INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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24/12/23

Cosicas de antes, II

 .

Navidad 2023 en Cieza

Por aquel entonces las tradiciones y las costumbres había que respetarlas; era algo que pasaba de padres a hijos, que se repetía en las generaciones como si el tiempo transcurriera en balde y nada cambiase. De modo que en la antevíspera de la Navidad el mediero le llevó el pavo a la señorita. Días antes, cuando el recovero había ido con el motocarro a por algunos animales, Paco se lo advirtió a la Hilaria, su mujer («aparta un pavo p’al ama; no dirás que no te lo digo»). Así que cuando el otro agarró media docena de animales en el corral, los pesó con la romanica de mano (entraba «por lo menor» y «por lo mayor»), siempre retusando la pesada, con movimientos ágiles de trilero en el manejo del pilón, y los echó a la jaula de palos que llevaba en el motocarro, ella dejó el más vistoso del gallinero, un pavazo negro con iridiscencias en el plumón del buche, que no cesaba de pavonearse haciendo la rueda y glugluteando a los silbos; también reservó dos pavas: una pavica coliblanca y la «pava madre» para que volviera a criar el año siguiente.

En esas fechas de diciembre aumentaban las tareas, pues habían hecho la matanza del cerdo, como era lo propio para gobernarse avío alimentario en la casa, y todavía algunas faenas se hallaban por acabar: derretir las mantecas en una sartén, que luego venía muy bien para hacer «torrás» con rebanadas de pan casero en las brasas de la lumbre; extraer de las mantecas los chicharrones para las tortas; adobar las costillejas, friticas y metidas en una orza de barro con aceite; revisar y dar la vuelta a los perniles, brazuelos y lacones, que estaban metidos en sal gorda, y siempre con la preocupación de ahuyentar la moscarda, a base de pimentón y pimienta molida (la temida moscarda, que no pone huevos, sino que deposita directamente diminutas larvas, podía echar a perder una pieza del cerdo en menos que canta un gallo). Además la mujer era quien preparaba los dulces navideños en el horno y se preocupaba de comprar al menos tres botellas de bebida para ofrecer aguilandos: coñac, anís y ponche, aunque algunas veces también licor café y menta.

La señorita de Paco llevaba un diente de oro, lo cual le daba un porte aristocrático al sonreír. «¡Ay, qué hermoso que es! —le dijo al mediero cuanto este soltó el pavo en el patio y el animal se infló, abriendo su cola en abanico, arrastrando sus alas por el enlosado y dejando caer un palmo de moco aun lado del pico—; ¡que el año que viene me traigas otro, que será señal de que estamos vivos!», apostilló ella. Y el hombre, con la gorra en la mano, vio destellar un reflejo de luz en su diente dorado. La señorita era muy sencilla, pensaba Paco. En verano solía pasar unos días en la casa del campo y se bañaba en el entrador de la acequia con unas enaguas («en-aguas»). En esos casos pedía a la Hilaria que montara guardia en el quijero para evitar miradas indiscretas. En la superficie del remanso, bajo la sombra de una gran higuera verdal que había junto al tapón, pululaban diminutos escarabajos de agua; allí la señorita apagaba su sopor flotando como una flor de nenúfar.

El recovero llevaba también género que pudiera interesar a sus clientas a cambio de animales de corral. El dinero se manejaba poco, pues en las casas de los campos se comía de lo que se criaba y las necesidades eran escasas; tanto calzados como ropas se zurcían y remendaban hasta no poder más; «quien remienda su sayo, pasa su año», decía el refrán, y los años pasaban. Cuando había que llevar el grano al molino o la oliva a la almazara, se pagaban los servicios mediante la maquila (el molinero o el almazarero se reservaban una parte del producto final). Los recoveros a veces también llevaban piezas de vajilla y otros pequeños enseres domésticos para el trueque; aunque, sin embargo, en ocasiones pagaban con dinero: billeticos de veinte duros con «la mujer morena», o algún verde con los Reyes Católicos, para alzarlos en el culo del cofre.

El día del amasijo de las tortas de pan dormido con almendras y matalahúva, cuyo aroma perfumaba el aire, fue el que vinieron al campo los franceses, y la casa se llenó de una algarabía feliz. Estaban en Cavaillón (Vancluse), un lugar allende los Pirineos, de donde las cartas llegaban con los sellos de la «Rèpublique Française». Ella era hermana de la Hilaria y solo se veían por Navidad, cuando el patrón les daba las «petites vacaciones». El primer año regresaron en el tren, lo mismo que se habían ido; un viaje largo y pesado con las criaturas, por Portbou, hasta llegar a la Estación de Francia en Barcelona, y con miedo a que en el trayecto les pudieran robar los fajos de francos antiguos que habían podido ahorrar trabajando como mulas (eran los españoles emigrantes del hambre y los había en todas las familias, y su sudor y su aperreo se traducía en divisas, que le venían de perilla al régimen para equilibrar la balanza de pagos). Pero al segundo año regresaron con una «voiture» Renault de tercera o cuarta mano y pronunciando palabras afranchutadas. Contaban maravillas, pero ocultaban el que en los trabajos, en las tiendas donde iban a comprar o en los colegios donde llevaban a los hijos, oían algunas veces a los gabachos decir «¡espagnol, merde!».

A la pavica coliblanca, la Hilaria le dio matarile para el día grande en que llegaron los franceses, que traían pastillas de chocolate (aunque el mejor chocolate se fabricaba en España), tarros de confitura y café en grano. Las dos hermanas se apañaban muy bien en la cocina y, con la sangre de la pava, hicieron pelotas con perejil y piñones, que las echaron al cocido; luego lo pusieron en una fuente grande de barro, en mitad de la mesa, en la que todos metían la cuchara y daba vueltas la redoma del vino. Los hombres hablaban de sus cosas; el cuñado, para asombrarlo, contaba a Paco que allá en «la Francia», algunas mujeres fumaban y hasta conducían coches. Pero el no va más era que habían descubierto el raíl continuo y los trenes rodaban sin el golpeteo cansino de las juntas de dilatación de los ferrocarriles españoles.

En los campos no había luz eléctrica y se alumbraban con un candil, más ese año, acercándose la Navidad, el hombre decidió tirar la casa por la ventana y compró en ca la Jacoba un lumogás con una bombonica azul de cinco kilos, que colgó de un gancho del techo. Aquello supuso un hito y, aunque el soplo monótono de la boquilla inquietaba un poco, su luz clara espantó muchas sombras, que antes les rodeaban tras cerrar la puerta de la calle en las largas noches de invierno. Aquella fue para ellos una Nochebuena más blanca. 

©Joaquín Gómez Carrillo 

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"