Sierra de Ascoy en Cieza, en cuyo subsuelo existía un acuífero inconmesurable, esquilmado a causa de extracciones masivas de agua para un desarrollo insostenible de regadíos. |
No sé si ustedes son conscientes de que estamos esquilmando los recursos naturales a marchas forzadas y estamos contaminando y llenando de basura nuestro planeta por tierra, mar y aire. El hombre, con su actividad frenética en busca del lucro y el progreso, no se halla en paz con la naturaleza ni está garantizando un futuro a las generaciones venideras.
¿Recuerdan qué pasó con el acuífero de la Sierra de Ascoy cuando fue sometido a una explotación insostenible? Pues algo así podría ocurrir a escala mundial. Desde tiempos inmemoriales, el lago interior de dicha sierra estuvo manando de forma natural por el Ojo de la Fuente un caudal de agua capaz de mover el Molinico de la Huerta y regar cientos de tahúllas de oliveras, cuya red kilométrica de regueras llegaba hasta a la Plaza de España; y así durante siglos; se trataba, pues, de una utilización sostenible de los recursos. Mas por los sesenta, el ayuntamiento permitió una explotación a lo bestia de dicho acuífero para lucro de empresas privadas; entonces hicieron múltiples perforaciones en el subsuelo que bombeaban miles de litros de agua por segundo, se transformaron muchas fanegas de tierra de secano en regadío, cuyos bancales se regaban por el sistema de inundación. ¿Resultado? Todo lo insostenible tiene su fin: Se secó la Fuente, se arruinó el olivar de Cieza, se salinizaron los pozos y se perdieron las arboledas, y, gracias a que llegaron los aportes del Trasvase y a los bombeos de agua de las acequias, se ha podido recuperar el cultivo agrícola a base de embalses de plástico y riego por goteo.
En el primer mundo se han creado culturas burbuja, donde se adora el estado del bienestar y el consumismo con los ojos vendados. No queremos ver, por ejemplo, dónde se hacen las zapatillas que compramos en los grandes almacenes, ni saber cómo trabajan las personas, niños incluidos, en el proceso de fabricarlas; ni conocer qué cantidad de contaminantes están vertiendo a la tierra y al agua en esos países pobres donde primeras marcas de calzado han instalado sus factorías. No nos importa nada de eso; el caso es que vamos a la sección de calzado de deporte y elegimos nuestras zapatillas. Y no nos fijamos si son de Elche, donde se hace el mejor calzado del mundo con todas las garantías, porque en realidad nos da igual que vengan de Corea, de Malasia, de China o de Taiwan. Solo nos importa calzarnos unas zapatillas chulas, sin pensar que en su proceso de fabricación quizá hayan intervenido hombres y mujeres en condiciones precarias con salarios de hambre, quizá hayan trabajado niños en régimen de semiesclavitud sin ningún control de seguridad e higiene en el trabajo y utilizando productos nocivos para su salud. No nos importa. Esta es nuestra burbuja de nuestro estado de bienestar.
Queremos estar al último modelo de móvil, esos maravillosos aparatos que lo hacen todo menos dar la felicidad, por lo que a las tres menos dos lo cambiamos y tiramos el anterior. Pero no queremos saber cómo extraen el coltán en el Congo, material único con el que están hechos los telefonillos; que no nos digan cómo son explotados los niños en el duro trabajo de sacar este mineral. Ni que tampoco nos expliquen que los aparatos que desechamos se los llevan en grandes contenedores para reciclarlos y destruirlos en los países del tercer mundo, y de esa manera las compañías no tienen que cumplir planes de seguridad, y vuelven a emplear a niños para que realicen por una miseria de salario una actividad altamente contaminante, para ellos mismos y para el medio ambiente. Pero a nosotros que no nos cuenten eso. No queremos saber tampoco dónde van a parar los residuos radiactivos de la centrales nucleares (¿Se acuerdan cuando la Tacher, olímpicamente, los tiraba al océano ahí en frente de Galicia?), ni que nos cuenten cómo se han llenado ciertas órbitas en torno a la Tierra de basura espacial, con más tornillos flotando que en la ferretería de Alonso.
Y por si faltaba, a todo eso hay que añadir una cosa de la que se habla mucho ahora: “la obsolescencia programada”. Esto es que los fabricantes son muy cucos y hacen los productos para que se rompan pronto y haya que volver a comprar. ¿O a ver si es que en la actualidad hacen frigos como los Westinghouse que vendía Ortuño, que llevan 40 años funcionando sin parar? Ahora todo es cartón piedra y su desecho constituye un serio problema de contaminación al medio ambiente.
Piensen que todo no vale en aras de crear o mantener puestos de trabajo. Si hacemos una utilización abusiva de los recursos, si nuestro bienestar es a costa de la miseria de otros, si proclamamos la cultura del derroche mientras millones de personas mueren por inanición o si establecemos como patrón de la economía el consumismo, mal vamos. Esto se puede venir abajo en unas décadas; y si no, al tiempo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 21/06/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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