Las diferentes administraciones han de estar al servicio del ciudadano |
Se les conoce bien. Se sabe quiénes son y no sirven. (En la OJE recuerdo que enseñaban valores y se decía aquello de "Vale quien sirve"; pues el lema también funciona al revés). Así que estos fulanos no valen porque no sirven, porque no cumplen, porque trasgreden el principio de la buena fe y porque hacen permanente dejación de sus obligaciones. Y fíjense que son aquellos que más chillan cuando la administración correspondiente se plantea privatizar un servicio; porque lo que más les preocupa a ellos, no es que la acción privada recorte prestaciones a los usuarios en aras de obtener beneficios (que es lo que desgraciadamente suele ocurrir), sino que ésta los ponga a trabajar; temen al trabajo como el demonio al agua bendita.
Algunos de estos llegaron a ocupar puestos en el funcionariado mediante procesos de selección con poco rigor: les hacían entrevistas a puerta cerrada o les preguntaban en los exámenes quién descubrió América. Eran otros tiempos, desde luego, y se utilizaban otros criterios: el del carné de afiliación al partido, el de la recomendación, el del amiguismo, el del nepotismo o el de pasar del régimen laboral al de la función pública de un plumazo, por la cara. Pero, aunque en ciertos casos burlada, la ley es la ley, y las resoluciones y las publicaciones en el boletín oficial correspondiente otorgan carta de naturaleza legal para que ni dios los pueda remover de su estatus. ¡Hasta que la jubilación los separe...!
Mas entre los que son, también están los que legalmente acceden a dedo, pues el entramado normativo tiene sus recovecos, sus atajos y sus peculiaridades, para que un político que se precie pueda responder a sus compromisos cuando llega al poder. Es verdad, y eso es legalmente irreprochable. Por ello entre los que son, también están los que no tienen asegurado el empleo a machamartillo, sino que su pedacico de pan depende del dedo que los contrató; si éste cae, ellos caen; si éste pierde en las próximas elecciones, ellos pierde su chollico adquirido sin esfuerzo, sin haberse pegao la panzá de estudiar unas oposiciones y sin haberse enfrentado a un tribunal, y solo les quedaría un cambio de chaqueta si es que no están lo bastante estigmatizados por la confianza con el anterior jefe, o si es que no están lo bastante ideologizados para “soportar” una vuelta de tortilla. De lo contrario, ¡ay!, lo tendrían crudo, porque en la empresa privada les harían trabajar, y eso duele.
Pero ojo, de quienes hablo, afortunadamente, no son más que unos pocos. Aunque los suficientes para que se dé el agravio comparativo en relación con el resto de compañeros, los cuales sí saben hacer lo que tienen que hacer y lo hacen, sí afrontan sus obligaciones y sí sacan adelante sus tareas como dios manda, sin perder el tiempo en cafetito, cigarrito y charleta, dejándose por el contrario la piel en el ejercicio de su responsabilidad y en el cumplimiento de su deber. Pero encima, fíjense ustedes lo que les digo, no solo son agraviados por tener que trabajar más y quizá ganar menos que esa otra minoría que en el mejor de los casos se toca los apéndices nasales y cobra el sueldo, sino que a la vista de la ciudadanía en general, todos los funcionarios son metidos en el mismo saco, todos son calificados con los mismos adjetivos. La mala fama de unos pocos cunde para todos, la mala imagen de unos cuantos se proyecta por igual para todos, y eso, en fin, es una rémora de la que, según va la cosa hoy por hoy, parece difícil desprenderse la administración.
De modo que esas tenemos, y así nos corre el pelo. No sé para qué se estudia en las universidades públicas la organización del trabajo y sus métodos científico-sociológicos. ¡Para nada! Aunque está claro que muchos de los de arriba no tienen la más remota idea sobre esas materias (en una democracia imperfecta se puede otorgar imperio a incapaces). Porque si conociesen esas disciplinas y las aplicaran a la actividad administrativa, sí sabrían poner a algunos manos a la obra; sería sencillo, sería como coser y cantar, y hasta conseguirían hacer empleados validos de quienes en apariencia forman la hez del personal en ciertas administraciones públicas. Válidos porque servirían, ya que todos valemos si servimos, si servimos a la sociedad que nos hace personas, si servimos a la empresa que nos da seguridad mediante una remuneración fija y segura, si servimos a los ciudadanos que colaboran con sus impuestos para que los bienes se mantengan y los derechos no se quebranten, y si servimos mediante el principio de colaboración a los compañeros para que estos no se vean perjudicados por el agravio comparativo.
Pero el quid del problema radica en que hay que querer organizar la actividad administrativa, tener aptitud y capacidad para hacerlo y saber imponer las tareas con estímulo y coerción. Si esto se lograra, se habría dado un paso importante para que todos tengan ocupación efectiva en sus puestos de trabajo, y para que el ciudadano perciba una mejor imagen pública allá donde necesite solucionar cualquier problema o realizar trámites y papeleo. Mientras tanto, ya se sabe: unos crían la fama y otros cardan la lana. Es lo que hay.
©Joaquín Gómez Carrillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario