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El puente o la puente |
El otro día, una célebre locutora de Radio Nacional de España dudaba la mujer a micrófono abierto, de si se debe decir “este agua” o “esta agua”. ¡Hombre, por dios!, está más claro que la ídem: la palabra agua es del género femenino, y, al igual que ocurre con los términos “hacha”, “ala” o “águila”, sólo se cambia el artículo para la forma singular (poniendo “el” o “un” en lugar de “la” o “una”) para evitar que suene mal; en el resto de casos se ha de hacer la concordancia de género en femenino, o sea que debemos decir con toda seguridad: “esa hacha”, “esta ala”, “aquella águila” o “de esta agua no beberé” (aunque eso, aseguran por ahí que no se debe decir nunca).
También he observado, en locutores de televisión y otros comunicadores (o no comunicadores, pero con poder mediático para salir en la caja tonta) que se arman un lío con algunas concordancias, y dicen por ejemplo: “veintiún mujeres”, o “sesenta y un por ciento”. No les hagan ustedes caso, pues en castellano debe estar siempre de acuerdo el sustantivo con su adjetivo que lo acompaña (es lo que se llama la concordancia, tanto en el género como en el número). De modo que lo correcto sería decir: “veintiuna mujeres” y “sesenta y uno por ciento”. A propósito, es incorrecto hablar de tantos “por cien”, pues siempre hay que decir “por ciento”, ejemplo: “la tasa de paro en España ronda ya el veintiuno por ciento de la población activa” (esto es, de cada cien personas en condiciones y con deseos de trabajar, veintiuna están desempleadas por necesidad). Sólo si llegáramos a estar todos parados en este país, se podría hablar de una tasa del “cien por cien” o del “cien por ciento”, pero esto sería un caso excepcional (me refiero a la expresión).
Pero bueno, no hace falta estudiar mucha gramática para saber hablar, siempre que tengamos la oportunidad de escuchar a personas que se expresen correctamente. Aunque mal vamos, si los propios periodistas tienen estos fallos y este desconocimiento de la lengua castellana. Sobre ello hay un libro muy bueno, y ameno al mismo tiempo, que se llama “El dardo en la palabra”, de Fernando Lázaro Carreter. Léanlo.
Disculpados quedan los catalanes por razones obvias, ya que todos los esfuerzos de sus administraciones se centran en ir convirtiendo el castellano en una lengua extraña, o extranjera, en Cataluña. Yo he entrado allí a museos o lugares públicos, donde los textos aclaratorios estaban en varios idiomas, incluido el español por casualidad, y he sentido vergüenza ajena de ver las faltas de ortografía.
Otro asunto que cada vez va a peor, hablando de incorrecciones en el lenguaje, es el de no tener clara la diferencia entre lo que son los géneros y los sexos, cosas, por cierto, muy diferentes. En castellano, los géneros (gramaticales, por supuesto) son seis: masculino, femenino, neutro, común, epiceno y ambiguo. Y los sexos (de los seres vivos sexuados, entre los que afortunadamente se incluyen los humanos) son dos: el masculino y el femenino (o se es hombre o mujer; no existe el manflorito, todavía).
Las personas no tenemos género ni estamos separadas ni divididas por géneros, pues pertenecemos todas al mismo y único: al género humano. En cambio las palabras de nuestra hermosa lengua latina, como ya he dicho, sí que están clasificadas por géneros. Hay palabras del género masculino, como “el Pico”, y del género femenino, como “la Atalaya”. Hay palabras del género neutro, como “esto”, “eso”, “aquello”. Hay palabras del género común, como “telefonista”, “testigo” o “taxista”, que se utilizan indistintamente tanto si se aplican a un hombre como a una mujer. Hay palabras del género ambiguo, como “el calor” o “la calor”, “el mar” o “la mar” y, por supuesto, “el puente” o “la puente”, que por pasarla ya saben ustedes que nos dieron la muerte. Y aún queda el género epiceno, como “la cigarra”, “la hormiga” o “la paloma” (¡no se dice palomo!, ni mucho menos palomo cojo, cosa que antes se tenía como exponente de lo más mariquita del mundo, no sé por qué).
Bien, pues si está claro lo que son géneros y lo que son sexos, ¿a qué viene esta inexactitud de llamar “violencia de género” a la que debería denominarse “machista”, “sexista” o, para se más exactos, “violencia contra la mujer”?, que maldito sea este tipo de violencia por lo que tiene de cobarde y de terrorismo doméstico o familiar. Pues viene sencillamente de que los angloparlantes utilizan la palabra “sex” (sexo) nada más que para referirse a las relaciones carnales, por lo que a ellos les suena más o menos como una palabrota a evitar; para las demás cuestiones utilizan la palabra “gender” (género). ¿Qué ha pasado? Pues que los políticos y otros individuos con influencia mediática y poco seso han copiado del inglés, traducido y difundido. Fíjense, que antes de que aprobara el Gobierno la ley actual sobre el tema, la Real Academia de la Lengua elaboró un informe para las Cortes, alertando del error semántico en la norma. Pero nada. Que si quieres a Ros, Catalina.
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