Estanque de los cisnes en el Parque de San Francisco, Oviedo |
Les hablaba la semana anterior de la emoción que produce el paso de la Cordillera Cantábrica cuando viajamos al norte, y les relataba una última visita a Oviedo en mi coche, yendo por la A-6 de La Coruña hasta Benevente y cogiendo allí la AP-66, “Autopista de la Plata”, la cual pasa sobre el pantano leonés “Barrios de Luna”, a través del gran puente colgante que lleva el nombre del ingeniero “Vicente Fernández Casado”.
En el marco incomparable de dicho embalse y de las altas montañas de la cordillera como telón de fondo, el coche se desliza a buena velocidad sobre el mentado puente, el cual constituye una preciosa obra de ingeniería digna de ser admirada. Pues desde su inauguración a principios de los ochenta y durante varios años, fue el puente más largo del mundo de sus características: tablero de hormigón pretensado colgado con tirantes de acero de dos torres metálicas de más de 100 metros de altura. Solo por ver el puente y recorrerlo de punta a punta, en mitad que aquel paisaje espectacular, merece la pena haber llegado hasta allí. Pero seguimos avanzando. Ya hemos pasado el primer túnel antes de avistar el pantano, de un kilómetro y pico. Luego, viendo los espejos brillantes de las nieves perpetuas en las alturas montañosas, nos encontramos con otro mucho más largo: “el Negrón”, que supera los cuatro kilómetros de longitud.
Y ya, una vez atravesado el túnel del Negrón, todo es distinto. Hasta el sol implacable que nos venía acompañando desde que nos amaneció rondando Albacete, de pronto ha desaparecido. El cielo ahora está cubierto por una suave nubosidad y un cartel nos indica que nos hallamos en el Principado de Asturias. A partir de ahí todo es descender, y se suceden los túneles, alternándose con los viaductos. La magnífica autopista de alta montaña, tan pronto mina el corazón de los cerros, como sobrevuela profundos valles. Entonces meto una velocidad más corta para no tener que pisar el pedal de freno y dejo que el coche utilice la energía más poderosa que existe en el universo: la de la gravedad, que es gratis.
Tenemos la sensación de que nos hallamos en otro país, donde las laderas de los montes, alternadas de prados herbáceos en los que pactan distraídas algunas vacas, van adquiriendo un verde más intenso conforme avanzamos. La temperatura exterior, a medida que descendemos, se va tornando cada vez más agradable, por lo que desconecto el climatizador del vehículo y dejo que una brisa húmeda, de entre 20 y 22 grados centígrados, cargada de olor a heno y a hierba recién segada, nos inunde por completo.
En Pola de Lena hacemos la primera parada en tierras asturianas. El pueblo no es gran cosa, pues con el auge de la explotación minera vivido en décadas pasadas se fueron cargando el casco antiguo con la construcción de bloques de viviendas para los obreros. Nos choca, sin embargo, el uso del bable en los letreros oficiales. “Es la puñetera política –nos explica un hombre con relativo disgusto–, la que está obligando a los niños a estudiarlo en las escuelas, cuando realmente no les va a servir de nada; pues ya saben ellos de sobra que las vacas en bable son vaques y que los hombres y mujeres, son homes y mulleres; cuando se podría utilizar el tiempo y los recursos en enseñar otras materias...”
La autovía sigue descendiendo hasta pasar por Mieres, un enclave industrial de unos cuarenta mil habitantes, con un urbanismo funcional y fruto del crecimiento en épocas anteriores, sin el sabor de los cascos viejos de los pueblos. No obstante vamos viendo aquí y allá, algunas casas con su hórreo (el típico hórreo asturiano, de planta cuadrada sobre cuatro pilares de piedra, a través de cuyo “balcón” corrido de madera se divisan las rastras de panochas colgadas del techo.
La “O-12” es la nuestra, la que nos meterá en Oviedo, y la tomamos. Aún llevamos la emoción en el cuerpo por el paso de la cordillera y ya estamos entrando en la “Vetusta” ciudad de “La Regenta”, de Leopoldo Alas Clarín. Lo primero que hacemos, en el mismísimo centro, es contemplar y pasear por la hermosura de su corazón verde: el Parque de San Francisco. No he visto jardín mejor cuidado y más respetado por la gente para su disfrute. Es media tarde del mes de agosto, el sol sigue oculto y una temperatura de 22 grados hace que las calles estén llenas de gente. La ciudad es un museo al aire libre, donde todo está limpio y ornamentado con gusto y con esmero; pienso que debe dar encanto vivir en ciudades así.
Cuando dan las seis de la tarde, lo hace el carillón musical de campanas de Cajastur, muy cerca del Teatro Campoamor. Después entona unos compases del himno de Asturias. Todo es agradable y mágico.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 23/05/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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