Monumento al donante en Cieza |
Todo normal, como cabía esperar de un país con quinientos años de historia y de una monarquía que se halla entre las más viejas del mundo. El hijo sucede al padre por vía de la sangre. El príncipe se convierte en soberano según la ley hecha al efecto y la legitimidad que le otorga su parentesco: varón y primogénito, no hace falta más para heredar la corona de un reino; así está escrito en la norma suprema y así se ha cumplido.
Mal lo han de llevar los que no querían un rey, pues ahora tienen dos, y dos reinas consortes, en total cuatro personas, ¡más que en la Santísima Trinidad! (Ya ves Cayo, ¡si no quieres caldo, toma tres tazas llenas!) Argumentan éstos que lo más democrático sería poder elegir a la persona que ostente la jefatura del estado mediante sufragio universal, al modo de las repúblicas. Y contestan los que están por mantener la actual forma de estado que la monarquía ya tuvo su refrendo popular al ser incluida en la Constitución y ésta aceptada mayoritariamente en las urnas un 6 de diciembre de 1978; además, también responden que en el mundo hay algunas repúblicas mucho menos democráticas que nuestra monarquía parlamentaria, en la cual ya se sabe que el rey reina pero no gobierna.
Aun así, no hay que llamarse a engaño: cuando al pueblo se le propuso votar la ley de leyes en 1978, era el SÍ o las tinieblas más absolutas; de modo que fue el SÍ, pues era la mejor opción en el momento político; y hasta los que profesaban un espíritu republicano, los cuales algunos regresaban incluso del otro lado del telón de acero, estuvieron de acuerdo en que lo mejor para una transición pacífica y para una España donde cupiéramos todos era el SÍ a la Constitución, monarquía incluida.
Ahora han manifestado los socialistas viejos que, aunque el cuerpo les hubiera pedido otra cosa por aquello de su republicanismo histórico, se deben respetar los acuerdos. Eso está muy bien. Es lo mejor para ellos si quieren seguir con opciones de alternancia en el gobierno; pues como decía aquél: “ahora no toca”. Un partido mayoritario que en este momento se emperre en derrocar la monarquía, perdería tal condición y quedaría relegado a una minoría residual. Así que, ¡muy inteligentes los socialistas viejos! Pues saben que ahora no estamos en 1931, cuando había un clima nacional de hartazgo de la monarquía, un cisma social que desembocaría cinco años después en una feroz guerra civil y hambre, ¡mucha hambre en el pueblo! Ahora ellos saben que posicionarse en favor de una hipotética III república y además darle al pueblo la palabra, como piden algunos partidos minoritarios, les relegaría a un fracaso absoluto.
¿Por qué? Porque miren, en este país en la actualidad seguramente haya menos monárquicos que nunca, pero también por ahí mismo andarán las cifras de los antimonárquicos. ¿Entonces qué piensa la inmensa mayoría de los ciudadanos? Pues en realidad, la gran mayoría de los españoles resulta no ser forofa convencida de la realeza ni estar radicalmente en contra de ella. Sencillamente, como decía el chiste: “¡Virgencica de Lourdes, que me quede como estoy!” Antes bien, la gente cree que el papel del actual “rey padre” ha sido fundamental en los últimos treinta y nueve años para establecer y mantener el régimen de libertades de que gozamos y para sacar aquella sociedad de las telarañas de la dictadura y ponerla a la cabeza de las democracias en el mundo. Y sobre todo para hacer, a nosotros los de entonces, que creyéramos en una España nueva.
Aducen también los detractores de la realeza, la carga económica que habremos de soportar los españoles para mantener altos sueldos de reyes, reinas y princesa, y el desmesurado presupuesto de una casa real duplicada. Y es verdad, porque aquí, en lo que se refiere a sueldazos públicos, se dispara siempre con pólvora del rey; y si no, fíjense en los expresidentes de gobierno, tan jovencicos cuando lo dejaron y cobrando el sueldo de forma vitalicia; o miren el consejo de estado, un órgano que sirve tan solo para arregostar a los miembros salientes de algunos gobiernos con sueldazos hasta que se mueran; o vean los 17 presidentes autonómicos con sus correspondientes equipos ejecutivos, que cobran sueldos y generan gastos que te cagas. Y si seguimos, pues no pierdan tampoco de vista los miles de alcaldes y concejales que se buscan su pedacico de pan con las “liberaciones” a cargo de las arcas públicas, o sea, de los que trabajamos y a los que nos sacan el saín con los impuestos. Pero todo este tinglado, de forma explicita o implícita, también fue refrendado por el pueblo en el contenido de la carta magna. Es lo que hay.
Lo cierto y verdad es que el nuevo rey tiene un arduo trabajo por delante: hacer que España toda vuelva a creer en sí misma.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 29/06/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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