En la cima de las montañas, la sangre corre por las arterias con emoción |
No sé por qué la palabra «vena» resulta más poética y está más en boca de todos que la palabra «arteria»; aunque la sangre limpia, oxigenada y vital, es la que circula por las arterias, no por las venas. Sin embargo Antonio Machado escribió: «...Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno,/ y más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/ soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».
Recuerdo que fue durante el curso 1968-1969, en el entonces Instituto Laboral de Cieza («Los Salesianos», que decía la gente), cuando Doña Alicia Montes, que nos daba Ciencias Naturales en primero de bachillerato, nos enseñó la circulación de la sangre, pues esta corre a gran velocidad por todo el cuerpo. Doña Alicia era una profesora severa, que respetaba e infundía respeto a la vez. Ella nos trataba de usted a todos, aunque hubiesen algunos con diez añicos recién cumplidos. «Usted, Veintiocho, salga a la pizarra», y yo hacía el recorrido, desde el fondo de la clase hasta el estrado de madera, con las piernas un poco temblorosas e intuyendo miradas compasivas de los compañeros, ya que nadie se sentía especialmente gozoso saliendo a decir la lección con Doña Alicia.
Entonces supe que existían dos circuitos por donde circula la sangre en el cuerpo humano: el mayor, que es el que riega todos los órganos y tejidos de pies a cabeza, y el menor, que intercambia la sangre viciada por sangre limpia en los pulmones. Doña Alicia dibujaba con tiza un corazón en el encerado, con sus aurículas y sus ventrículos, de donde partía la gran arteria aorta y al que llegaba la enorme vena cava. Mientras ella estaba de espaldas con la tiza en la mano, no se oía ni una mosca y cuando se volvía para elegir uno a voleo, entre los cuarenta y dos que éramos, clavábamos la vista en los libros para ver si era posible que pasara de nosotros «aquel cáliz».
Conforme avanzaba el curso, ella se iba sabiendo los apellidos, aunque a mí siempre me llamaba por el número de orden o, simplemente, «Delegado», ya que era un «cargo» que alternábamos Fernando Almela y yo (entonces no había democracia y el Señor Mendoza, que era el jefe de estudios, lo adjudicaba por la mayor nota media mes a mes; aunque Fernando era hijo del alcalde, Don Trinidad Almela Pujante, y su apellido bien conocido por Doña Alicia).
Después uno ha ido aprendiendo más cosas sobre esta máquina perfecta que es nuestro cuerpo (¡a ver qué bomba es capaz de trabajar cien años, como hace el corazón!) Uno sabe que las venas son las que notamos a flor de piel, en las que nos clavan las agujas en los hospitales para los goteros, sin embargo las arterias van mucho más protegidas por el interior, pues ¡ay de aquél que se rompa una arteria...! ¿Se acuerdan de Carlos Cano?, ¡qué buen cantante era y qué bien cantaba «María la portuguesa»; pues ni dios pudo salvarlo cuando se le hizo un aneurisma en no sé que arteria principal y se fue p'alante.
Doña Alicia nos enseñaba lo básico de la materia, pero muy bien explicado. A mí me dio matrícula de honor sin tener que estudiar, es decir, que con sus explicaciones bastaba y uno lo tenía todo clarísimo; aunque había también a quienes no les entraba ni con un mazo; cosas del intelecto. Me acuerdo que una de las paradojas de las vías circulatorias la constituían la arteria pulmonar, por la que circula sangre venosa, y la vena pulmonar, que conduce sangre arterial; ¡misterios de la anatomía...! Ah, y también aprendimos que hay un lado «malo» y un lado «bueno» del corazón: por la parte izquierda recibe y bombea sangre arterial (la que lleva el oxígeno) y por la parte derecha entra y sale sangre venosa (la que transporta el anhídrido carbónico). Ella, se notaba que ponía entusiasmo en su docencia, aunque mantenía la actitud seria y la mirada glacial con los alumnos. Sin embargo, años después la vi reír un día: fue en una fiesta fin de curso, ya en COU: un compañero de clase, el Catalán, parodió a la perfección al cantane Raphael y la mujer cambió, momentáneamente, el gesto huraño por una hilaridad desconocida.
Doña Alicia nos revelaba la existencia de arterias importantes, como las carótidas o las femorales (una de estas últimas le rompió el toro «Avispado» a Paquirri en Pozoblanco y se fue derechico pal otro barrrio). También nos habló de algo terrible: la acumulación de colesterol en las jodías coronarias, que son las arterias más cruciales por regar precisamente el músculo cardiaco; sin ellas no somos nada: infarto y «mortus morti calavera cocus», que decía nuestro compañero Pepe el Rarra. Doña Alicia tenía un gordini amarillo (el coche de las viudas, aunque ella estaba casada con «el Confitero», pero no tenían hijos) y siempre llegaba sorteando los baches por aquellas calles de tierra que rodeaban el matadero de los Hoyeros, donde se oían los berridos desesperados de los cerdos cuando los llevaban al «patíbulo» para abrirles las arterias de un tajo y hacer morcillas y butifarras con su sangre. ¡Qué barbaridad!
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 12/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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