Peñón de Antonio, en las estribaciones del Almorchón, Cieza (Murcia) |
Les quería comentar que, gracias al inmenso desarrollo agrícola de Cieza, cuando llegan estas fechas en las que estamos, podemos observar todas las mañanas, entre las seis y las siete, un gran movimiento de gente por las calles, que se apresura, animosa, para ir a engancharse a su trabajo. De alguna manera esto recuerda a los tiempos en que estaban funcionando a pleno rendimiento las importantes fábricas que había en este pueblo, como Manufacturas o Géneros de Punto, por ejemplo; o también recuerda a cuando las industrias conserveras, entre otras, tales como “los Guiraos” o “la Cooperativa” de Barratera, requerían la mano de obra de muchos cientos de mujeres y bastantes hombres de nuestro pueblo.
Era empleo estacional, es verdad, pero llegadas las campañas de la fruta, había mucho trabajo para los ciezanos. Ahora, sin embargo, en la agricultura, incluidos algunos almacenes y cooperativas del sector hortofrutícola, primero hay empleo para los inmigrantes y luego, con algo de enchufe o recomendación, contratan a “ciezanos viejos”. (Lo de “ciezano viejo” lo digo porque ustedes no se imaginan la cantidad de gente de chilaba que ha conseguido carné de identidad y son ya españoles de pleno derecho y “ciezanos nuevos”, que optan a todos los beneficios sociales; y eso que algunos no saben ni hablar castellano, ni creo que piensen remotamente en integrarse en nuestra sociedad ni adoptar nuestros modos de vida, religión aparte, claro. Pero aquí somos así).
Mas como les decía, ahora en Cieza hay trabajo en el campo para casi todo el mundo. Sigue tratándose de empleo estacional, está claro, pero durante la temporada se efectúa un gran reparto de la renta en forma de miles de jornales; es como una inmensa “pedrea” en la que, sin hacerse nadie rico, salen ganando muchísimos trabajadores. Paralelamente, es cierto que se mantienen las listas de paro en el INEM con demasiados desempleados, y esto nos induce a preguntarnos los motivos. ¿Será porque algunos no están dados de alta y permanecen en demanda de empleo y trabajando al mismo tiempo?, ¿será porque se trata de un desempleo estructural y lo que buscan ciertos demandantes son puestos de trabajo en otros sectores de la producción?, ¿será porque son parados cualificados o con estudios y no pierden la esperanza de que surja la oportunidad en sus profesiones y en sus carreras?, ¿será porque quizá poseen otros medios de subsistencia y son de los que creen que el campo no es lo suyo?, ¿o será porque no tienen “padrino” que les eche una mano para poder entrar a una cuadrilla de coger fruta, donde abundan inmigrantes a mansalva?
Es cierto que sin la mano de obra de los inmigrantes, no se podrían recolectar los millones de kilos de fruta de nuestros campos. Pero también es cierto que sobrepasado cierto número de extranjeros, comienzan a quedarse los ciezanos sin trabajo. Sé de una empresa agraria que solo admite inmigrantes, mayoritariamente rumanos, y, a poder ser, ningún español (sé del caso de un ciezano que lo contrataron “por error” y el encargado se lo dijo así mismo en su cara: “¡Venga, vale, si es que lo tuyo ha sío un error!” Y a las primeras de cambio lo despidieron, mientras llegaban autobuses de rumanos). Esto quizá debería ser objeto de reflexión por parte de los agentes sociales y de los poderes públicos competentes (huéspedes vengan que de nuestro trabajo nos echen…)
Sin embargo el otro día me fijé en un pequeño detalle que les voy a contar: Algunas mañanas suelo cruzar el pueblo muy temprano y veo con satisfacción el movimiento de personas de ambos sexos dirigiéndose al trabajo. En las salidas de Cieza, con dirección a los campos, se apiñan gentes de todas nacionalidades, que van subiendo a los coches. Algunos, me consta que madrugan todos los días y se plantan en estos puntos para ver si hay suerte y alguien les dice: “¡Venga, vamos!”. Normalmente, a eso de las 8 ya no queda casi nadie y el pueblo parece desierto; sólo algunos ciezanos permanecen en la puerta de un bar, trompeando el segundo o el tercer café, a ver si por caridad, alguien les da la oportunidad de ganarse un jornal ese día, aunque la mayoría de veces no cae esa breva.
Pero me llamó la atención que, al pasar por “morolandia”, donde sólo quedaban ya los comerciantes, con sus atuendos árabes y sus barbas a lo talibán, en la puerta de sus bares para hombres y de sus carnicerías de animales sacrificados por el rito halal, me fijé en un pobre marroquí que se había quedado en tierra. Estaba en cuclillas en una esquina, con la capacica del recado junto a sus pies y la mirada perdida. Era, pensé, el último moro que, como otros ciezanos, ese día se quedaría sin trabajar.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 20/06/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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