Unión. (A Cieza le otorgó este título el rey Alfonso XIII en el año 1928).
Para llegar al centro de interpretación del Parque Minero, en el extrarradio urbano, cruzamos el paso a nivel del ferrocarril de vía estrecha que va desde Cartagena hasta Los Nietos, trencillo, todavía funcionando, que utilizaba en otro tiempo la burguesía cartagenera para desplazarse a tomar baños marinos en el Mar Menor. Y ya, llegados al sitio, nos invitan a una salita de proyección, donde con las imágenes de un video nos hacen una semblanza de la historia de esta localidad y su vocación minera. Luego en un remedo de tren ascendemos curveando por una carreterilla estrecha hasta media altura de la montaña. A la vista, ruinas por doquier de la existencia en otro momento de una “fiebre minera”; vestigios aquí y allá del afán humano por encontrar bajo el suelo la veta esquiva, capaz de sacar de pobre a cualquiera: plata, plomo, hierro..., lo que fuese. Por laderas y barrancos, observamos que no hay palmo de tierra sin remover ni lugar libre del pico esforzado de la minería.
En Cieza no se puede decir que haya habido rastros de esta actividad. Sin embargo haré mención de dos lugares donde sí pudo producirse. Uno es en la Rambla del Cárcabo, en la zona que hoy cubren las aguas del embalse del mismo nombre. Allí hubo un pozo, entibado de ladrillo moruno y “ascensor” con máquina de vapor, cuyas profundas galerías perseguían un rico filón de carbón de piedra; más por razones políticas de los gobiernos de Alfonso XIII, quedó finalmente abandonado el ambicioso proyecto (planeaban llevar el mineral hasta La Macetúa con una línea de vagonetas colgantes). Otro incipiente caso de minería en nuestro término, ocurrió también por los años veinte y fue en la Sierra del Oro (aún hoy en día se pueden ver las ruinas de la “casica de los mineros” junto al Pozo de la Nieve). La empresa estaba a cargo de un inglés, que cuando desistió de las prospecciones y entregó a mi abuelo la llave de la caseta y unos cuantos cachivaches del oficio, fundó el “Garaje Inglés”, donde “regalaba” el carné de conducir a los clientes que adquirían los primeros autos del pueblo.
A la entrada de la mina “Agrupa Vicenta”, la única que han acondicionado para las visitas, nos dieron un casco y nos hicieron pasar por una estrecha galería entibada con madera reciente. La guía, una chica joven, que nos hablaba con una especie de megáfono que llevaba colgado, al parecer se había estudiado bien el tema. En fin, no les quiero desvelar el contenido de la visita, pues les aseguro que merece mucho la pena ir. Solo les apuntaré que las proporciones subterráneas son inmensas si pensamos que todo fue horadado a pico y barreno, que la maestría para evitar el desplome de la techumbre dejando grande columnas era fundamental, que la explotación de las vetas se hacía por plantas, cuyo sistema de vías y vagonetas vertían el mineral en un profundo pozo para sacarlo más abajo, en la base de la montaña, y que las condiciones de trabajo eran de lo más extremas e insalubres. Se dice que allí, al fragmentarse la pirita (mineral de hierro conocido como el “oro de los tontos”), era tal la producción de calor en el interior, que los hombres, casi desnudos, tenían que zambullirse de vez en cuando en unas vagonetas-bañera llenas de agua para soportarlo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 25/10/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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