El otro día, organizando algunas cosas en mi biblioteca, ya saben: libros, carpetas y papelotes que sin saber cómo se van acumulando, hallé algo interesante: la copia de unas “Ordenanzas de la Villa de Cieza” de hace más de un siglo, impresas en la “Tip. de Ramón María Capdevila. Paseo de Marín Barnuevo. 1905.”
Parte del casco antiguo de Cieza |
Debió de tratarse de un librillo de poco más de 50 páginas, editado con gusto, como se hacían las cosas antes. Y, a diferencia de las que se promulgan en la actualidad, que se ocupan por separado de áreas o materias específicas, estas ordenanzas municipales agrupan en una sola norma, un compendio de materias que afectaban a la vida de aquellos ciezanos de principios del siglo XX.
En su Título Preliminar se establece una estructura territorial de Cieza a efectos administrativos. Luego siguen 15 capítulos, que abundan sobre aspectos de convivencia cívica, cosa de la que actualmente andamos tan escasos.
Se dividía entonces el municipio en cuatro distritos, adjudicando la responsabilidad de cada uno de ellos a un teniente de alcalde, que por lo visto también había cuatro, y no siete como ahora, conforme a las leyes vigentes. Asunto que tenía su importancia, pues todo vecino de Cieza sabía cual era “su político” al que debía dirigirse para cualquier problema. (Llama la atención el hecho de que algunos nombres de calles se han perdido, como “Barbacana”, “Manga”, “Plaza de Comisario”, “Margallo”, “Muguruza”, “Puigcerver”, “Callejón de las Monjas”, “Puerta de Madrid”, “Reina Regente” o “Calle Libertad”, donde estaba la cárcel).
Collado del Ginete, Vereda de Los Charcos. |
Sobre fiestas, les apunto un par de cosas: En relación con el teatro dice: “los artistas que tomen parte en la función tienen el deber de guardar al público respeto y consideración”. (¡Eso está muy bien!, no fueran a venir los listillos de los titiriteros a darles sopas con honda a los ciezanos). Y respecto a las corridas, establece: “En las funciones de vacas y toros, no se permitirá en ningún caso salir a la plaza a los menores de 16 años y a los ancianos”. (¡Pero qué arrojo el de aquellos viejos que, por lo visto, a la que te descuidabas, se tiraban como espontáneos a lucirse con unos muletazos!)
Luego, sobre los encierros, pues entonces traían los toros andando por caminos y veredas hasta los corrales como lo más natural del mundo, advierte: “Se prohíbe... que las apaleen o hieran [a las reses]” (¡Qué brutos aquellos ciezanos! ¿Pero en qué cabeza cabe ponerse a apalear a los pobres cornúpetas?)
Y dice algo llamativo, en cuanto al comportamiento de los zagales en la calle; escuchen: “Incurrirán en responsabilidad los padres, madres y guardadores que no den a sus hijos y pupilos la instrucción primaria que corresponda...” (Esto debería estar vigente en la actualidad y obligar a los padres a educar mejor a sus hijos..., pero claro, previamente habría que educarlos a ellos, pues si un ciego guía a otro ciego...)
Respecto al uso de los espacios públicos, advierte no “excrementar en la calle...”, es decir, que por lo visto algunos mendas, ni cortos ni perezosos, se bajaban los pantalones en cualquier sitio y hacían su necesidad.
Luego, en cuanto a la “Protección a los niños”, hay algo que se me cae el alma al suelo: “Se prohíbe sujetar a trabajos superiores a sus fuerzas a los niños, sin que en ningún caso pueda maltratárseles”. ¿Qué clase de esclavitud laboral practicarían los empresarios de entonces con los menores, para que el Ayuntamiento tuviese que dictar este tipo de normas? También dice: “Se prohíbe que los niños, para pasar la noche, se alberguen fuera de su domicilio en los huecos de las puertas...” ¡Madre mía!, ¿qué pobreza habría en esos años en el pueblo para que los niños anduviesen tirados por la calle como los perros y durmiendo donde les pillara?
Y, para terminar, dedican un capítulo sobre la “Protección a los animales útiles”. A mi juicio, todo un ejemplo de hipocresía legislativa: prohíbe el maltrato sólo a los animales denominados como “útiles”. Pero aún así y todo, las autoridades permitían la matanza por despanzurramiento de gran número de caballerías en cada una de las corridas de toros para el divertimento, que eso es lo lamentable, de un público a todas luces insensible a la crueldad con los animales. ¡Y las caballerías, sin lugar a dudas, son y han sido los animales más útiles al hombre en toda la historia de la humanidad!
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