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Pico de la Atalaya y palmera junto al Paseo Ribereño |
Hace algún tiempo que le doy vueltas en el magín a un asunto un tanto divertido, y es si podríamos clasificarnos los humanos según la manera de comunicarnos a través del lenguaje hablado; lo cual que, después de reflexionar un poco, he llegado a la conclusión de que sí. En primer lugar, y simplificando mucho, habría dos grandes divisiones: las personas que hablan mucho y las que hablan poco. (¿Ustedes de que lado creen que están? Yo, de los hablan lo justico).
Luego, dentro del grupo de los habladores, podemos reconocer diferentes apartados. Uno de ellos es el de las personas conversadoras. Éstas son las más valoradas por mí, pues con alguien que sabe entablar un diálogo interesante sobre cualquier tema, da encanto hablar; y no tiene que ver mucho el que se tenga estudios o titulación universitaria ni nada de eso (hombre, sí que es fundamental poseer una buena base de cultura general), pues la persona conversadora es aquella que tiene muy bien estructuradas las ideas en su cabeza y sabe exponerlas de forma amena, pacífica e interesante, a la vez que posee la capacidad y la paciencia de escuchar y de valorar lo que diga su interlocutor, que eso es importantísimo en la conversación: hablar y dejar hablar, así de sencillo.
Cosa distinta son las personas de las que se dice que son dialogantes. Ser alguien dialogante es ser un individuo con el que se puede llegar a puntos de encuentro, y por tanto a un entendimiento sobre intereses particulares u otras materias más o menos controvertidas. Normalmente, las personas dialogantes son inteligentes y tienen capacidad de empatía, que es saber ponerse uno en el lado del otro. El hombre o la mujer dialogantes, al igual que los que son conversadores, no suelen caer en el vicio del monólogo, que es un defecto del que pecamos más de una vez: hablamos nosotros de nuestras cosas y no escuchamos con atención los mensajes que nos trasmite la otra persona.
Un tercer grupo digno de elogio sería el de los comunicadores. A las personas que son buenas comunicadoras da gloria escucharlas. Su virtud es saber contar o explicar cualquier asunto de forma sencilla, inteligible y amena. Ni que decirse tiene que un comunicador ha de tener buena formación e información sobre los temas de que habla. Un comunicador es aquel que te embelesa, te deja con la boca abierta escuchándole y despierta en ti el interés por lo que dice. El tipo comunicador no precisa tener una dicción perfecta ni un timbre de voz especial, de hecho hay comunicadores con frenillo y hasta que tartajean, pero sí saber hablar con pasión (¿se acuerdan ustedes de Félix Rodríguez de Lafuente?, pues eso).
Mas no hay que pasar por alto que entre los habladores también están los que son más pesaos que los güevos duros; aquellos que le dan a la “singüeso” sin parar, que hablan más que un sacamuelas, pero que casi nunca dicen nada interesante. Estos fulanos (siempre me estoy refiriendo a individuos de ambos sexos) te pillan por su banda y te sueltan un rollazo impresionante que te ponen la cabeza como un bombo. Desde luego, no son nada conversadores ni nada dialogantes (y a veces, además, poco inteligentes), son sencillamente unos pelmas inaguantables que te dan la paliza y lo más aconsejable es poner tierra de por medio cuando aparecen.
También podríamos considerar un término medio entre el comunicador y el pesado, que sería el “monologuista”. Este individuo resulta que habla medianamente bien y sabe exponer temas de forma aceptable, pero cae constantemente en el defecto de no dejar meter baza en la conversación: sólo habla él, ¡y pim-pam!, y tú, esperando que haga una pausa para poder decir algo y no hay manera; y ya, casi a la desesperada, disparas una frase y el tipo va y ni te escucha, o lo que es peor, la utiliza para sacar otra historia particular suya, otra batallita, que a tí ni te importa ni la madre que lo parió. Sin duda, lo mejor es salir corriendo.
Y ya terminando con los parlanchines, estaría el grupo de los dicharacheros. Su valor es la de tener siempre a punto el chascarrillo, la gracieta o el chiste. Suele ser gente inteligente y con sentido del humor, capaz de sacarle punta a un cacahuete, aunque a veces también se trata de fulanos que se escuchan demasiado a sí mismos y es difícil mantener con ellos una conversación prolongada sobre un mismo tema.
Finalmente, de los que hablan poco, poco podemos hablar (sobre todo porque se me acaba el espacio). De todas formas habría que distinguir entre los que de prudentes, no hablan por no pecar y los que sencillamente no tienen nada que decir. De manera que así es la vida: unos no se callan ni debajo del agua y otros no dicen ni esta boca es mía.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 17/08/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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