Presa del Cárcabo, en Cieza, con el pico del Almorchón al fondo |
Posiblemente el origen de bastantes guerras habidas en la humanidad haya tenido relación con el concepto de la existencia de los dioses y la práctica de las religiones. Está claro que a lo largo de la historia, muchos conflictos entre naciones, muchos sufrimientos infligidos a los pueblos y muchas crueldades cometidas sobre la población inocente, han tenido como causa las distintas creencias religiosas y las distintas interpretaciones sobre la supuesta voluntad de los dioses, engendrados un día, no olvidemos, en la cabeza y en el corazón de los hombres.
Desde que el mundo es mundo, el hombre, consciente de su mortalidad, ha creado deidades a su imagen y semejanza. De tal manera que naciones guerreras han tenido por dios a un ser beligerante y partidario de las luchas de los ejércitos; pueblos semicaníbales han creído interesadamente en dioses complacidos en los sacrificios humanos; y civilizaciones donde la mujer es tenida como un ser inferior, en el hogar, en el trabajo o en las relaciones sociales, adoran a un dios de mandamientos machistas. Aún hoy en día, en culturas muy “teocratizadas” cualquier cosa se mueve, se realiza o se justifica, según la interpretación que se hace de sus doctrinas sagradas, las cuales no fueron sino escritas por hombres, supuestamente inspirados por un espíritu revelador.
Por ejemplo, la historia de los pueblos y tribus semitas, muy bien recogida en la Biblia, nos enseña que un ser todo poderoso les protegía y les ayudaba activamente cuando atacaban sin miramiento a otros pueblos con los que al parecer estaban siempre en pie de guerra. Tampoco le fueron a la zaga siglos más tarde las cruzadas cristianas, cuyos guerreros, portando el signo de la cruz en el pecho y en el pomo de la espada, entraban a saco en los lugares conquistados, arrasando si piedad todo lo que se movía.
En ciertas culturas precolombinas, muy dadas a comer y beber en ocasiones el cuerpo y la sangre de sus semejantes, adoraban dioses a los que por lo visto les gustaban los sacrificios humanos más que a un tonto un lápiz. (Una de las normas tajantes que estableció Hernán Cortes cuando entró en 1519 en la capital del imperio Azteca y se entrevistó con el todo poderoso Moctezuma, fue la de tolerancia cero con los sacrificios humanos, asunto que cayo muy mal al poder establecido de sacerdotes y mandamases y desembocó tan solo dos años después en la llamada “noche trágica”, cuando las huestes del extremeño, que andaban acaparando oro a calzón quitao en la entonces Tecnoctitlan, hoy ciudad de México, tuvieron que salir de allí con el rabo entre las piernas).
Desde la antigüedad, pueblos cuyos hombres han tenido por tradición la práctica de la poligamia y el “uso” de concubinas en el hogar como si tal cosa, y de ejercer un dominio de propiedad sobre las mujeres cual si éstas fuesen cabezas de ganado u objetos de uso y servicio, les acomodó como un guante a una mano el nacimiento de una religión nueva en el año 622, que justificaba desde un plano divino la desigualdad entre hombres y mujeres, que obligaba a éstas a aceptar una tutela permanente por parte de padres, hermanos o maridos, y que las despojaba de las libertades y derechos reservados a los hombres. La sumisión femenina pasó a ser norma religiosa. El hombre fundaba un credo perfecto: redactaba textos sagrados interpretando la voluntad de un dios con su propia idiosincrasia machista.
Mas ahora y siempre, las torticeras creencias de algunos individuos y grupos han profundizado en la práctica maléfica de ciertos dogmas religiosos. Y cuando ahora, desde sociedades supuestamente civilizadas se proclama el reino de las libertades, la virtud de la tolerancia, la igualdad de derechos entre ambos sexos y la atractiva entelequia de una pacífica “alianza de civilizaciones”, algunos fulanos, poseídos de un fanatismo diabólico, enarbolan los kalashnikov del yihadismo. Éstos son la hez de una subcultura religiosa, capaces de asesinar trabajadores que viajan en trenes del amanecer en Madrid o secuestrar niñas en Nigeria para convertirlas en objetos; secuestro que ya no ocupa espacio en los telediarios, no preocupa a los políticos de occidente ni causa espanto en nuestras conciencias.
¿Pero en nombre de qué dios se puede asesinar a personas inocentes? ¿En nombre de que dios se puede secuestrar a más de doscientas niñas, cubrirlas de pies a cabeza con velos tenebrosos para anular sus cuerpos y forzarlas a abandonar sus creencias pacíficas para destruir sus almas? ¿En nombre de qué dios se puede humillar el corazón a estas chicas para venderlas luego como esclavas sexuales por unos cuantos dólares? ¿Y en nombre de qué dios, alguien será capaz de comprarlas como reses en un mercado y seguir postrándose cinco veces al día en dirección a la Meca?
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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