Cueva El Soplao (Cantabria), el 18 de agosto de 2011 |
Al quinto día de permanecer en Santillana del Mar (Cantabria), levantamos el campamento y nos trasladamos a Laredo. Contábamos con dos tiendas de campaña de doble techo: una para nuestras hijas, Ana Sofía, Verónica del Alba y Victoria Elena, y otra para Mari y para mí. Dormíamos en estupendos colchones de aire, y con sacos de dormir por si refrescaba el tiempo, y nos habíamos llevado un mínimo de enseres “domésticos” que cabían perfectamente en el coche y que por nuestra larga experiencia como campistas, nos aseguraban la comodidad en la estancia. También llevábamos un equipo de iluminación autónomo, que funcionaba con la batería del coche. Así como dos estupendos toldos que libraban del sirimiri la mesa, las sillas y las alfombras, o cualquier cachivache que dejáramos en la puerta de las tiendas; y sobre todo, que nos resguardaban en los dos momentos más placenteros del día: por la mañana durante el desayuno, tras una reconfortante ducha de agua caliente, y por la noche, antes de irnos a dormir, cuando la brisa nos traía el aroma del heno de los prados.
Para llegar a Laredo, cogimos cerca de Torrelavega la autovía dirección Bilbao, una magnífica ruta que con el tiempo irían prolongando por toda la cornisa cantábrica hasta Oviedo. Pero antes cruzamos por el bonito pueblo de Puente San Miguel, donde me llamó la atención una cosa que les voy a contar: En esta localidad, enclavada a ambas orillas del río Saja, se encuentra el ayuntamiento de Reocín. Ustedes dirán que no tiene mucho sentido, pero así ocurre; ya que esto se debe a un importante hecho histórico que se produjo allá por el siglo dieciocho:
Resulta que aún no existía la actual división provincial de España, que data del año 1833, y lo que había en el reino de Castilla eran las denominadas “merindades”, gobernadas por un “merino” (el representante real). Entonces, los nueve valles que dependían del merino de Santillana del Mar, decidieron constituirse en provincia (ahí radica el germen de la actual comunidad autónoma de Cantabria) para depender directamente del rey, que a la sazón era Carlos III, situando la casa de juntas de dicho territorio en el núcleo urbano de Puente San Miguel. Hoy en día, el municipio consta de doce poblaciones, llevando el nombre de la más pequeña: Reocín, aunque el ayuntamiento se halle situado en la más grande: Puente San Miguel.
El de Laredo era un camping no muy grande, pero bien equipado de servicios, donde nosotros prácticamente acudíamos sólo a dormir. No obstante esa mañana la dedicamos a gozar de la playa, que estaba allí a cuatro pasos y sólo había que echarse la toalla al hombro y atravesar el cordón de pequeñas dunas, donde los ingleses tomaban el sol como lagartos.
La playa de la Salvé es una de las más grandes del Cantábrico, con casi cinco kilómetros de longitud y una extensión de fina arena, que cuando la marea estaba baja, los chavales marcaban en ella campos de fútbol y jugaban partidos. Cosa que no ocurría aquella mañana, pues había pleamar (ya saben ustedes que en eso influye la posición de la Luna, que es capaz de “levantar” los océanos con la fuerza de la gravedad, haciendo que las orillas se vayan hacia adentro).
Por la tarde estuvimos paseando por el casco histórico de Laredo, localidad donde en el año 1556 desembarcara el rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico para iniciar su último viaje por tierras castellanas hasta el monasterio de Yuste, en Cáceres. Ya que un año antes, el hombre más poderoso del mundo, cansado de viajar y guerrear para mantener a raya el protestantismo en Europa, había abdicado públicamente en su palacio de Bruselas, entregando el gobierno de sus reinos a su hijo Felipe II y el del imperio a su hermano Fernando.
Luego, en nuestro garbeo callejero, nos unimos a un grupo numeroso de personas, acompañado por una guía municipal de turismo, que explicaba a cada paso la interesante historia del pueblo. Después entramos al convento de San Francisco, en donde las monjas trinitarias de clausura nos llevaron por un recorrido a través de diversas estancias y lugares del edificio. Entre otras cosas, nos mostraron diversas obras de arte y finísimas labores de punto y encaje que ellas realizaban, las cuales se podían adquirir (Mari compró un paño de mesa que conservaba con cariño). Y ya, para despedir la visita, muy bien organizada en todo momento por la simpatiquísima Sor Conchita Arribas, dijo ésta, dirigiéndose a los más jóvenes (entre ellos, nuestras hijas): “¡Y ahora vais a ver una sor-presa!” Entonces, abriendo un gran baúl, se levantó como si llevara un resorte un maniquí de monja, cautiva en su interior.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 11/05/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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