Les quiero hablar hoy de una cueva, de una gruta inmensa y mágica situada en el norte de España. El motivo es porque navegando a través de internet he visto que desde no hace mucho tiempo ésta se halla, en parte, acondicionada y abierta al público, de modo que cualquiera puede acceder a ella y sentir la emoción de un viaje al fondo de la tierra.
Yo conozco esta hermosa cueva y les puedo asegurar que es de esos lugares que, cuando los visitas una vez, se te quedan ya para siempre en el corazón. Me estoy refiriendo a la Cullalvera , que se encuentra al lado mismo de Ramales de la Victoria , un pueblecito entrañable de Cantabria cuyo referente montañoso, al igual que para nosotros la Atalaya , es el Pico San Vicente, de casi mil metros de altitud.
Mis primeros recuerdos de la Cullalvera datan del año 1972. Por entonces se llevaba a cabo todos los veranos en dicho pueblo el “Campamento Nacional de Espeleología”, que lo organizaba la OJE de León. Y como mi afición de entonces era subir montañas y bajar simas, pues allí que me fui durante un par de convocatorias. Aquello no era otra cosa que una perfecta escuela de espeleología, entre otras circunstancias, por el magnífico entorno natural (tengan ustedes en cuenta que Cantabria es como un enorme queso gruyere: toda llena de cuevas, y muchas de ellas con pinturas rupestres y restos arqueológicos, o sea, un paraíso para los espeleólogos).
Por aquél entonces, la Cullalvera tendría explorados en torno a los seis kilómetros de galerías (en la actualidad supera los quince o dieciséis, después de haberse descubierto conexiones con otras cavidades subterráneas), no obstante, por sus características y dimensiones, era la principal cueva a estudiar por parte de los montañeros del Campamento.
Pero había además en los ramaliegos (los vecinos de Ramales) una especie de “aceptación cariñosa” de aquellas convocatorias anuales de chicos de todas partes de España; llevaban con cierto orgullo el hecho de que les visitáramos todos los veranos; bien es verdad que la organización, perfectamente jerarquizada, y los valores inculcados a todos los asistentes, dejaban muy alto el pabellón del Campamento (he tenido la ocasión de comprobarlo bastantes años después); al mismo tiempo, los ramaliegos sentían las cuevas como su mejor patrimonio, y en especial la Cullalvera , que era, por proximidad y por historia, la más conocida y valorada de todos.
El Campamento se situaba en un prado cercano al río Gándara, junto a la presa de un molino. (El Gándara, pasado el pueblo de Ramales, confluye con el Asón, y las aguas de ambos van a desembocar en las marismas del fantástico Parque natural de Santoña). Cada grupo de espeleólogos con su monitor partía todas las mañanas a visitar y estudiar una caverna de los alrededores: Cueva Mur, Callejo Madero, Covalanas, Carcavón, Cueva del agua, Sima Laza..., y la más importante de todas: la Cullalvera. Esta última, como algunas otras por entonces, con el fin de preservar sus vestigios arqueológicos, se hallaba cerrada y había que pedir la llave al ayuntamiento.
En el interior, a poca distancia de su entrada había un muro de piedra de unos tres metros de altura con una puerta metálica para impedir el paso a los “pisacuevas”, gente sin respeto a la naturaleza, que en todas partes hay. Pero como por la cueva discurría un riachuelo, en la parte inferior del muro había un orificio enrejado para la salida del agua. Anecdóticamente, en 1976, tras un periodo intenso de lluvias, el río de la Cullalvera creció y, sin que nadie lo advirtiese, se taponó la salida del agua; el muro actuó como una presa y se formó un gran pantano en su interior. Luego, una noche silenciosa el muro cedió y los lugareños recordarían siempre como un hito la “riada de la Cullalvera ”, que, entre otras cosas, dejó hecho un barranco el campo de fútbol de Ramales).
El último día de campamento, como despedida, se organizaba una misa en la Cullalvera. Los espeleólogos (algo más de un centenar, que teníamos devoción por las cavernas) iluminábamos la entrada con nuestras lámparas de carburo y acudía la gente del pueblo vestida de domingo.
Adentro, como a unos 100 ó 150 metros , se oficiaba la ceremonia desde un altar natural de estalactitas y estalagmitas. Entonces, recuerdo, y recordaré siempre, un coro de guitarras y flautas entonaba los Sonidos del Silencio, de Simón y Garfunkel, y la Cullalvera , de manera sublime, se convertía en la mejor de las catedrales.
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Ese par de convocatorias en Ramales ¿incluirian el año 1972?. Un saludo. J.Vicente - jvgonzal@uv.es
ResponderEliminarSí, estuve en 1972 y 1973.
EliminarYo estuve haciendo el curso de Especialista en Espeleología en Ramales en 1964. No he vuelto por esa localidad en todos estos años. Posiblemente este verano la visite.
ResponderEliminarAún recuerdo con nostalgia y emoción nuestras exploraciones en la Cullalvera, las pinturas de Covalanas, el laminador de Cueva Mur y la profundidad insondable (nos parecía desde arriba) de la Sima del Callejo Madero y las canicas de cáliza que encontrábamos en el fondo, cuyo nombre no recuerdo.
Haciéndome eco de una cita de un libro de texto de la época "Conocer es previo a amar: quien conoce con esfuerzo ama perdurablemente".
Y es verdad...
Almogávar
Yo, como el autor del presente artículo estuvimos en 1972. El ppdo verano 2012 tuve la oportunidad de volver a visitar aunque fuera un tramo de la zona no acondicionada, el prado donde se situaba el campamento y otros lugares ¡ Que recuerdos ¡
EliminarPor cierto "Anónimo" ¿tienes alguna foto de Callejo Madero?. Un saludo. José Vicente - jvgonzal@uv.es
Las "canicas" de caliza se llaman, o las llamábamos, PISOLITAS (o perlas de las cavernas).
ResponderEliminarGracias por su comentario.