.
Vista del Paseo de los Mártires de noche, con el grupo escultórico de Juan Solano. A finales del año 2023.
Había empezado el auge de las conserveras de fruta, así como el mandarla también en el tren y en camiones a los asentadores de Madrid. En el pueblo había varias de estas industrias, como la de «Los Martinejos», que estaba frente al cine Capitol (construido lujosamente por este mismo empresario), cuya chimenea de la fábrica, alta, de ladrillo, exhibía en su cúspide, engarzadas en vertical, las «tres emes»: Mariano Martínez Montiel; asimismo, también estaba la de los «Los Guiraos»; estos poseían dos grandes industrias conserveras: la del Camino de Madrid, frente al Pilar del agua, cuya chimenea cayó negligentemente cuando el Jomeini edificó el macrobloque actual de viviendas, y la fábrica de la Estación, cuyo solar se encuentra en abandono total, lleno de escombros y basuras, y cuya chimenea, exenta en mitad de aquel erial, corre peligro de caerse un día de estos si dios no lo remedia.
La señorita de Paco, beata y devota de las Ánimas Benditas, decidió plantar árboles frutales en las cinco tahúllas que estaban en blanco, y que se regaban con la acequia de abajo. Era una pieza grande que lindaba con el río, donde el mediero sembraba panizo, alubias, habas, bajocas, tomates y toda clase de hortalizas, siempre a medias con la señorita. Pero ella le advirtió una condición, que otros señoritos también ponían: que la cosecha de la fruta sería íntegra para ella, aunque el mediero podía cultivar la tierra entre los árboles y lo que pudiera sembrar, a medias, eso sí.
Fue por aquel tiempo cuando Paco, para ir a trabajar cavando lovadas a destajo en Fomento Agrícola o en la Carrichosa, se compró una motico de 49 c.c., del taller de Matías, una «Gorrión-Clúa», de las que llevaban pedales y no hacía falta carné para conducirlas. Entonces los vecinos y conocidos comenzaron a llamarle con un apodo nuevo: «Paco del Gorrión».
Durante los tres primeros años, que la arboleda no tenía mucho desarrollo, el mediero sembraba cultivos de suelo entre las hileras de los frutales (los huertos se plantaban entonces mixtos: una fila de melocotoneros y una fila saltiqueada de melocotoneros y albaricoqueros, uno sí y otro no; después otra fila solo de melocotoneros y otra saltiqueada; de forma que mirándolos cruzados también coincidían los árboles con la misma disposición). Además de los animales que criaba la Hilaria, la mujer de Paco, en el corral, tenían media docena de borregas melguiceras, de las que se encargaban los muchachos cuando el padre se marchaba montado en el Gorrión a echar peonadas a los riegos nuevos.
La señorita, que se gastaba menos que un ciego en novelas, viendo que el mediero se había motorizado, le pedía a primeros de noviembre que la llevase a los Baños de Mula, donde tomaba las aguas durante nueve días. Allí alquilaban casicas con baño interior y era un placer para algunas familias, que se desplazaban de Cieza, en carro o por otros medios; incluso en el tren (tomaban el «Mixto» hasta Alguazas, y allí trasbordaban al que iba de Murcia a Caravaca). Paco en esos casos ponía una mantica doblada en el exiguo portaequipajes del ciclomotor y ella se sentaba a la amazona, con una rebequica extendida sobre las rodillas para no enseñar mucho las piernas. El viaje se hacía un tanto pesado, pues en las cuestas arriba, como la Cuesta de la Herrada, el mediero debía ayudar al Gorrión con los pedales, hasta que se desfondaba el pobre y tenía que hacer una parada para descansar y dar tiempo a que se enfriase el motorcico, si acaso no cogía perla la bujía; en esos casos, la señorita se sentaba en una piedra, rosario en mano, y rezaba unas oraciones.
Al tercer año de la plantación del huerto, los árboles ya estaban en disposición de dar cosecha. Entonces vino un corredor comprando los huertos por un tanto antes de que pintara la fruta. Paco no debía escatimar los riegos y los abonados, pero del dinerico que el hombre soltó a la señorita, él no obtuvo ni una peseta. Al año siguiente, los melocotoneros y los albaricoqueros dieron más producción y mandaron la fruta en camiones a Madrid, al mercado de Legazpi, donde los asentadores la vendían y remitían para acá la cuenta: unas veces buena y otras menos buena, pues con decir que la fruta había llegado en malas condiciones, a ver quién les iba a hacer la contra. Pero como toda la ganancia de la arboleda era íntegra para la señorita, Paco del Gorrión lo habló con su mujer en la cama y ella dijo: «nuestro Señor no pasó de la Cruz y yo no paso de aquí». Entonces él se buscó otro señorito, en cuya finca pensaron medrar algo.
El hombre fue a los Marines, los aperadores, encargó una pesebrera grande y dijo a la Hilaria: «tú encárgate de los animales y yo, aparte de cuidar la finca, me iré a echar peonás a la Carrichosa». Así que compró hasta una docena de borregas melguiceras (siempre parían dos cordericos), además del averío propio del corral. Sin embargo, al contrario de la señorita de antes, que era muy sencilla, el nuevo amo era intratable. Cuando venía al pueblo a darle cuentas o traerle esquilmos de la tierra, lo mismo que hacían otros medieros del mismo fulano, no podía entrar por la puerta principal, sino por el postigo, con la gorra en la mano y una leve inclinación del pescuezo, «señorito p’acá y señorio p’allá».