.
La otra tarde salí a por una barra de pan (ya saben ustedes que ahora se puede comprar el pan recién hecho a toda horas) y vi a un tipo, ya mayorcico para estar haciendo el tonto, que arrojaba petardos a la calle por la ventana de un segundo piso. Al principio no supe a cuento de qué se permitía aquel individuo soliviantar a los sufridos transeúntes con sus molestos truenos, pero como también oí bocinazos de autos sin ton ni son, cohetes, tracas y gritos estentóreos, ya me malicié que sería cosa del fútbol.
La otra tarde salí a por una barra de pan (ya saben ustedes que ahora se puede comprar el pan recién hecho a toda horas) y vi a un tipo, ya mayorcico para estar haciendo el tonto, que arrojaba petardos a la calle por la ventana de un segundo piso. Al principio no supe a cuento de qué se permitía aquel individuo soliviantar a los sufridos transeúntes con sus molestos truenos, pero como también oí bocinazos de autos sin ton ni son, cohetes, tracas y gritos estentóreos, ya me malicié que sería cosa del fútbol.
Y, efectivamente: un club de Barcelona había resultado el ganador de la liga futbolera española, mientras que otro club de Madrid la había perdido. De modo que era por eso el contento y la euforia de unos y el llanto de otros (es la España que se repite siempre a sí misma: dos grandes equipos de fútbol, dos grandes partidos políticos; dos aficiones enfrentadas, dos ideologías separadas; dos bandos, que se extrañan entre sí pero que en el fondo se necesitan. Y siempre, ¡ay!, “…una de las dos Españas ha de helarte el corazón”).
¿Habrá algo que aglutine más pasiones que el fútbol?, pensé. Dicen que en los tiempos de Franco, cuando la cosa se ponía fea para el régimen, echaban mucho fútbol por aquella tele en blanco y negro de una sola cadena. Salía Matías Prats padre, con sus gafas oscuras de general del cono sur, y levantaba los sentimientos patrios contra “la pérfida Albión” (se le llamaba así entonces a la Gran Bretaña, que no soltaba Gibraltar ni con la verja de hierro que le habían puesto para ver si la colonia británica “caía como fruta madura”).
¡Qué bien le viene el fútbol al Gobierno!, pensé la otra tarde. ¡Le viene el fútbol como agua de mayo! (Aunque estoy seguro de que el fútbol no entra en el programa político, ¿o sí?, pero desde luego, le viene como anillo al dedo). Yo no sé si el fulano de los petardos era un parado de larga duración, con o sin prestación, con o sin subsidio; o no sé si era un funcionario con el sueldo recortado en un cinco por ciento, o pensionista con la pensión recién congelada, o futuro padre sin el pan de los 2.500 euros bajo el brazo de su prole, arrebatado de un plumazo; o no sé si no era nada de lo que he dicho, pero quizá un futuro parado con el puesto de trabajo en un hilo por la grave situación de este país, en el que difícilmente se va a crear empleo cuando la población pierde poder adquisitivo y encima los gobernantes suben los impuestos. ¡Al revés debería de ser! (¿Saben ustedes lo que hizo Henry Ford, el inventor de la marca de coches Ford, el primero que aplicó a su industria la fabricación en cadena? Pues le subió el sueldo a sus trabajadores, lo suficiente para que todos pudieran comprarse un coche).
El fútbol, en el cual entran en juego componentes tan pasionales como el machismo, el erotismo, la lucha física por la victoria o, simplemente, el sentimiento exacerbado de pertenencia a grupo, está introducido en nuestra sociedad mucho más de lo que a veces nos damos cuenta. ¿Ustedes han podido hallar en su aparato de radio una emisora con un programa de interés un domingo por la tarde? Es imposible: o escuchan el rosario en Radio María u oyen alguna emisorucha de poco pelo donde sólo meten chimpuneo y publicidad. Al final, claro, yo me voy a Radio Clásica, aunque a veces sólo ponen tabarrazo clásico. Lo demás es fútbol. ¡Mucho fútbol!
Pero, ¿cómo es posible que en una radio pública dediquen tanto tiempo al fútbol, en detrimento de otros deportes y en detrimento de espacios radiofónicos con interés para la mayoría de la población? ¡Y en igualdad para ambos sexos!, pues yo me reconozco en la minoría masculina de los que, gracias a dios, nos aburre el fútbol, pero soy consciente del gran aburrimiento que produce el fúbol a la inmensa mayoría de las mujeres, gracias a dios también (¿habrá pensado la ministra Bibiana sobre ello?)
Pero el fútbol, estimado lector, es un remedio social, una forma de mantener al público entretenido contra los malos pensamientos; para que la gente no reflexione sobre la incultura que todavía nos lastra, sobre la falta de educación que exhibimos en muchos lugares y de muchas formas, sobre la desinformación veraz que padecemos, sobre la escasa opinión formada que poseemos, sobre la amoralidad y la inmoralidad que se instala poco a poco como norma, sobre el vicio que corroe, más que nada a la juventud; sobre la estulticia y la ineptitud de algunos gobernantes y sobre la mentira solemne con que nos prometen la felicidad.
Mejor, fútbol, pensará el Gobierno, que mientras el pueblo hable de fútbol, será feliz a su manera y no se le abrirán los ojos. ¡Fútbol! ¡Que toda la vida sea fútbol! ¡Más fútbol, por favor!
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario