Lago Lugano, Suiza |
Pero bueno, a lo que vamos, yo creo que no sería capaz de comerme un grillo, ¿ustedes sí? Fíjense que nada más que de pensarlo, me da un regomello que se me pone el estómago del revés. Y les comento esto porque ya están dando puntadas en los medios de comunicación sobre que nuestro futuro gastronómico será hacernos “insectívoros”. Sin ir más lejos, en la Universidad de Lérida, están creando una “granja” piloto de grillos destinados al consumo humano. ¡Madre mía, a lo que vamos a llegar...! Dicen que cuidan su alimentación y que les pasan los controles sanitarios pertinentes para que no haya problema. Así que en seguida, a meterlos en latas y venderlos en los supermercados. (“¿Qué hay pa cenar esta noche, mujer...?” “–¡Na. Si quieres cena, te la haces tú!” “–Bueno, pos me abriré una latica de grillos y me los comeré con un chorrico de limón”).
No sabemos tampoco el volumen de esos bichos catalanes que nos pretenden zampar al mercado español; porque yo he visto grillos en los rastrojos de la cebada que parecen elefantes, vamos que con un par de grillos de esos almuerzas perfectamente. Y además dicen estos fulanos de Lérida que se trata de una proteína de la mejor calidad: sin grasa ni colesterol, que ríanse ustedes del jamón ibérico, que donde esté un buen grillo a la plancha, o como demonios nos lo quieran vender, que se quiten las carnes esas que dicen ahora que son nocivas para la salud. (¡Venga ya!, no me fastidien los de la Organización Mundial de la Salud, que la humanidad lleva sesenta mil años comiendo carne. Lo que será perjudicial es todo lo que le echan para procesarla y toda la porquería que llevan los piensos compuestos que les dan a los animales para su engorde).
Bueno, hablando con sensatez, nunca se puede decir de esta agua no beberé. Aquí en los años del hambre, cuando el dinero dejó de tener valor y se echó mano al trueque, pues la gente prefería aplacar el estómago antes que remediar la cartera, se comía cualquier cosa y se llegó ha hacer pan hasta de algarrobas, disputadas a veces a las bestias en el pesebre. Aunque tampoco se traspasaron ciertas líneas rojas en los hábitos gastronómicos, excepto el comer carne de burro, de la que repartían a los refugiados de la Guerra, ahí en el Callejón de los Tiznaos. (Había sin embargo la creencia, fíjense qué chocante, de que los perricos de teta eran buenos para curar el raquitismo; de modo que cuando una criatura se encanijaba y no salía para adelante, buscaban una perra parida, o criando, y pedían los animalillos para cocerlos en un pucherico y, con la sustancia esa, alimentar al crío canijo. Luego la gente, que lo lleva todo en cuenta, decía con cierta malicia: “Si a fulano, o a fulana, le tuvieron que dar los perricos...”)
Pero no nos vayamos del tema. Estos catalanes, que son muy arrecogíos y nos quieren meter las dos piernas por un calzón, se han fijado al parecer en otras culturas, de África, de Asia o de América, donde de toda la vida de dios se comen bichos que nosotros no nos comeríamos ni aunque lo mandara el médico. En México, por ejemplo, en los puestos de golosinas, se venden como algo exquisito para picar ciertos insectos o larvas de insectos, y los mexicanos, grandes y chicos, acostumbrados a comer esas cosas desde los tiempos precolombinos, los compran por unos pesos en cartuchicos de papel y se los van zampando como si fuera gloria bendita; como aquí nos comemos las palomitas de maíz.
Sin embargo, no creo que en España vayan a hacer mucho negocio estos estudiantes, o estudiosos, de Lérida. Pues por estos pagos ibéricos somos de chuletón a la brasa, pollo, embutido y jamón, más que de andar con grillos, salvo que la cosa viniera muy, pero que muy chunga y no hubiese nada mejor que echarse a la boca. Entonces se haría cierto el refrán aquel que dice: “Cuando la zorra anda con grillos, el sacristán con cabillos [de vela] y el escribano, a cómo estamos del mes, mal van los tres.”
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 14/11/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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